Levante-EMV

Levante-EMV

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Los rostros del «crack»

Vidas tras el desahucio

Las secuelas de un lanzamiento judicial en cinco familias muestran cómo transforma la pérdida de una casa - Amparo sigue lastrada por las deudas y Viviana y Virginia han tenido que dejar España

Vidas tras el desahucio

1. Las réplicas del terremoto. Eran días de vino y rosas. Y de hipotecas gordas. Amparo Delgado, animada por su pareja „«que luego salió huyendo»„, firmó dos préstamos de 400.000 euros en total para comprar una casa vieja en Rafelbunyol, echarla abajo y levantar una unifamiliar de tres plantas. Corría el 2008, el año en que no había crisis para el presidente Zapatero, y ella ganaba dinero con su una empresa de reformas. «Todo funcionaba perfectamente», recuerda. Sin embargo, el vino se agotó y las rosas se marchitaron cuando los dos se quedaron en el paro. Pero la hipoteca siguió creciendo. «Una barbaridad al mes», resume ella. Más de un año sin pagar la hipoteca desencadenó el proceso judicial, que se mezcló con una desgracia personal: «Me ingresaron en el hospital por tres aneurismas cerebrales. Todo se complicó». ¿Estuvo relacionado con el proceso de desahucio? «No lo sé. Pero al final todo sale€», responde Amparo. Era 2011 „hace cuatro años ya„ y Amparo fue desahuciada.

Se marchó de la casa antes de que llegara el agente judicial y cambiara la cerradura. Cuando abandonaron la casa de Rafelbunyol y cerraron esa puerta por última vez, se mudaron a un piso de alquiler. Con el dinero de la pensión de su padre pagaban el arriendo: su padre, su madre, ella y la hija de su pareja. La tragedia sólo iba por el primer acto. Porque las secuelas graves vinieron después.

Cada mes, los bancos embargan dinero a la madre y la hermana de Amparo, que actuaron como avalistas. A su madre le quitan de la pensión; a su hermana, de la nómina. Y Amparo, que sufre una minusvalía del 77 % (por los aneurismas y otros problemas), trabaja para resarcir el dinero que los bancos retienen cada mes a sus familiares. Unos 800 euros al mes por una casa que se esfumó y fue subastada en 2011 por 110.000 euros, casi cuatro veces menos de lo que costó. «En fin, un desastre. Yo trabajo para pagar la deuda. Y gracias a mi actual pareja, que me acoge en su casa, puedo vivir. Porque no puedo tener nada a mi nombre. Pensé hasta en quitarme la vida para que la deuda fuera cancelada. ¡Hay que ver lo que una casa puede llegarte a afectar y cambiar tu vida!», exclama con los ojos húmedos y la voz aquejada.

Al futuro sólo le ve un camino. «Si la ley no cambia, ¿vamos a estar tantísimos españoles embargados de por vida? ¿Sin poder volver a empezar? ¿Nos hemos de ir de España?». Demasiadas preguntas para un vino amargo y rosas con espinas.

2. La amnesia del drama. La historia es tan cruda que hiere sólo con oírla. Paulina y Sergio, dos ecuatorianos, llegaron a España con veintipocos años. En 2005, trabajando los dos, compraron un piso en Valencia: 116.000 euros financiados al 100 %. Al principio, pagaban unos 500 euros al mes. Al final, con el Euribor al alza, la cuota se disparó a los 900. El Euribor subía, el trabajo bajaba. Tras unos meses sin pagar la hipoteca, se vieron acorralados. Estuvieron tres años de tira y afloja con el banco. Ellos perdieron su casa, pero „tras siete negativas„ lograron la dación en pago total. Y salieron del piso para buscarse la vida en alquiler.

Para firmar, su marido tuvo que salir antes de lo previsto del hospital, pues padecía quistes cerebrales que desencadenaron una hidrocefalia. La enfermedad le acarreó una ligera amnesia. Y olvidó lo principal. «Lo primero que nos pedía era ir a casa. No recordaba que había perdido su piso y sólo pedía que lo lleváramos a casa. No sabes lo duro que ha sido para mí decirle: ´Ya iremos mañana, ya iremos mañana€´. Había olvidado muchas cosas, pero no su piso. Y yo, que no quería que empeorase al recibir la noticia, no le contaba la verdad. No me atrevía. Le daba excusas. Hasta que tuve que decírselo: ´Cariño: esa casa ya la perdimos, ya no la tenemos´».

Abandonaron el piso hace un año y medio. ¿Cómo? «Ahora sonrío, pero no sé cómo pudimos afrontarlo. Vaciamos nuestra casa y lo acoplamos todo en el salón de la casa de mi hermana. Había que pasar de lado para poder entrar al piso», recuerda. Paulina, Sergio y su hijo se acomodaron los tres en una habitación. «Enseguida nos enfrentamos con un problema: ninguna inmobiliaria nos quería alquilar un piso porque figurábamos en la lista de morosos por el impago de la hipoteca».

Un mes después, con ayuda de la PAH, un «buen hombre» les alquiló el piso en el que ahora viven. Lo pagan con la pensión por enfermedad de su marido, que ha pasado meses hospitalizado y que asiste a diario a rehabilitación cognitiva. «La tenemos aprobada hasta febrero», suspira Paulina.

Se arrepiente de haber comprado el piso. «¡No te imaginas cuánto!», responde. «Pero es que te llamaban del banco y las inmobiliarias y te decían. ¿Cómo estás tirando dinero con el alquiler si puede ser tuyo pagando lo mismo?». Y mordieron el anzuelo. «Es muy duro perder el piso. Porque es algo tuyo. Han sido muchas horas extra trabajadas, muchos madrugones, mucho tiempo sin ver al niño cuando era pequeño para invertir en el piso€ Es bastante duro. Hoy en día intento no pensarlo. Pero siempre se te aparece un pensamiento y un suspiro se te escapa. Y piensas: ´Era algo mío y lo perdí´. Mejor dicho: me lo robaron, me estafaron».

3. Billete de vuelta. La chilena Viviana llegó a España en 2003 con un novio y cuatro maletas. Doce años después, tras perder el piso que se había comprado en Valencia, se vio en el aeropuerto con un billete de vuelta a Chile, un marido, un hijo, un perro y seis maletas. La vida le había cambiado de los 24 a los 36. Al final, y por inesperado que parezca, para mejor.

A los dos años de aterrizar en España compraron el piso en Valencia por 126.000 euros. Les dieron un préstamo del 100 %. Tenían intención de quedarse arraigados en España. «Nos iba muy bien, con trabajo de sobra. Pero luego se hizo todo negro». Dejaron de pagar la hipoteca por el desempleo. O comían o pagaban el piso. Y eligieron lo primero.

Llevaban abonados unos 70.000 euros del piso, pero incluso así querían deshacerse de la vivienda. Su banco se negaba a la dación en pago. Hasta que Viviana se plantó en el banco y les expuso la disyuntiva: «Yo me voy y nunca más voy a volver a España. Ustedes deciden: se quedan con el piso o yo me voy, me llevo las llaves y no me pueden cobrar la deuda». Sólo así aceptaron. Y para cerrar el trato, les exigieron que sacaran los billetes de vuelta a Chile. Así se hizo. En la práctica fue como un desahucio sin deuda contraída. El pasado noviembre entregaron el piso y en enero de este año volvieron a Chile.

Tras vivir en la casa de una cuñada, ahora viven en casa de los suegros de Viviana, en Santiago de Chile, junto a ellos. No se han podido independizar. «Es como empezar de cero», precisa. Están ahorrando para pagar la entrada de un piso. A mitad de 2016 calcula que ya tendrán una vivienda propia.

Al regreso, todo ha ido mejor de lo previsto. Su marido empezó a trabajar al mes de llegar a Chile. Ella no tardó mucho más. Los dos tienen empleo: Matías trabaja de administrativo; Viviana es coordinadora de carrera en un instituto profesional. Su hijo, Benjamín, de 7 años y nacido en España, ya va cogiendo el acento chileno. «El cambio ha sido muy beneficioso para nosotros», destaca.

4. Hacinamiento y retorno. También se volvió a Uruguay Virginia. Pasó diez años en España. Fue desahuciada de su piso en alquiler en Alcàsser, a cuyo dueño no pagaba desde hacía dos años. Ella y su familia acabó viviendo en el domicilio de sus suegros, en Alcàsser. Allí habitaban tres unidades familiares: once personas en total hacinadas. Vivían de las ayudas y su situación era insostenible. Así decidieron regresar. Dos hijas retornaron en 2012. Los padres y el hijo, en 2013. «Fue duro empezar de cero. Fuimos a casa de un tío de mi marido», dice. Ahora viven alquilados. «No me arrepiento de haber vuelto. La sensación es fea y nadie piensa que el regreso a su país será de este modo. Pero, bueno „zanja„: la vida no es color de rosa».

Compartir el artículo

stats