El comandante Hornero era hermano de Antonio, presidente del Centre Excursionista y el montañero que descubrió las pinturas rupestres de la Cova Matutano de Vilafamés. El oficial se manejaba con los mapas del Instituto Cartográfico Nacional y, en virtud de oficio y parentesco, un día tuvo que resolver una cuestión peliaguda para los castellonenses. ¿Cuál era el punto más alto de la Región Militar de Levante: Penyagolosa, en el Alcalatén, o el Alto de la Barraca, en el Rincón de Ademuz? La respuesta, digna del juicio de Salomón, fue la siguiente: los 1.836 metros de altitud en el interior de la provincia de València, tocando Aragón, eran una elevación algo superior a los 1.814 metros de la montaña castellonense. Sin embargo, el Alto de la Barraca no era un pico, era un cerro, y ahí estaba el quid de la controversia. El promontorio de la Puebla de San Miguel, como todo el Rincón, resulta ser una estribación de la aledaña sierra de Javalambre, que fácilmente alcanza los 2.000 metros de altura en el vecino Teruel. Según el comandante Hornero, no cabía más discusión, el techo regional estaba allí, en lo alto de esa loma suave y accesible, pero el pico más elevado del antiguo reino valenciano seguía siendo Penyagolosa.

Los nombres de la montaña

El macizo, según la rondalla que contaban los penúltimos masovers, se lo repartían cuatro municipios gracias a cuatro ancianas que alcanzaron la cima antaño. Eran -y son- Vistabella del Maestrat, Villahermosa del Río, el Castillo de Villamalefa y Xodos; una quinta, Llucena, también intentó subir, pero, más vieja y ajada que las demás, no lo consiguió, y se paró a descansar en el Mas de Montoliu. Esta historia, nebulosa como tantas otras, muy bien puede corresponderse al hecho de que este último término municipal había integrado al de Xodos hasta la Edad Moderna, cuando, ambos acabaron segregados, con dos ayuntamientos y el nuevo, aunque más pequeño, con la Lloma Bernat, el Tossal de les Pomeres, el Avellanar y el Marinet, quedó para siempre «a un pas del cel».

Allí, junto al camino de ascenso al pico de Penyagolosa, se encuentra el Mas de Sanahuja, el que en tiempos pudo llamarse De la Rabassa, pero que a finales del siglo XIX mudó aquel nombre original por el del masover Sanahuja, un hombre de fuerte personalidad. Este mas, cuando sus propietarios de València lo pusieron en venta, fue el que los caciques de Xodos, tras la Guerra Civil, ambicionaron quedárselo con las peores artes. Pretendían adquirirlo, valiéndose de una calumnia: la presunta colaboración del Tio Manuel, el masover, con el maquis. No lo lograron, su mujer, la Tia Francisca del Mas Farsa, luchó para que los Monfort fueran los dueños. Ahora, tras la compra por parte de la Generalitat, todos somos un poco masovers.

Todos los «dioses»

El camino a la cumbre ya estaba hecho. En Penyagolosa todos los caminos llevan a Sant Joan, y alguna senda también a Sant Bertomeu del Boi. Estos, y no otros, son los santos cristianos que sustituyeron a los antiguos dioses de la montaña sagrada. O alguna cosa así quiso expresar otro masover indignado, cuando en 1959 vio aparecer a un grupo de castellonenses, con mosén Tonico Prades acompañado de un capellán castrense. Era el día de la fiesta la Ascensión y todos subían hasta la cima para instalar una réplica de la Lledonera en la hornacina del mojón, muy por encima del Bautista. Entonces, aquel hombre renegó: «Aquí ja tenim els nostres 'deus'!!!».