Levante-EMV

Levante-EMV

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Inmigración

Freddy, el migrante que no sobrevivió

Un joven camerunés muere en València cuando trataba de buscar refugio en un piso vacío

Freddy, junto a un amigo.

Hasta finales de noviembre, llegaron a España por mar, en escuálidas embarcaciones de goma o de madera, las llamadas pateras, 19.983 migrantes. El doble que el año pasado. La mayoría, subsaharianos que huyen de la guerra y de la imparable conquista del Sahel por parte de los grupos yihadistas más salvajes.

A esas casi 20.000 personas, hombres jóvenes, otros que no lo son tanto, mujeres y niños, a veces bebés, hay que sumarles 161 que no lograron el sueño de pisar suelo europeo: murieron ahogadas antes de tocar tierra en un viaje desesperado que sólo tiene sentido cuando lo que se deja atrás es la nada.

Freddy Steven Djatche es uno de esos migrantes. Una historia anónima más. Una cifra. Pero, en su caso, no ha habido ni sueño europeo, ni final feliz. Freddy, camerunés de Duala, cumplió 25 años el pasado 7 de julio. Si hubiera sido rico, habría llegado a València por 800 euros y un viaje en avión de nueve horas. Pero no lo era, así que su familia pagó el dinero que la mafia de turno exigió y recorrió pacientemente los 5.496 kilómetros entre su ciudad y València, patera incluida. Fue en 2014.

«Él ni siquiera quería venir. Fue elegido por su familia para viajar a Europa y tratar de ganar dinero para mantener a sus padres, sus abuelos y sus seis hermanos». Lo explica Juan Biosca, director del Instituto Social de Trabajo (IST), dependiente del Arzobispado de València, que le dio cobijo en aquellos primeros momentos. Freddy no tenía oficio, ni beneficio. Ni papeles que le permitieran buscar un trabajo, así que se echó a la calle y empezó a ganarse la vida como gorrilla.

«Por poco que saquen, para ellos es una fortuna. Con 100 euros que envíen, una familia extensa como la suya puede vivir perfectamente durante tres meses», explica Biosca. Y eso hizo el camerunés con 22 años recién estrenados y todo un mundo por descubrir.

Los primeros 14 meses permaneció en la casa de acogida Peter Maurin que el IST tenía entonces en una alquería de Alboraia. Como él, había otros muchos hombres subsaharianos en circunstancias similares a las de Freddy. Pero él era distinto a la mayoría.

«Era un chico muy tímido, muy reservado. Le costaba mucho abrirse. Incluso hablar con otros jóvenes cameruneses. Era débil y estaba enfermo. Tenía problemas de movilidad en la pierna derecha». Tapita Ngwaka Eboa, camerunesa como él, no puede evitar la pena y la ternura cuando habla de Freddy. Tapita era entonces la encargada de la casa Peter Maurin. «Era muy callado, pero se le notaba en la cara todo el dolor que llevaba por dentro, el sufrimiento».

Freddy llegó a la alquería en septiembre de 2014 y permaneció allí hasta enero de 2016. Catorce meses durante los cuales recibió formación. Luego, se fue. El instinto de protección llevó a Tapita, que lleva tantos años en España que su excelente castellano apenas denota un ligero acento entre francés y africano, a invitar a Freddy a que se instalara en su propia casa, algo que no suele hacer. Pero el chico no quiso. Prefirió «intentar buscarse la vida por su cuenta».

Recaló en otra casa de acogida de València, regentada por una ONG que ha pedido explícitamente no ser nombrada en esta información. Al cabo de un año, le dijeron que se tenía que ir. La rotación habitual, basada en que todos deben tener una oportunidad. Eso ocurría en la primavera pasada.

«Sé que se fue a casa de unos marroquíes, pero no consigo saber ni quiénes son ni cómo lo trataban», dice Tapita, que saludaba al joven día sí y al otro también cuando cogía el autobús para ir al trabajo y se lo cruzaba en la Alameda, aparcando coches jornada tras jornada.

La muerte más absurda

El pasado día 4, cuando ni siquiera era consciente de que no lo había visto, llegó la peor noticia: Freddy había muerto. Corrió a la comisaría de Tránsits, donde le dijeron que se investigaba el caso, pero no le quisieron dar razón porque, aunque ella era lo más parecido a su única familia en España, no tiene papeles que lo acrediten. Ni en comisaría, ni en el juzgado.

«Su muerte no tiene sentido, necesito respuestas. Su madre necesita respuestas». Freddy fue encontrado, malherido, en el patio interior de una finca de la calle Pedro Cabanes. Nadie le conocía. La ventana del rellano entre el cuarto y el quinto piso que da al patio interior estaba abierta. Su presencia en ese humilde bloque de viviendas no parecía tener explicación. Y él ya no la puede dar porque, tras una larga agonía de 24 horas en la UCI de La Fe, fallecía debido a las gravísimas lesiones internas sufridas al caer accidentalmente al vacío.

Unos días antes, había habido un tropiezo con la policía y Freddy temía sobre todas las cosas al fantasma de la repatriación, del regreso a Camerún, del fracaso a ojos de su familia. La vivienda del último piso de esa finca lleva tiempo abandonada, así que todo apunta a que murió al caer cuando trataba de buscar refugio en ese piso escalando a través del deslunado. Al parecer, Freddy sólo buscaba un refugio donde la policía no pudiera volver a localizarle. Otro sueño africano truncado.

Compartir el artículo

stats