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Cooperación

Compromiso de verano

Rosa, María Luisa, Joaquina y Mireia son cuatro ejemplos de valencianas que han decidido dedicar una parte de sus vacaciones a proyectos solidarios en países menos favorecidos

Joaquina Poveda en el comedor del colegio de Moatize, en Mozambique. levante-emv

En verano, la mayoría de los mortales aspira a disfrutar de unas vacaciones. Pero hay a quienes les puede su espíritu solidario y dedican parte de ese tiempo de asueto a brindar su ayuda en proyectos de cooperación en poblaciones y países más desfavorecidos. Rosa, María Luisa, Joaquina y Mireia son solo cuatro ejemplos de ese ejército solidario.

India

Comprometida con 15 años

Suena el despertador. Son las siete de la mañana del 29 de julio y los primeros rayos de sol se cuelan por la ventana de la habitación, pero Rosa Garrido lleva casi una hora despierta. Ya lo tiene todo preparado. Solo tiene que vestirse, coger la maleta e ir al aeropuerto. Hoy comienza el que sin duda será el viaje de su vida; se va a Kundapur, en India, a realizar tres semanas de voluntariado. Está nerviosa, porque nunca antes ha salido de Europa, pero siempre ha tenido la curiosidad por el mundo exterior, así que aprovechó la idea que le metió su prima en la cabeza y la ayuda que le brindó la organización sin ánimo de lucro AIPC Pandora.

Durante su primera semana en Kundapur, Rosa estuvo en un orfanato en el que realizó, junto a sus compañeras, un mural y juegos cuya temática se centraba en la higiene. En los siguientes días fue a otro colegio para dar charlas de gastronomía, entretenimiento, deportes y costumbres españolas para después realizar un desfile por las calles del pueblo con el fin de entregar al gobierno local una carta que abordaba la reducción del plástico. Otro de los programas en los que la joven de 15 años realizó labores de voluntariado fue en el de agricultura sostenible. «Nos enseñaron a plantar y cultivar productos típicos de allí, como flores y arroz, pero, debido al mal tiempo, no pudimos hacer mucha cosa más», explica.

Pero no todo es del mismo color que su nombre. A Rosa le resultó muy difícil sobrellevar la situación vivida en los tent school (colegios de campaña), ya que la gente era muy pobre y vivía en barracones. «Teníamos que ir casa por casa recogiendo a los niños para llevarlos a la escuela, pero algunos padres no querían que nos los lleváramos», lamenta. Pese a este triste episodio, Rosa describe su experiencia como «única y muy bonita». «Te abre la mente», apunta.

Sudáfrica

Aprender por observación

De todo lo que María Luisa Muñoz vivió durante su voluntariado en Sudáfrica se queda con los momentos que pasó en las creches (barracones). «Al principio me sentí algo desorientada, porque no hablaba su idioma y tuve que aprender mediante la observación, pero una vez pasaron los primeros días, todo fue sobre ruedas», cuenta.

María llevaba un par de años como voluntaria en una librería solidaria de València cuando decidió dar el salto internacional para ir hasta Kayamandi. Allí estuvo en una guardería para niños de entre 0 y 6 años y luego fue hasta Kuyasa, donde participó en infinidad de actividades.

Lo que más le impactó tras finalizar su estancia fue la «falta de conciencia que existe en Europa». «Cuando viajas al extranjero te das cuenta de los derechos, libertades y privilegios que tenemos simplemente por haber nacido donde hemos nacido», dice la joven de 17 años. «Ahí fue cuando me di cuenta de que el modelo de vida que tenemos en Europa es insostenible», sentencia.

Palestina

La llave de la infancia

Pese a que han pasado dos años desde que volvió de Palestina, Mireia Ferrando todavía hoy recuerda cada día que pasó allí entre el 6 y el 14 de octubre de 2017. De hecho, rememora con dureza la historia de una mujer que allí conoció. Esa mujer, cuenta, le enseñó la llave de la casa de su infancia. Una llave que guarda en el bolsillo todos los días y que abre las puertas de una casa de la que fue expulsada toda su familia en 1948 y a la que no ha podido volver, ni tan solo visitar.

Lo que más le marcó durante su viaje a diversas regiones de Palestina fue «el poner cara y ojos a las historias que solo había leído y el hecho de entender la importancia de problemas que desde aquí ni tan solo me había planteado, como, por ejemplo, el abastecimiento del agua». Y precisamente esa era una línea de actuación de los varios proyectos en los que participó gracias a la Asamblea de Cooperación por la Paz, mejorar las condiciones de vida de la sociedad construyendo, por ejemplo, infraestructuras hídricas.

Mireia describe la experiencia como «extraordinaria» y «enriquecedora» y cuenta que gracias a la oportunidad que le dio ACPP-PV, sumado a su personal interés por Palestina y a la propia filosofía de la entidad, no dudó en presentarse a una de las becas de la ONG para realizar esta labor. «Me quedo con todos los momentos, buenos y malos, desde la sonrisa de complicidad con una mujer cooperativista hasta el café con cardamomo, pasando por el intercambio de opiniones políticas», dice.

Mozambique

Una preciada capulana

Una capulana es el objeto mejor guardado que Joaquina Poveda trajo consigo a la vuelta de su voluntariado en Mozambique. «Es una tela que sirve para todo y es el regalo más preciado que te pueden hacer», apunta.

Pero a ella no le resulta nuevo el realizar labores de cooperación en el extranjero. Ya en 2012 estuvo en Mozambique, «porque me apetecía mucho y decidí coger una excedencia». En aquel momento ya fue una experiencia única, pero ahora lo ha sido más, porque ha estado más tiempo y en más lugares.

Del 2 al 25 de julio, Joaquina visitó una de las escuelas que las Hijas de María Auxiliadora tienen en Moatize. Allí realizó tareas de apoyo a los alumnos de entre 3 y 5 años. «Nos pusimos a su disposición desde el primer minuto e hicimos todo lo que necesitaban, desde arreglar mesas hasta pintar paredes», dice. Su labor continuó en Namaacha entre el 25 de julio y el 18 de agosto. Ahí visitó un internado de niñas de entre 6 y 19 años en el que primero apoyó la labor de las psicólogas del centro para después tomar las riendas de «un taller de costura, donde estuve haciendo cortinas para los cuartos de baño».

Joaquina se queda con las reformas que hicieron en la escuela. «Compramos pintura e hicimos una pantalla de cine para que pudieran ver películas. La cara de felicidad de los niños lo decía todo», recuerda.

Lo que más le ha marcado en este viaje ha sido el respeto con el que la han tratado, «me aceptaron desde el primer momento y ahí me di cuenta de que son unas personas abiertas, pero también muy realistas», dice. «Prometo volver».

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