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Integración

El padre de Osman: "No me gustan las ayudas, quiero vivir de mi trabajo"

Atta Mohammad, el progenitor del niño refugiado afgano con parálisis cerebral trasladado el año pasado a València, renuncia a los servicios sociales y abre un taller de tapicería para ganarse la vida

El padre de Osman: "No me gustan las ayudas, quiero vivir de mi trabajo"

"Podría haber vivido de las ayudas de los servicios sociales, pero no lo ha hecho. Él quería ganarse la vida de su trabajo". El que habla es Felipe Perales, director del Centro de Acogida a Refugiados (CAR) de Mislata. Y a quien se refiere con esas palabras es a Atta Mohammad, el padre de Osman, el niño afgano con parálisis cerebral que fue trasladado en mayo del año pasado del campo de refugiados de Idomeni (Grecia) hasta València.

Atta ha decidido no conformarse con las subvenciones que le tocarían por su situación de asilado y, sólo un año y medio después de su llegada, ha abierto una tapicería en la calle Islas Canarias.

La llegada de Osman a España fue todo un acontecimiento mediático. Perseguido por los talibanes, Atta huyó de Afganistán a pie con su mujer y tres hijos. Uno de ellos, Osman, con 7 años y con parálisis cerebral. Atta recorrió más de 5.500 kilómetros -desde Kandahar hasta Idomeni- con su hijo cargado a brazos.

Las inclemencias del tiempo y las incomodidades del periplo dejaron al pequeño Osman en una situación crítica con continuos ataques epilépticos. Gracias a una campaña impulsada por la ONG Bomberos en Acción y a la mediación del Ministerio de Asuntos Exteriores y la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR), fue trasladado a València y tratado por los médicos y enfermeros del hospital La Fe.

Ha pasado solo año y medio de aquella odisea y Atta, lanzado por sus deseos de integración, ya ha abierto un negocio: un taller de tapicería. Atta aprendió el oficio con apenas 8 años para ayudar a su familia en pleno conflicto con la Unión Soviética en los años 80.

El CAR de Mislata le ofreció un curso de tapicería VIP (para coches de lujo o yates), según revela Perales, que le sirvió para lograr un contrato laboral por tres meses el pasado verano. Ahora, con más de un cuarto de siglo de experiencia en las labores de la tapicería, Atta no quiere volver a depender de las subvenciones: "No me gustan las ayudas, quiero vivir de mi trabajo".

Esta convicción le llevó a lograr el rescate de 3.000 euros que había ahorrado en Afganistán, alquilar un local con ese dinero y abrir la Tapicería Grau (c/Islas Canarias, 152), con un nombre que apela a uno de los barrios marítimos de València, en honor a la terreta que le dio "de comer", según confiesa.

Su devoción por el país que le ha acogido le ha llevado también a colocar una bandera de España en su taller. "Los españoles son personas buenas. Por cada mil que hay, sólo hay una persona mala", señala.

En solo tres meses desde que abrió el negocio, Atta ya ha calado en el entorno del barrio donde se ubica su taller. Saluda a los vecinos e incluso les pregunta por sus hijos. El garaje es modesto, pero Atta presume orgulloso de que todo su mobiliario se lo ha montado él solo.

Allí trabaja de lunes a sábado, de 9.30 a 21.30 horas, durante doce horas diarias en las que su profesionalidad permite que luzcan con elegancia los tapices de los techos, puertas y asientos de los coches de sus clientes, aunque también se ofrece para tapizar sillas, sofás, barcos o motos.

"Después de cubrir la primera fase desde que llegó, Atta tendría derecho a una segunda fase de ayudas, pero él quiere trabajar. Es un esfuerzo digno de alabar que esté trabajando así para sacarse las castañas del fuego", destaca Perales.

En su condición de asilado, Atta podrá obtener la doble nacionalidad dentro de tres años y medio -cinco desde que llegó a España-. Sus hijos, según revela, ya hablan español e incluso valenciano. En el horizonte tiene un objetivo: conseguir traer al hermano de su mujer, que "tiene problemas con los talibanes" en Afganistán. En su valor, y su nuevo taller de tapicería, ha depositado ese ansiado futuro.

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