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Entrevista | Julián García Candau

«Los 'oblidats' son vila-realenses que la historia ha tapado»

José Bono y el escritor Fernando Delgado presentarán el libro

Julián García Candau. F. BUSTAMANTE

Pregunta. ¿Qué motiva la escritura de este libro sobre Vila-real?

Rrespuesta. Lo que está en este libro es un repaso del Vila-real que yo conocí, en el que crecí, y es un relato costumbrista en el que aparecen personajes del pueblo, actividades de aquella época, los teatros, las lecturas que teníamos...

P. ¿Y dónde empieza ese relato costumbrista?

R. Pues empiezo en la calle Mayor, a espaldas de Sant Pasqual, y con el primer edificio que tropiezo es el de los carlistas, y explico la historia de los carlistas, a los que Franco sumó al Movimiento Nacional, pero el decreto de Unificación ellos no lo toleraron nunca y entonces nunca se pudo llamar Casino Carlista y lo llamaron Casa de España. Y entonces cuento la historia de los carlistas de esa época, lo que hicieron y lo que dejaron de hacer, las costumbres que tenían...

P. Entonces, a nivel literario, ¿se sirve de los edificios para retratar las historias humanas?

R. Claro. Entro un poco más en la calle y me encuentro con la reina de las fiestas, una ferretería donde se vendían los libros de texto para el ingreso en bachiller, y era una ferretería, que se llamaba la casa ojo, porque había un señor que tenía un ojo malbaratado. Más allá estaba el edificio de los Luises, donde había un pequeño teatrito en el que se representaba el Belén o los juicios a Cristo, luego el Gran Casino, donde había los primeros grandes bailes de sociedad. Un edificio que quizás es el más importante que hay en Vila-real ahora mismo.

P.Y llegamos a la Tagoba...

R. Debajo estaba el Club Taurino y había una sociedad que se llamaba la Tagoba, que se debe a los nombres Tárrega, González y Barrachina, que eran tres músicos, y había un teatro, cuyo dueño era Paco el Baró, y organizaba festejos y en el libro relato alguna cosa tan curiosa como que un día cantaba una que se llamaba Pilar Martín y en la segunda parte del espectáculo esta salió a cantar con la música de un himno carlista: «se senten els clarins i el rei ens crida ja...» ella salió con otra letra que decía: «Paco el Baró li diu a la Pilar Martí, cent duros jo te done si vols gitar-te en mi, i la Pilar Martí, com és tant descarà, no vol ningún carliste bomba, vol un republicà».

P. Y al final del recorrido, se llega a la Plaza Mayor...

R. Se llega a la plaza Mayor donde hay un edificio que hay que recuperar, que es el Hostal del Rei, en esa plaza de arcos que era cuadrada y que la malbarataron unos...bueno... unos sin sorbo, que la rompieron, la estropearon, bueno... era un ejemplo de plaza gótica cuadrada, que se estudiaba en escuelas de arquitectura porque lo normal en esa época era que las plazas eran rectangulares, no cuadradas, y allí había tres tabernas, que eran tres destilerías de aguardiente, el único kiosko del pueblo, en el que se repartían los periódicos y en el que se vendían las novelas de la época, fundamentalmente del oeste.

P. Pero ya no hay mucha gente en Vila-real que recuerde este paisaje.

R. Ya no hay mucha gente, no. Algunas de las historias que cuento son de mis abuelos, que me las contaron y allí está, por ejemplo, lo que significaba la biblioteca municipal, que era de dónde salía la cultura del pueblo, pero yo aprovecho para contar cosas paralelas. Cuando yo cuento lo de las novelas del oeste, aprovecho para contar quiénes eran los autores, que eran en la mayoría represaliados de la República que tenían que firmar con pseudónimos, Marcial Lafuente Estefanía, alguno como Eduardo Guzmán, que fue director de un periódico anarquista durante la República... En definitiva, alrededor de estos edificios yo cuento historias, como unos que en un bou per la vila que salió manso lo pusieron en la cárcel, ¡al toro! y el que lo cogió por los cuernos fue Miguel Marcet, futbolista internacional en el RCD Espanyol.

P. Pero, además de historia, también rescata del olvido a personajes ilustres.

R. Sí. En la segunda parte del libro está lo que yo llamo els oblidats. Es decir, vila-realenses a los que la historia no les ha hecho justicia, a los que la historia ha tapado y que son muertos como si no hubieran existido, ya que contra ellos ha habido más que el olvido, que es lo más importante.

P. ¿Cual es el primero que se le viene a la cabeza?

R. Pues un señor, que se llamaba José Bort Albalat, que yo lo conocí personalmente el día que vino del exilio. Aterrizó en Madrid y don José Ortells, el escultor, me invitó a que le acompañara al hotel donde iba a estar su amigo. Este hombre es el primero... mira, el arma de aviación no existía como arma separada y en la República, en la guerra, se crea el arma de aviación y se crea la sanidad de aviación, cuyo primer jefe fue don José Bort Albalat. Fue un hombre tan importante, que fue el creador como ejemplo mundial de las avionetas medicalizadas, ya que fue la primera vez que se usaron para trasladar a los heridos graves, creó un gran hospital en València, creó una red de hospitales para el ejército del aire, tuvo a sus órdenes al doctor Trueta, creador de un sistema de curación de la heridas de guerra que exportó a Inglaterra.

P. Y también está Pasqual Villarreal.

R Pasqual Villarreal, yo acudí a su entierro, junto al profesor Tierno Galván, junto a José Bono, Donato Zuejo, Raúl Morodo, sus hijos, mi hermano y yo. Este señor, cuando vino del exilio, que vino de Chile, montó una papelería al lado del instituto y la gente no sabe quién es. Es un personaje que está en los libros de historia de la Guerra Civil y cuya historia es casi increíble.

P. ¿Y del mundo del deporte?

R El deportista más importante de Vila-real se llama Antonio Mata Guinot. Fue boxeador de los pesos pesados y está en las portadas del Mundo Deportivo de la época, él es un gran campeón, boxea en Nueva York, en Miami, en Chicago, en Puerto Rico; hasta el punto que, él medía uno noventa y pico y cuando Paulino Uzcudun tiene que boxear contra un tío grande, como este es amigo suyo, le pide que haga de sparring. Pero no es un telonero, o un cualquiera. Pero este pobre hombre, cuando empieza la guerra, lo hacen miliciano, pero él no participó en ningún hecho delictivo. Tanto es así, que cuando lo juzgan, acuden como testigos don Alejandro Font de Mora, el abuelo del expresidente de les Corts, y el boticario. El caso es que lo condenan a muerte, pero tuvieron que pegarle dos tiros en la celda, porque no había quien lo sacara de la celda. Y encima, cuando a través de Uzcudun la familia consiguió el indulto, lo guardaron y lo mataron igual y a la familia le dijeron que qué pena, que había llegado tarde.

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