Levante-EMV

Levante-EMV

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Investigación

Una nueva oportunidad para la excelencia

El centro de investigación biomédica insignia en la Comunitat se reestructura desde la base para salir del agujero científico y económico en el que cayó en 2011

Una nueva oportunidad para la excelencia

­El expresidente de la Generalitat Valenciana Francisco Camps lo presentó como la gran esperanza en investigación biomédica en su inauguración a mediados de marzo de 2005, el buque insignia que iba a poner a la Comunitat Valenciana en el mapa de la excelencia internacional en investigación médica. Grandes proyectos, científicos de relumbrón y, en cuestión de 6 años, un estrepitoso pinchazo. Es el resumen del ascenso a los cielos y caída del Centro de Investigación Príncipe Felipe (CIPF). Al menos, el resumen de la historia de sus primeros años.

Desde el ERE que en 2011 cercenó la plantilla echando a la calle a 113 personas (94 de ellos investigadores) y redujo a la mitad las líneas de investigación, el centro, pese a los augurios que casi anualmente lo daban por cerrado, sigue en pie. Física y moralmente.

Los primeros años tras el ERE fueron de supervivencia. Ahora, con nueva dirección desde el pasado 2015 y una reestructuración de objetivos, el CIPF quiere volver a ser lo que era o, más bien, una versión mejorada de lo que se planteó en un principio y que no funcionó.

El encargado de intentar reflotar la gran nave de la investigación biomédica de la Comunitat Valenciana ha sido Enrique Alborch. Doctor en Cirugía y catedrático emérito de Fisiología en la UV, lleva 13 meses al frente del Príncipe Felipe y solo da por buena la consolidación de las bases a partir de las que crecer.

Tiene claro lo que pasó y que debe tomar un rumbo totalmente diferente para no llegar al mismo puerto. «Para mí hubo falta de planificación científica y una inadecuada gestión que malograron el proyecto», dice sucintamente sobre los años que llevaron al ERE bajo la gestión del primer director del centro, Rubén Moreno. Evita escarbar en el pasado pero la exposición de las decisiones que se han tomado desde su llegada deja bien a las claras lo que entiende que no se hizo bien en su día y que les llevó a una «pérdida de prestigio». Eso sí, cree que se ha hablado poco de lo que pasó: «Si esto se hizo con una finalidad y se truncó, alguien debería de explicar por qué», asegura.

Lo primero que se ha hecho en este año es reestructurar el programa de investigaciones. Trabajar con lo que había pero organizando las líneas bajo cuatro programas paraguas que ayudarán a mejorar las sinergias entre los diferentes laboratorios.

Para ello, se contó con dos puntales que han avalado el proceso: un comité de asesores científicos (entre los que se encuentran Jesús Ávila de Grado, del Centro de Biología Molecular Severo Ochoa o Antonio Vidal-Puig, de la University of Cambridge) que han respaldado el giro en la estructura y el de los propios investigadores del centro. «Contamos con su opinión, no ha sido nada impuesto», incide Alborch.

Gracias a esa reinvención se han mantenido las 14 líneas de investigación que quedaron tras la purga de 2011 pero agrupadas en cuatro grandes programas: Bases Moleculares de Patologías Humanas, Neuroinflamación y Deterioro Neurológico, Nuevas Tecnologías en Investigación Biomédica y Terapias Avanzadas.

La idea es generar sinergias entre los laboratorios, mejorar la conexión con otros centros investigadores externos que estén en los mismos campos -ya se han firmado seis nuevos convenios con cuatro hospitales y dos universidades- y hacer los proyectos más trasladables a la práctica clínica: abrir los laboratorios para que el trabajo tenga una aplicación directa en la salud de los pacientes. Y todo, además, haciéndolo sostenible económicamente y «apetecible de nuevo para los propios investigadores y otros centros», según Alborch.

«Queremos dar un nuevo impulso, una nueva etapa para alcanzar el camino de la excelencia», asegura. El objetivo es recuperar prestigio y consolidar el trabajo ya hecho para conseguir el reconocimiento del Ministerio de Sanidad como centro de excelencia en investigación Severo Ochoa, del que ahora se carece. Sobre la mesa de dirección reposa el folio A3 con los requisitos ministeriales para conseguirlo. «Estamos en el camino pero aún falta», reconoce.

Como pasos para alcanzar el reconocimiento, primero se han de consolidar los grupos de investigación ya existentes para después aumentar las líneas. Sin embargo, Alborch tiene claro que si se llega a ser un centro de referencia se hará desde la concreción. «No hay que hacer de todo, sino hacer mucho en algo», asegura. El Príncipe Felipe ya destaca, de hecho, en enfermedades raras, entre otras líneas de investigación.

Financiación

El centro trabaja con un presupuesto que fluctúa entre los 13 y los 14 millones de euros. Para el año que viene, la Conselleria de Sanidad ha apostado por aumentar el presupuesto de los 4,4 millones de 2016 a los 4,7 de las cuentas de 2017. «No podemos echar las campanas al vuelo pero es un gesto», asegura Alborch. Esta pequeña ayuda y la mejora en la entrada de fondos externos a través del alquiler de infraestructuras les hace ser optimistas. Los servicios tecnológicos que ofrece el centro (como quirófanos experimentales) se vienen requiriendo en los últimos cuatro años «más del doble».

El objetivo es que las líneas de investigación puedan ser autosuficientes en un futuro aunque ahora estén al 50 %. «Para eso no solo tenemos que aumentar recursos sino también optimizarlos», remarca Alborch que está en negociaciones con la Universidad de Cambridge para abrir nuevas líneas de colaboración. «Nuestros recursos son ahora limitados y tenemos que hacer una muy buena selección» de los compañeros de viaje. Aunque, según asegura el director, ya son cada vez más los que llaman a la puerta del Príncipe Felipe.

Compartir el artículo

stats