En momentos de una crisis sanitaria sin precedentes como la del Covid-19, llama la atención salir de casa y encontrar un cartel que ofrece «voluntarios a disposición para ayuda vecinal con compras, medicamentos, prensa o apoyo asistencial de cualquier tipo». Lo mejor ( y lo peor) del ser humano aflora en situaciones límite. Levante-EMV también ofrece, de primera mano, la cara amable de este momento excepcional.

Y aunque todo permanezca cerrado y la vía pública esté vacía, algo se está cociendo en las calles de la ciudad. Y así, mientras unos hacen acopio de papel higiénico o alimentos, hay quien ha decidido organizarse para ayudar a los vecinos de mayor riesgo.

Dani cuenta que tienen una sede donde se organizan para dar servicio a los vecinos de la ciudad todo el día, de 8.30 a 21 horas. La planta baja no tiene ningún distintivo en la puerta pero se adivina movimiento. En una ciudad fantasma, sin prácticamente actividad de ningún tipo, es fácil detectar dónde subsiste vida social.

Dani sale a la puerta. Tiene 23 años y es estudiante de filología de lenguas modernas. Amable y cercano, entra al centro donde se organizan los servicios de ayuda vecinal. Al entrar hay siete chavales más, todos atareados. Tres de ellos se dedican al servicio telefónico. Con largas listas de teléfonos, se dedican a llamar a compañeros de la universidad para que les ayuden a descubrir vecinos que puedan tener una necesidad y de paso animarlos a que se sumen al voluntariado si creen que pueden aportar algo con su trabajo.

Ricardo, Byron y Yusara, con tres teléfono móviles, son la punta de lanza de este proyecto, pues ofrecen a personas de riesgo la posibilidad sacar a pasear el perro, hacer la compra o cualquier otra tarea que hasta hace poco era cotidiana. Y es que lo que era «normal», ahora puede suponer un riesgo en la vida de muchos vecinos. Todo ha cambiado.

Estos jóvenes han reinventado ahora su acción social, pero llevan años en la lucha. Su asociación se llama El Círculo Internacionalista de Valencia y se suele dedicar a la actividad política. Sin embargo, al ver la situación en la que se encuentran los barrios de la ciudad decidieron aparcar su agenda principal para organizarse en este proyecto de cooperación vecinal.

Todos los voluntarios tienen veintitantos años. Son de esa generación que acumula etiquetas injustas. La psicóloga Jean Twenge describió a los «milennials» como «Generación Yo» en su libro de 2006. Esa generación que ahora tiene entre 20 y 30 años y que ha sido etiquetada y acusada como la generación egoísta. Chavales que, en su mayoría, se encuentran estudiando en la universidad o empezando a pelear en un mercado laboral precario ya antes de esta situación de pandemia global. Sin embargo, este grupo, que forma parte de esa generación que han tildado de «egoísta» se está organizando para ayudar a las personas más vulnerables en un momento en que pegarse un atracón de series o hacer polvo las redes sociales está a la orden del día.

Dani habla por teléfono con Esther, una mujer de 70 años que ha contactado con ellos para que le paseen el perro un par de veces al día. Son las cinco y pico de la tarde y se dispone a salir de la base de operaciones para encontrarse con ella. De camino a casa de Esther, explica que la mitad de las llamadas que reciben son para solicitar algún servicio, y la otra mitad es de gente que se ofrece como voluntario para ayudar a sus vecinos. Eso les empuja a seguir, pues han comprobado que, en momentos difíciles, tienen tantas peticiones como ofrecimientos. Y así, los vecinos que les llaman para agradecer el trabajo que están haciendo conforman cientos de pequeñas historias que les dan la energía necesaria para enfrentarse cada día a una jornada de 12 horas.

Mientras Dani pasea el perro de Esther, otro grupo de compañero se organizan en la sede para fabricar mascarillas de tela. No tienen máquina de coser, pero la falta de medios no los va a parar.

Urbano (23 años) es un estudiante de ingeniería informática y aunque no parece tener mucha destreza con la aguja y el hilo, buena voluntad no le falta. Cuenta, mientras intenta dar una puntada tras otra, que se siente «obligado» a hacer algo en un momento tan difícil para mucha gente que no tiene familiares cerca y necesita el apoyo y la solidaridad de sus vecinos. Junto a él, otros tres compañeros más se afanan en cortar y coser las mascarillas que utilizarán los voluntarios y los vecinos que las soliciten.

Al llegar al portal de Esther, voluntario y usuaria hablan por el telefonillo y Dani sube los escalones de dos en dos hasta la cuarta planta. «Hola Esther ¿cómo te encuentras?», le pregunta el joven. La respuesta es inmediata: «Ay Dani, pues bien. Fíjate que teniendo 70 años ahora me da miedo salir de casa».

Dani repasa junto a Esther las necesidades de compra y otras tareas para asegurarse que las tiene bien cubiertas. Tiene una chica que va un par de veces por semana a hacerle la compra, así que eso, al menos, está cubierto.

Conversan unos minutos más sobre cuestiones cotidianas, algo que en estos momentos tan extraños sienta como un bálsamo para los dos. Socializar y detenerse en las cosas más pequeñas parece cobrar una importancia vital en situaciones límite.

El perro de Esther está deseando salir a pasear y la conversación de los humanos parece incomodarle ya. Estira de la correa en dirección al ascensor pero Dani prefiere las escaleras.