Cuando ya no esté entre vosotros no quiero toques de muertos. Quiero volteo de campanas de fiesta y de gloria para que, quienes no me quisieron, se alegren. Para los que me quieren, que alegren el corazón. A los que no me quisieron les anuncien que, rendido, descanso. A los que me quieren sepan que, vencido, descansan, ahítos de ayudarme.

Quiero campanas de fiesta en volteo de vísperas a mi recuerdo que, un tiempo después, serenado, será aliviado y -¡ojalá!- entre sonrisas. Quiero el tañer de la Mayor, la Mediana y la Pequeña para que grandes, jóvenes y niños sepan que alguien, a golpes de corazón, ha ido girando y girando en su campanario, oteando el horizonte en cada pétalo de la Rosa de los Vientos, soñando en qué habrá mas allá, siempre negando el «Non Plus Ultra», siempre afirmando el «Eppure, si muove», siempre cantando, con tañidos de pasión, la confianza en lo que hay de bueno detrás de la apariencia de las cosas y de los gestos de las personas.

Quiero campana de barco entre la niebla, avisadora del peligro, referente de mi estado, perdido entre las dudas del crecer creyendo en mi salvación, picada pidiendo paso, saliendo a la luz final de ese túnel que ya me enseñaron -¿aviso?- mucho tiempo atrás. Quiero campana de Jinquer abandonado y sin gentes que, de año en año, mezclada con el viento, llama a quienes olvidaron su pueblo y les recuerda que vive aún entre sus ruinas, como yo entre las mías, dejado ya mi pueblo, mis huertas, mis rocas, mis sombras y mis moscas.

Quiero campanilla de Viático para no olvidar el sabor de otros alimentos del alma que, sin renunciar jamás a los del cuerpo, han alimentado buena parte de mi vida. Quiero campana de guardia, repicando llamada a mesnadas de luchadores por la vida, dedicándome un «hasta luego», ve por delante y haz sitio que todos llegaremos.

Quiero campana de apagafuegos porque, entre mil errores y pocos aciertos, muchas llamas me han consumido gozosamente, dolorosamente, apasionadamente, mil veces encendidas en la sal de la vida, mil veces apagadas con el agua helada de la tibieza y la duda.

Quiero campanil de Navidad en misa del Gallo y Sábado de Resurrección y Gloria, compitiendo entre monaguillos, guirigay, algarabía, preludio de mi vuelta a la infancia feliz, al limbo, al cielo, a la paz, a la risa del Edén, libre del peso de los años y aliviado del estar, dispuesto a renacer renovado y mejorado. Quiero campanas de reloj no marques las horas, porque a algunas noches se les va la mano por querer hacerlas perpetuas - tantos kilómetros recorridos, tanta música en vivo, tantas noches sin dormir - cuartos y horas vividos y sentidos «te esperaré en el cielo, corazón, si es que me fui primero», dejando oír el falsete que es el alma del trovero.

Quiero campana de yunque, martinete y forja de "duetto" acompasado -mazo va, martillo viene- con repique adornado, voz gruesa, tiple primero y solista del tiempo del canto gregoriano, de voces blancas y bajos rotundos.

Quiero campana de mujer, abierta, profunda, con mil sonares en mil rincones distintos, cálida y sedosa, grito del sentido despierto, sacudida por tañedor experto, madre de todas las campanas que en ella se reflejan. Campana de mujer en celo -poco santa, algo mártir, nada virgen - de hembra protectora de cachorros, de amante desmelenada, agitada y percutida en noches de gran encuentro y tardes desesperadas de vuelo corto y éxtasis largo, coronada con la gloria del amor y enyugada con el peso del abrazo, embridada con besos y ternura, hecha bóveda para acoger la pasión del envite y el acepto -la vida que se me escapa, la vida que me da - entre sones de bienvenida y despedida porque nunca sabes, en campana de mujer, si te vienes o te vas, si lloras o ríes, si gozas sufriendo o sufres gozando.

Quiero Toque de Arrebato, anuncio de guerra y fuego consumidos en mi corazón a destiempo, en batallas de otros que hice mías y de las mías - a las que no acudí - hice de otros. Llamada de urgencia y demencia, de huida, de acoso y derribo para recordaros que os quise, os quiero. Que no dejas de querer porque te vayas ni te dejan de querer, aunque ya no estés.

Quiero campana de estación, anunciando mi último viaje, también corto de equipaje, llenos mis ojos y el corazón de sentimientos, de temblores, de gozos y dolores. Campana de aviso de partida sin retorno mezclada con campana de tender de trenes perdidos que pasaban rigurosamente fuera de hora, inoportunamente, en medio de la rebelión, para llevarte al orden establecido, a la libertad dentro de un orden, al mortal aburrimiento de los días reglados como mandan los cánones, trenes que siempre perdí. Quiero campana de anís acompañando un bolero, rascada la del mono con ritmos de amor, cerrados los ojos soñando el amor, ecos y latidos de mi amor, guitarras tocadas haciendo el amor, sentidas serenatas de amor, que por amor no me quejo aunque cantar el amor es quejarse, que nunca se tiene bastante. Quiero campana de gres fundido en mi tierra, con mi agua, con mi fuego, prieto el abrazo entre todos ellos, tin-tin de mi comida que ya no preciso.

Quiero campana de tiovivo y con ella las risas de mis hijos crecidos, pero siempre chicos, sonidos que me llevo al más allá con mi último suspiro para, si revivo, sentirme y saberme vivo con su música inigualable.

Quiero campana de angelitos, risa y relinchos de mi nieta, estado de felicidad pura y sin trampas. Quiero carracas de Viernes Santo, campanas del otro mundo, matraca del terremoto que pone fin a mis tinieblas, que sella mi pasión y remata mi tránsito de este calvario a días, llevándome al Tabor de la Transfiguración. Quiero campana de monasterio llamando al «Miserere», compuesto en el gemir continuado de mi vida, queriendo conmover a Dios -que me perdone si llego hasta el final errando- que es lo mío, para que me deje pasar, Misericorde, que es lo suyo.

Quiero campana de romería de Sant Pere y Sant Miquel, de Sant Joan y La Estrella, de la Mare de Deu de la Font y Vallibana, del Rocío y de Sant Yago, de «matxá» de Sant Antoni, campos y fuego, rezos y cantos, ayunos y excesos, «solitud» entre millares, rica vida interior para recordar a los míos. Quiero campana de Santa María de Benifassá, con toque «de Ángelis», y eco de la Aurora, acompañada del fragoroso silencio de la Tinença y las voces de ángeles de carne y hueso de la Cartuja que pidan por mí, la frente en el suelo, devotas con influencia, «intercédite pro nobis». Campana de «Maitines y Laudes», suspendido el tiempo en la genuflexión, recreados en el Nombre del Señor, levitado el cenobio en el momento del Alzar a Dios.

Quiero campana de toque de queda, por obligado descanso, suave y lenta, que no es el mismo tocar cuando alguien viene que cuando uno se va, largo el son, perdiéndose en la noche última, carita de invierno estremecido, escalofrío de soledad. Quiero campana del Cristo de la Agonía, gimiente, aún débil Hombre, queriendo pasar de este trance y por Él redimido y remitido mi dolor último. Quiero campana de pueblo inundado bajo las aguas, toque con sordina - «De profundis»- para el recuerdo quedito y suave. Quiero campana de ermita en el monte perdida, llamada de peregrino, mientras me vais dejando, leves cenizas al viento, por mi mejor camino.

*Artículo de Pedro Gozalbo, inédito, que dejó escrito para cuando muriese. Gozalbo falleció el pasado miércoles 13 de junio.