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Una izquierda que pacta aquí pero no en Madrid

Los expertos creen que la cultura política y la química personal están detrás del Botànic - En Madrid han pesado los poderes fácticos y la desconfianza a Podemos

Los equipos negociadores de PSPV, Compromís y Unides Podem en la sede de los morados. f. bustamante

«La Transición es química personal». Es una expresión manida para recordar que, más allá de voluntades políticas, el ser humano se entiende a través de la química. Eso, parece, podría estar detrás de la investidura fallida de Pedro Sánchez, incapaz como candidato de conformar un gobierno ni de coalición, ni de cooperación.

Los expertos sitúan la falta de sintonía personal como una de las causas que explican por qué en la C. Valenciana puede haber un gobierno de coalición con PSPV, Compromís y Unides Podem y en España no se ha logrado. Historiadores y politólogos apuntan a Levante-EMV una evidencia clara: el peso del Estado no es el de las autonomías, que son más fáciles de gestionar.

El profesor de la Universitat de València Javier Navarro, alude al poder económico y financiero que se cierne sobre las negociaciones políticas. En la capital, «las élites están más patentes y no gusta la idea de que Podemos vea las entrañas del Gobierno». El politólogo Francesc Miralles apostilla que hay una «cultura vertical» entre clases sociales más aguda que en el resto de España, por lo que el mestizaje político se antoja aún más complicado.

Sin embargo, el Botànic defiende que la C. Valenciana está expuesta a las mismas presiones que el Gobierno pero a escala autonómica. La entrada de Podemos en el Consell ha sido gradual. Haber prestado durante cuatro años apoyo en las Corts no es lo mismo que entrar directamente a gobernar. Cuando han obtenido sus dos conselleries, los poderes fácticos ya están familiarizados con el partido.

Sí que parece una diferencia determinante que la suma de PSOE y Podemos no dé una mayoría absoluta, como sí la dio, junto a Compromís, en las Corts. Tal vez así, sin necesidad de pactar a cuatro bandas, llegar a un acuerdo podría haber sido más sencillo.

Sin embargo, Sánchez no ha facilitado el acceso al gobierno de Podemos. No les ha normalizado como partido con el que pactar. Lo han puesto difícil y, cuando ha cedido, Podemos ha renunciado a convertirse en un partido de Estado. Algunos expertos coinciden en que Compromís también estaba «satanizado» para ciertos poderes antes de entrar en el Consell y hoy nadie se plantea que su presencia esté vetada en las instituciones.

Hay, sin embargo, un hecho que explica la agilidad para tejer un pacto a tres en 2015 y reeditado en 2019. Las izquierdas habían estado unidas durante 20 años en la oposición. Abanderar el cambio político en la Comunitat Valenciana era una «emergencia», como coinciden los expertos consultados.De hecho, el síndic de Compromís sitúa aquí la principal diferencia con Madrid. «Aquí sabemos muy bien qué pasa cuando gobierna la derecha y no queremos volver a ese pasado», sostiene Fran Ferri.

La politóloga Marina Pla recuerda que el hundimiento del PSPV en 2015 y la subida de Compromís les permitió negociar «en igualdad de condiciones y con buena sintonía». Unidas Podemos se ha unido de manera natural a ese proyecto.

Tal vez ese sea el germen de la lealtad que hoy los partidos del Botànic se profesan y que se ha mantenido (con vaivenes) a lo largo de cuatro años. La lealtad no es gratuita y como insiste en recordar el portavoz del PSPV, Manolo Mata, las relaciones personales previas a la negociación han sido determinantes. En la C. Valenciana, los principales líderes de PSPV y Compromís, incluso los de Podemos sin estar bajo el paraguas morado, han convivido en espacios comunes desde hace más de diez años.

Las relaciones personales han facilitado la consecución de los pactos. Sucede al contrario que en Madrid: lo personal ha enturbiado el acuerdo. Los expertos están de acuerdo en que dos consellerias no son cuatro ministerios. Según la politóloga Cintia Poveda, era la única oportunidad para demostrar el impacto de sus políticas o en cuatro años «podrían ser un partido residual». «De ahí la cabezonería en la negociación», añade.

Para el profesor Navarro, la presión mediática ha sido otro de los factores que ha ido en contra de la negociación. También la sufrió el Botànic, pero se gestionó mejor. Las reuniones se celebraron alternativamente en las sedes de los tres partidos y las convocatorias fueron públicas, a diferencia de Madrid. Las filtraciones eran limitadas y las críticas hacia los socios nunca fueron humillantes: una vez más, nada que ver con la capital.

En este punto, Miralles sostiene que la cultura política está en las antípodas. «En Madrid parece que quien pacta es un perdedor porque hay que ganar por goleada siempre», dice. Sin embargo, según señala el profesor, en Euskadi, Cataluña o la C. Valenciana, el concepto del acuerdo está más instalado. Se ve en los gobiernos autonómicos de la periferia, que son inexistentes en comunidades del interior de España, todavía monocolores. Allí prima una cultura «absolustista y autoritaria, más castellana», apostilla el sociólogo Rafa Castelló, quien cree que en el Mediterráneo hay en política un perfil más «comercial».

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