Basta situar el concepto de populismo en las afueras de las ciencias sociales para codificar lo que ocurre estos días en el Valencia de Manuel Llorente. Eso sí: con el permiso de los señores Bravo (Dalport) y Soriano (de voluntades hercúleas para someter el club a sus desvelos). Llorente explota rasgos antistatu quo, muy a su pesar, supongo.

Primero. Se ha desviado alguna legua de la hoja de ruta trazada para estabilizar al club y apartarlo de la suspensión de pagos, pese a los intereses de los acreedores y de la élite política. Permanece firme, sin embargo, en su apoyo a la ampliación de capital para no romper todas las amarras.

Segundo. Los procedimientos del antiguo directivo de Mercadona tienen como objetivo inmediato movilizar a la masa de aficionados y proporcionarle expectativas crecientes. Es una pirotecnia que Llorente y los militantes de Mestalla saben ficticia, pero que se retroalimenta: vivir en un imaginario es más bello que afrontar los problemas reales.

Tercero. Llorente instrumenta un subproducto ideológico de amplio espectro emocional en el que se apela a la grandeza del pasado y del presente y en el que se ofrece la cabeza de Villa en el ritual purificador como elemento de cohesión. El jugador ha pedido marcharse insistentemente sin que el actual presidente del club claudique. En el mercado de la compraventa de carne y de las habilidades particulares de sus propietarios, la tozudez de Llorente frente a Villa se asemeja a una tortura china, pues está salpicada de intermitencias destructoras.

En todo caso, la disociación última de Llorente con las oligarquías que diseñaron el guión para salvar al club de la bancarrota se ofrece como una nota populista aunque sea consciente el presidente de que sus lanzas son de fusta y habrá que arrumbarlas tarde o temprano. Bajo el escudo del Valencia o fuera de él. No se ha de perder de vista que el frente "llorentino", de raigambres enajenadoras, discurre paralelo a las oscuridades sobre las que emerge Dalport, en ese sainete que viaja de Las Vegas a Uruguay, recala en Boadilla del Monte y se exhibe en los mercados financieros sobre unos bonos verdes y pintorescos. ¿Pretenden Soriano y los demás guillotinar la ampliación de capital al igual que pretende Llorente revestirse de fugaces glorias personales impidiendo el traspaso de algunos de los jugadores y saboteando algunas de las iniciativas tomadas para sanear el club? Son las dos preguntas que penden ahora sobre el Valencia, donde hay demasiados reyes. Algunos con plaza y otros ansiosos por obtenerla.