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Magdalena a la contra

Parte de algo

De pequeño pensaba que los de las gaiatas eran pobres. Esa idea germinó en mi cabeza porque llamaban a la puerta, nos daban un llibret y mis padres pagaban lo que fuera, mis padres les daban dinero. Yo pensaba que estaban pidiendo limosna, me parecía un poco raro, me daban pena los de la gaiata, me invadía la ternura incómoda que te provoca el sufrimiento de un extraño. En esa época a las puertas no llamaban repartidores de comida a domicilio, eso no existía. Cuando llamaban era para pedir dinero, a menudo, y eso se está perdiendo.

Alimenté una fobia al timbre de casa. Venían mucho niños vendiendo papeletas de Navidad, el proto-Halloween, que tampoco existía eso. Una vez vinieron dos que conocía de vista pidiendo firmas para que construyeran un campito de fútbol en el descampado de al lado de la plaza Cometa Halley. Mi padre firmó y les deseó suerte: construyeron una iglesia.

Una tarde llamaron unos testigos de Jehová. Mi madre conocía a uno del trabajo, así que les hizo pasar, sacó merienda y ocuparon el sofá durante un buen rato. El testigo que no era amigo de mi madre estaba flipando, porque por lo visto por ahí normalmente les iban insultando.

A mí el llibret de la gaiata, que era la 13, me gustaba mucho leerlo. No entendía bastante, pero lo leía todo, hasta unos poemas que solían ser bastante engolados. Veía las fotos, las entrevistas a las madrinas, que me encantaba que hubieran ido a mi colegio. Disfrutaba viendo los comercios que se anunciaban. De alguna manera verlos ahí significaba que eran de los míos, que eran de los nuestros. Me parecía un mundo fascinante, ajeno y cercano al mismo tiempo. Al final ser de una gaiata no es nada diferente a ser de un equipo de fútbol, ser un patriota o un testigo de Jehová. No es más que la necesidad natural que sentirse parte de algo.

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