José Monfort Gil fue un gran emprendedor en Forcall, donde vivía con su familia. Alpargatero de profesión, impulsó la creación de una cooperativa con otros vecinos y realizó viajes a Terrassa para vender sus alpargatas. Cuando llegó la República participó activamente en el ayuntamiento de su pueblo, lo que le marcaría mortalmente para el futuro.

Al acabar la Guerra Civil la familia tuvo que dejarlo todo y huir. No solo ellos, numerosos vecinos, que en caravana de carros fueron de pueblo en pueblo en dirección a Valencia para salvar la vida. Pero llegó la trampa, esa en la que Franco atrapó a miles de personas, esa promesa de que no habría represalias para todos aquellos que no tuviesen delitos de sangre. José y su familia volvieron al pueblo, pero poco tardarían en ir por él para meterlo en prisión. Allí estaría más de un año hasta que lo fusilaron. Tenía 42 años.

En la cárcel, José Monfort intentó mantenerse mentalmente activo escribiendo poemas. Su esposa acudía a la cárcel para llevarle comida y se llevaban de recuerdo esas poesías que hoy guarda la familia con especial devoción. De hecho, asegura que se formó un grupo de poetas entre los presos que se hacía llamar Los Ratones.

Cuando lo fusilaron no hubo aviso previo, la familia se enteró al ir a llevarle comida y ropa limpia. José Monfort, fiel a sus ideas, no se confesó, siendo enterrado en la fosa del cementerio civil. Como tantos otros, los años posteriores a su muerte fueron una tortura para la viuda y sus dos hijas, con 5 y 12 años cuando fusilaron a Monfort.