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Voluntarios

Lección de vida en el 'Aquarius'

El personal sanitario de la conselleria aprueba con nota una operación de emergencia "que no tenía referente alguno"

Lección de vida en el 'Aquarius'

Para hacer alusión a eventos destructivos se pueden usar indistintamente los términos de catástrofe, desastre, emergencia o accidente. Y la «Operación Esperanza del Mediterráneo» reunía todos estos términos definidos en la Real Academia de la Lengua Española (RAE). Era urgente (porque había necesidad o falta apremiante); era una emergencia (porque había situación de peligro que requería una acción inmediata); era desastre (porque había una desgracia grande, suceso infeliz y lamentable) y era catástrofe (al ser un suceso infausto que alteraba gravemente el orden regular de las cosas).

Cuando el Gobierno central comunicó que las 630 personas migrantes a bordo del «Aquarius» llegarían a València se puso en marcha un dispositivo sanitario que aún continúa. Un total de 150 trabajadores de la Conselleria de Sanitat Universal y Salut Pública se presentaron voluntarios para atender a los recién llegados.

Dos semanas después, Levante-EMV entrevista a diez de ellos, a una muestra representativa de los trabajadores de la conselleria que se presentaron voluntarios, que cambiaron turnos, hicieron uso de días de libre disposición o aprovecharon su tiempo de descanso para trabajar más de 36 horas con 630 personas que llevaban días a la deriva en un mar que los tenía amenazados de muerte.

Acuden a la cita con la satisfacción del trabajo bien hecho. Impecable. Representan a los 150 compañeros que, como ellos, dieron el do de pecho ante una tragedia jamás vivida en la Comunitat Valenciana. Esa es la primera aclaración. No quieren ser protagonistas de nada, pero lo fueron todo para 630 personas. La huella es imborrable.

Se llaman Antonio Félix (médico y coordinador del operativo); Antonio Gil (médico destinado a coordinar el área de valoración); Asrih Koubia (técnico SAMU, conductor y asistente destinado al área de pediatría y a labores de traducción); María Terrasa (pediatra); Jesús Pons (médico y coordinador del puesto de mando avanzado); Begoña Llavata (enfermera SAMU, encargada del triaje en los barcos junto a Sanidad Exterior); Aurora Sánchez (locutora del CICU); Begoña Polo (pediatra), María José Bonet (coordinadora del soporte de tarjeta sanitaria) y Javier Roig (del área de epidemiología de salud pública).

No quieren colgarse medallas pero deberían llevar varias al cuello. Y es que se enfrentaron a una situación de la que no tenían referente alguno. Y lo hicieron de 10. «El martes empezamos a objetivar el dispositivo. Es algo muy similar a lo que son los accidentes con múltiples víctimas o catástrofes, pero no es igual. Era necesario adaptar los protocolos que tenemos establecidos ante catástrofes porque era una situación tremendamente excepcional. Nosotros hacemos simulacros, pero en nada se parecen a esto», explica el coordinador del operativo.

De hecho, si se trata de comparar situaciones similares citan tres casos, ninguno de ellos comparable con el que nos ocupa: la tragedia del metro, algún accidente de autobús en carretera y la explosión de Cofrentes.

Por eso, Antonio Félix especifica: «Pero en el 'Aquarius' la situación era diferente. Tenías información de los refugiados, de las patologías que tenían y no había nadie que tuviera una necesidad de atención urgente. Aquí teníamos información, pero también teníamos mucho que prever. Porque no se trataba solo de las patologías que había en los barcos (los refugiados llegaron en tres embarcaciones que resumiremos como el 'Aquarius') sino de controlar y detectar enfermedades que hay que tener en cuenta, y otras condiciones clínicas .

Y esa cifra era variable sin duda. De hecho, los datos hacían referencia a 40 personas con condiciones médicas y nosotros valoramos 277 pacientes, de los que se derivamos 155 a hospitales. En este operativo de emergencia no se trataba de 'establecer paciente y traslado'. Las posibles enfermedades infecciosas debían tenerse en cuenta». Y en esas están.

De hecho, la atención sanitaria del «Aquarius» aún no ha acabado. Tras la primera atención y la división de los pacientes en sanos y no sanos (el traslado a los hospitales y los tratamientos específicos), llegó la hora de «realizar las pertinentes pruebas a quienes estaban sanos para descartar patologías y establecer rutas más específicas.

Así que realizamos controles a todos, que aún continúan. Los atenderemos mientras estén en Cheste -ahora hay 400 personas- y conforme los deriven a otras comunidades autónomas trasladaremos la información de lo que hemos hecho y de lo que falta por hacer. Ya hemos empezados con la tuberculosis, y ya está hecha la primera prueba de tuberculina a todo el mundo. Debemos confirmar que los aparentemente sanos lo están y empezar con un calendario vacunal para todos», explica el experto en Epidemiología, Javier Roig.

Equipo multidisciplinar

Las 150 personas de la Conselleria de Sanidad que participaron en el dispositivo del «Aquarius» no se conocían de nada. Nunca habían trabajado juntos. Había gente con experiencia en ayuda humanitaria o en el servicio de emergencias, pero había muchos otros que no. Todos recibieron una formación mínima, formaron un equipo y se dedicaron a lo que saben hacer: Trabajar.

Cuidando la privacidad del paciente, atendiendo sus necesidades, dándoles cariño, respetando sus deseos. Sin quejarse, apoyándose unos a otros, perfectamente coordinados. «La actitud de los inmigrantes fue intachable. Pacientes y tranquilos. A nivel médico no venían tan mal... pero la parte emocional estaba destrozada».

Es la voz de Maria José Bonet, la encargada de tramitar las tarjetas SIP provisionales (por 3 meses) para incluir a los recién llegados en el sistema. «Los que no somos médicos nos quedamos muy impactados. Ojalá la sociedad entendiera por qué vienen», afirma. Y es que no solo había médicos y enfermeras en el dispositivo sanitario.

Y allí, junto al mar y con solo 3 ordenadores, los voluntarios y operadores tramitaron las más de 600 tarjetas SIP de los recién llegados. «Nosotros todos los días tenemos casos que atendemos por teléfono, donde nos preguntan que trámites hay que hacer para incluir en el sistema sanitario a aquellas personas que están aquí de forma irregular... pero, claro, no les ves la cara. Y para nosotros fue un 'shock' conocer y escuchar sus vidas», explica Bonet. La experiencia la ha dejado marcada para siempre, de eso no hay duda. A ella y al resto.

Los protagonistas de este reportaje apenas dan unas pinceladas de lo que sus pacientes del «Aquarius» les contaron. Privacidad. Respeto. Nadie sacó su móvil para inmortalizarse con un paciente, para tener un recuerdo. Si no lo hacen en el hospital, ni en la consulta, ni el cualquier situación de emergencia... ¿por qué hacerlo allí?

Junto al mar se montó un auténtico hospital de campaña, con su puesto de mando avanzado, su área de valoración médica, sus zonas de pediatría, consultas, estabilización y administrativa; y su área de evacuación. Y no es que primara la atención sanitaria, que también. Allí lo que primaba era la atención integral a esas personas que llegaban destrozadas a tierras valencianas tras la incertidumbre del mar y la insolidaridad de una Europa que no quiso (ni quiere) mirarles a la cara.

Historias privadas

Mientras discurren las entrevistas temen el «amarillismo». Se muestran cautos a la hora de contar una vida que no es la suya. Por eso apenas dan unas pinceladas de aquellas historias que escucharon y les dejaron helados. Por ello intercalan en las conversaciones referencias a algunos pacientes. Imposible no hacerlo cuando se ha escuchado tanto en tan poco tiempo.

Y hablan de «aquel niño de 13 años que llegó con los pies destrozados porque le habían quitado los zapatos durante la travesía de Libia y aún daba las gracias porque no lo metieron en la cárcel». Y Bonet se señala su piel erizada cuando recuerda la respuesta que le dio ese pequeño cuando le preguntó que esperaba de su llegada a Europa. «Quiero ser ingeniero», le dijo. Ella se quedó sin palabras.

O la reacción de otro menor, de 14 años, cuando Asrih Koubia le preguntó a qué se debían esas quemaduras que tenía en la piel. «Esto me pasó en la cárcel de Libia», respondió el niño, que se puso a llorar cuanto escuchó la pregunta y recordó el momento.

O aquella mujer que no para ba de llorar mientras agarraba a una niña de la mano. Y no la soltaba. No era su hija, pero «es como si lo fuera», les dijo. Todos los voluntarios que participan en el reportaje coinciden en el miedo de los menores a decir su edad (había 130 menores no acompañados) y en la belleza «extraordinaria» de unas mujeres «que sufrieron abusos, no en el barco, pero sí en la travesía desde sus países de orígenes porque el camino es duro y peligroso». A todas las mujeres se las trasladó al hospital. A todas, sin excepción.

La del «Aquarius» fue una misión en movimiento. Una lección de vida que no olvidarán los 150 trabajadores de la Conselleria de Sanidad que atendieron a los recién llegados con profesionalidad y cariño. Y se reconciliaron con el mundo. Chapó.

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