A. G., Valencia

Los últimos estudios en onomástica dan cada vez más valor a los malnoms (expresivo término valenciano, traducible al español por apodo) como origen de muchos apellidos y topónimos de la Comunitat Valenciana. Dos ejemplos: los expertos calculan que más del 10% de apellidos de los siglos XVIII y XIX procede de motes y el 20% de los topónimos (nombres de lugares) valencianos tiene su explicación en estos sobrenombres con connotaciones peyorativas. Los datos los aportó ayer el presidente de la sección de Onomástica de la Acadèmia Valenciana de la Llengua (AVL), Emili Casanova, que participó junto a otros académicos, profesores y cronistas locales en el XXXV Col·loqui de la Societat d'Onomàstica, que se inauguró ayer en el monasterio de San Miguel de los Reyes.

Uno de los proyectos presentados durante el encuentro, señaló el catedrático, es la compilación sistemática de todos los malnoms valencianos. El trabajo durará varios años, está coordinado por la Universitat de València y contará con una subvención de la AVL. Ya hay preparado un grupo de colaboradores para la investigación de campo, agregó Casanova.

La iniciativa puede parecer menor, pero los especialistas -incluido el referente absoluto en España, Joan Coromines- incurren en ocasiones en errores al explicar topónimos o apellidos debido a que confunden con otra cosa lo que realmente es un mote, abundó el académico.

Con un ejemplo se entiende mejor: Alquería de Conna. Coromines pensaba que se trataba del nombre de un enclave, pero en realidad Conna es un malnom relacionado con que así se llamaba a la corteza del tocino. Si se tiene en cuenta que al lado de este lugar estaba la «casa del cansalader» se entiende más fácil. «Son cosas poco científicas, pero que despistan», apostilló Casanova. La «poesía fósil» de los topónimos se va, así, descifrando.

Algo similar ocurre con los apellidos. El misterio de muchos de ellos está en apodos históricos. Investigaciones recientes han calculado que más del 10% de los patronímicos de la Valencia del siglo XVIII y parte del XIX son verdaderamente malnoms. Sucede habitualmente con gente de clase baja, que o no tenía apellido o el mote era mucho más conocido que este, de manera que fue el que pasó al catastro. «Granera» o «taronger» son ejemplos. Un caso curioso es el de «maulet» (los partidarios del Archiduque Carlos: «De apodo pasó a apellido y luego desaparece. Duró 150 años».