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Libertad de barra

No importarán sus muertos

La confrontación es una característica inherente al reino animal. Y mayoritariamente son los machos quienes combaten para revindicar hembras, territorio, alimento o estirpe. Luchas atroces, cruentas, a menudo mortales en las que los contendientes no reparan en los desperfectos físicos motivados por su propia irracionalidad.

Sin embargo, no pocos machos dominantes exhiben sus credenciales de poder a través de ritos, alardes y puestas físicas en escena con vistas de atemorizar a los potenciales rivales y advertirles de que la lucha no deparará buen resultado para un retador rebosante a menudo de testosterona que confía en que la energía de su juventud derrote a la experiencia de la madurez o de la senectud de su rival.

El hombre, lejos de mostrarse, por su presunta racionalidad, ajeno a estas prácticas, se erige como la especie más beligerante de la historia del reino animal y, lo que resulta más desalentador, no lo hace solo por prevalecer sobre sus prójimos, sino también por hembras y por territorio, casi ninguno por alimento y rara vez por hacer sobresalir su estirpe.

España, como un país más, tan exótico para los vietnamitas como el suyo para nosotros, presenta parecidos índices de preponderancia humana que el resto, solo que sus actores políticos y militares, por cercanos, se nos antojan más belicistas, más ávidos por ocupar pleniplotenciariamente la charca y esparcir sus heces para marcar el territorio.

Pero la hipnosis también abduce a los columnistas, y desenfocando las hambrunas reiterativas, incluso cansinas, consustanciales al cuerno de África, estas adquieren un rol secundario cuando irrumpe en escena Venezuela. Me pongo a mí como ejemplo de vocero condicionado por quienes han fomentado una fijación paranoide por aquel país como asunto de Estado y de conciencias y que sacude a España como si la excolonia todavía no lo fuera.

Es martes cuando escribo y acabo de recorrer las portadas de algunos de los principales periódicos europeos escogidos al azar, por sonoridad en mi memoria: Le Figaro, La France Soir, Il Corriere della Sera, The Times, Frankfurter Allgemeine y en ninguno de ellos he encontrado alusiones a Venezuela en las primeras noticias de cabecera, pese a que pudiera parecer, a tenor de lo narrado en telediarios y la prensa española, que Europa está que no caga con Venezuela y que la declaración del reconocimiento de Guaidó supone para Europa el primer motivo de preocupación ciudadana cuando la realidad es que solo representa una colateralidad residual que no penetra en las opiniones públicas de los países cimeros y no cimeros del viejo continente.

Estoy hasta las papilas de Venezuela y no es que desatienda emocionalmente la situación de desabastecimiento básico existente entre los estratos más bajos de la población, que en poco difiere de la de Somalia, Sudán del Sur, quizá de la Malawi y de la de demasiadas zonas rurales africanas de allá y allá. Pero me causa rechazo lo que me es inoculado a la fuerza, desde una sola óptica, con interés partidista, con ánimo de favorecer las ideologías de esos cachorros neoliberales o directamente neofascistas que llevan mordiendo la tráquea de Venezuela desde que, casualmente, apareció Podemos en la escena partitocrática patria, porque hasta entonces la antiquísima colonia española representaba un país más, uno de tantos en los que gobernaba un régimen en las antípodas de la derecha española, como Bolivia, como Cuba, pero esos no habían financiado, presuntamente, al partido de Pablo Iglesias y no eran productivos como arma arrojadiza para crear conciencia anticomunista

No deja de ser lo de Guaidó un golpe de estado, un levantamiento unidireccional, aunque constituya pleonasmo; ese sí, una suplantación porque yo lo digo y mis amigos yanquis me avalan, del actual presidente legítimo, porque así lo determinaron unos comicios presidenciales realizados ante observadores internacionales en los que la oposición, quizá consciente de su derrota, quizá consciente de los largos tentáculos de Maduro para captar voluntades, optó por inhibirse y reaccionar desde la clandestinidad una vez obtenidos los apoyos internacionales.

El alzamiento presidencial de Guaidó sí ha supuesto un golpe de estado civil pese a la catarata de reconocimientos del bloque de los aliados, incruento por el momento, porque el hipopótamo aspirante a desbancar al dominante se ha hormonado con clembuterol estadounidense para adquirir masa con la que desposeer a Maduro de su preponderancia en el barro en el que, devenido a dictador extraviado, ha sumido a su país en una espiral de duelo que ha desembocado en éxodo, precariedad y radicalización de los extremos

En esta España venezolanizada se combate a diario, al parecer por esa pena histórica y solidaria (que no parece existir con el pueblo, también un día hermano, guineano ecuatorial, en manos de un dictador este sí arquetípico) que nos suscita un país que dejó de ser español por la fuerza hace apenas dos siglos, por ocupar el centro de la charca. Y si hasta hace menos de cinco años había solo dos hipopótamos que se alternaban en el control del harén, ahora son media docena los que exhiben sus incisivos para hacerse con la primacía y al menos cuatro de ellos asperjan mierda en modo ventilador, el PSOE entre ellos, siempre tan timorato, tan dijediego, con la bandera venezolana impregnando las heces, confiados en que el aroma será capaz de intoxicar las emociones una masa que cree tener libre albedrío sin reparar en su condición de víctima ideológica colectivizada de una estrategia propagandística burda y sostenida.

Son muchos los factores que han acabado por arrinconar al régimen de Maduro, entre ellos el ahogamiento económico al que lo han sometido los EEUU, pero al margen de esa congoja humanitaria que sufre la población venezolana, no se atisba en Europa esa penetración visceral en las fobias hacia su dirigente como pretenden hacernos creer desde España. No deja de ser un gesto institucional el reconocimiento del cachorrillo Guaidó como presidente; con ello, con esta solidaridad contra natura de las leyes, se puede estar propiciando un conflicto civil entre facciones que no derramará otra sangre que la de esos venezolanos a quienes unos y otros dicen defender y proteger sus derechos.

El objetivo último de EEUU, insensible a hemorragias de sangre ajena, pasa por promover una guerra civil en la que él pone las armas y los muertos Venezuela, el país a controlar en esta fase se la historia por sus ingentes reservas de petróleo. Y una mayoría de españoles, si eso ocurre, se pondrán del lado de Guaidó y poco les importará que los muertos en el conflicto sean descamisados si al final se consigue deponer al tirano.

Moriría un solo Sánchez, Padro, y un clamor de duelo monotemático provocaría un invierno nuclear de pesadumbre en nuestros corazones; podrán morir centenares, miles de venezolanos defendiendo su concepto de patria y el júbilo estallará entre vosotros si se acaban imponiendo las hordas de Trumpaidó.

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