Cuando hace 98 días compareció Pedro Sánchez en directo, medio país asistía atónito a una indicación que nadie había vivido antes: se limitaba el movimiento de los españoles y españolas con la declaración del estado de alarma a fin de frenar la expansión de un virus importado de China que merodeaba desde diciembre en la península.

Seis prórrogas y una primavera hipotecada después, la Generalitat publicó un acuerdo del Consell donde recoge por escrito cómo debe ser la «nueva normalidad», el término elegido para determinar la etapa donde la covid-19 esté bajo control. Así, desde la media noche de ayer, la C. Valenciana ya goza de libertad para cruzar fronteras, pero determinadas restricciones se mantienen por parte del Consell, responsable de la «organización y tutela de la salud pública» pero también de reactivar la economía, gravemente dañada en estos 98 días. Así, la hostelería no podrá superar el 75 % de su aforo, como los locales comerciales, aunque las grandes superficies se reduce al 60 %. El aforo en las bodas tampoco podrá superar el 75 %, ni tampoco las actividades infantiles y juveniles. Las iglesias mantendrán la misma proporción y las zonas comunes de los hoteles, también. Una «normalidad» contenida y condicionada a la incidencia de un coronavirus que no va a desaparecer a corto plazo.

Por ello, hace tres meses el confinamiento se antojaba el único remedio para «doblegar la curva de contagios». Solo sectores esenciales debían funcionar con normalidad; el resto de empresas enviaron a sus empleados a casa, presentaron un ERTE o cerraron. Mientras tanto, mascarillas, gel hidroalcohólico, distancia social y otros tantos conceptos nuevos que hasta hace cien días parecían propios de una película de ficción.

«Contagio» fue el largometraje que acaparó todas las miradas en los primeros días de pandemia. Un relato, de 2011, que reproducía todos los episodios que España (y el resto del mundo) estaba viviendo en la realidad mientras, como en el filme, se agotaban los productos básicos y el papel higiénico.

Los aplausos vespertinos pusieron la nota amable al confinamiento; los balcones fueron el único espacio social mientras las cifras de muertos crecían: 1.468 víctimas valencianas hasta ayer.

No fue hasta el 29 de abril cuando el Gobierno de Pedro Sánchez puso tiempos a la desescalada: se haría por fases y no todos los territorios lo harían por igual. El 11 de mayo comenzaría la primera y los valencianos vimos cómo solo pasaban algunas zonas, donde no se incluía la capital. El disgusto fue sonado y el enfado de la consellera de Sanidad, Ana Barceló, llegó hasta Madrid, donde Fernando Simón, protagonista sin discusión de la pandemia, reprochaba que los datos que a priori parecían positivos, no lo eran tanto. Así que fue el 18 de mayo cuando los valencianos vieron abrir sus bares y negocios. El 1 de junio se pasó a la fase 2, con desplazamientos ya autorizados y más flexibilidad en el movimiento. El 15 de junio llegó la fase 3, que abrió la puerta de las provincias valencianas . Hoy los desplazamientos entre comunidades serán los protagonistas de la «nueva normalidad», otra vieja costumbre que se recupera casi 100 días después.