Como los hechos son sagrados y las interpretaciones libres, convenía amoldar los hechos a la versión más interesada para encarrilar las interpretaciones. Ésa es la filosofía propagandista que guió a los nueve prohoms de Valencia, Cataluña y Aragón reunidos en Caspe en 1412 para elegir al sucesor de Martí l´Humà —sin descendientes vivos— en el trono de la Corona de Aragón y poner fin al interregno de casi dos años con vacío de poder. Aquel choque de intereses enfrentaba a siete pretendientes a la Corona. Pero, además, en la trastienda del cónclave se movían asuntos tan cruciales como el futuro del antipapa Benedicto XIII, el Cisma de Occidente de la Iglesia, la geopolítica de la pujante Corona de Castilla o los intereses económicos del comercio de la lana entre ambas monarquías peninsulares.

Ello obligó a una votación entre los nueve compromisarios que entregó el trono de la Corona de Aragón al infante de Castilla y cabeza de la dinastía Trastámara, Fernando de Antequera. Aquel acuerdo (interpretado en clave de desfeta nacional por la historiografía nacionalista) se alcanzó por la mínima: Sólo 6 votos a favor (con al menos uno por cada parlamento), el mínimo exigido. Sin embargo, los compromisarios se esforzaron por ocultar aquella división y quisieron trasladar una imagen dulcificada, manipulada, de concordia y unidad, que alejara la división, la tensión y el resquemor entre los bandos derrotados.

Ésa una de las conclusiones alcanzadas por el catedrático de Paleografía y Diplomática de la Universitat de València, Francisco Gimeno Blay, en el libro que hoy mismo presenta en Caspe bajo el título El Compromiso de Caspe (1412). Diario del Proceso. La obra es fruto de su hallazgo en Valencia, en 2010, del diario original de las sesiones celebradas en Caspe entre el 29 de marzo y el 28 de junio de 1412.

En esta primera edición crítica del dietario histórico del Compromís se destaca la dulcificación de la historia que practicaron. «El texto del diario transmite un clima de sosiego y tranquilidad exento de tensiones en las sucesivas sesiones que condujeron a la elección del futuro rey, llegando incluso a cancelar en ocasiones expresiones de las cuales se pudieran derivar enfrentamientos en tiempos venideros. Resultan elocuentes, en este sentido, las cancelaciones practicadas sobre algunos pasajes en los que la primera versión denunciaba las impugnaciones de los derechos sucesorios de los diversos aspirantes presentadas por los abogados del conde de Urgel», escribe el autor.

En opinión de Gimeno, esos silencios son muy premeditados y van encaminados a «evitar la discordia y el surgimiento de enfrentamientos y tensiones entre los defensores y detractores de cada uno de los aspirantes al trono, así como favorecer la armonía y el entendimiento». También proliferan expresiones como «unánimemente», «de forma concordada» y «sin discrepancia de nadie», para fortalecer la imagen de cohesión.

Actas mudas y sermones políticos

La propaganda, como refleja el diario de sesiones analizado, se utilizó en más ámbitos. Por ejemplo: la sentencia arbitral, el acta original del acuerdo que leyó Sant Vicent Ferrer en donde se proclama rey al candidato castellano, omite que se produjera una votación y así calla la división interna. «De hecho —añade Gimeno— no se han conservado los votos originales, y sospecho que los escondieron o destruyeron para no conservar la memoria de esa votación».

Además, los sermones de Sant Vicent Ferrer —un experto en la materia— iban cargados de connotaciones políticas. El del 17 de abril, en los momentos previos al juramento de los compromisarios, focalizó la prédica en el versículo de Juan 10, 16: «Habrá un solo rebaño, un solo pastor» (léase: Hay que eligir un rey para seguir unidos bajo el mismo proyecto político). Y en el sermón del 28 de junio, el día del anuncio de la elección, habló del Apocalipsis, mientras los interesados insistían en los males que podían abatirse si los perdedores del Compromís se alzaban en armas.

En el diario de sesiones también hay repetidas alusiones a la supuesta intercesión divina como argumento de autoridad para justificar el acuerdo. También se utilizaron los símbolos y el atrezzo adecuado (como cuando la guardia enarboló el estandarte real nada más anunciarse la elección) para trasladar la imagen de unidad y serenidad. Mirando al futuro, intentaron vender como fraternal un pacto que evitó la guerra. Sin embargo, el maquillaje para la historia no impidió que, tras el Compromís de Casp, el frustrado Jaume II d´Urgell —el candidato catalán— se rebelara y después acabara condenado a una cadena perpetua que lo llevó a morir olvidado en la prisión del castillo de Xàtiva en 1433.