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Opinión | Las cuarenta

Volver a empezar

Apenas sin tiempo para celebrar la permanencia más agónica de la historia, con la prórroga añadida de los recursos administrativos en su contra, se ha hecho público el divorcio en la dirección del Club Deportivo Castellón que algunos veníamos anunciando, marujas que somos, a riesgo de ser acusados de desestabilizadores y delitos de lesa patria. Nada tan grave como hubiera supuesto callarnos ante la que se nos viene encima.

Abrieron fuego Dealbert y Pablo apartándose a un lado por discrepancias; después vino Garrido a recordarles a todos para lo que fue llamado: poner dinero, y enseguida ejercer como tal y mandar sin contar con socio alguno, para bien y para mal, afeando cuanto consideraba que se apartaba de su modelo de gestión, tan unipersonal, unívoco y egoísta que no deja ni participar de la ampliación de capital ni de sus errores, que son como el club, sólo suyos, Guerrero incluido. Y ahora, ya, sin reparo alguno, con los primeros poniendo a parir a su otrora inversor.

Mucho menos visceral y escogiendo bien dónde y cómo lo decía, Montesinos abandonaba su sumiso papel y reconocía las diferencias con el propietario, se emancipaba y lanzaba el globo sonda de una posible compra de sus acciones. No tengo claro si le ha salido bien la jugada, porque cuenta con el respaldo y agradecimiento de toda la afición, el mío incluido, pero eso no suma euro alguno para su causa.

Todo un bumerang, en tanto que Garrido ha anunciado que está dispuesto a vender solo a Montesinos, pero lógicamente con fecha de caducidad. Sibilinamente apela a la vanidad del empresario castellonense. Claro que tiene dinero, nos viene a decir. Pero le está preguntando a toda la sociedad local, y en especial a la afición albinegra, si el parné está a disposición de un club que, amén de haber pagado la deuda con Hacienda, tampoco deviene una herencia feliz por su acumulación de impagos a proveedores y el concurso de acreedores latente. No son sólo los 2,3 millones que quiere Garrido, son los que hacen falta para el día a día. Y no deben ser pocos. Montesinos tiene la palabra. Pero si no los pone, por muchos cariños mediáticos que compre, no habrá hecho otra cosa que reforzar a Garrido.

Y ya que en ello estamos, con todo lo nefasto y dictador que es Garrido, me extraña que nadie se acuerde de cómo apareció en escena. Lo hizo de la mano del director general Jordi Bruixola, a lo que se vé sin conocer de verdad a quién traía y sin que le pidan ahora responsabilidades por ello. Por eso, si no fuera Montesinos quien comprara, o solo fuera el puente para una tercera vía, sería de esperar que se busque con criterios distintos, más rigurosos. O al menos se cambie de intermediario, que este nos está saliendo más caro de la cuenta.

El convenio de cesión de Castalia. Desconozco si el presidente del Castellón ha llamado ya a Amparo Marco. No ya para disculparse por las amenazas que recibió la alcaldesa; ni siquiera para felicitarla por el resultado de los comicios, que se supone llevan implícitos un soporte mayoritario a sus exigencias de transparencia al club antes de cerrar un nuevo convenio de cesión del estadio. Ya que nunca lo reconocerá públicamente, Montesinos debiera agradecerle en privado que gracias a su insobornabilidad, ahora no se ha encontrado Garrido con el regalo de un arma para negociar todavía más al alza el traspaso de sus acciones.

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