Daniel Augusto Duque, venezolano con siete años en España, ha denunciado a Uber Eats. Le reclama a esta empresa de reparto el salario correspondiente a seis meses de trabajo que, según considera, ha desempeñado como falso autónomo. «Con condiciones tan injustas hay que protestar. Uno no puede permitir que lo pisoteen tanto», sentencia.

Medio año de trabajo por un sueldo de miseria y para un jefe que es un algoritmo. En diciembre, por ejemplo, ganó 460 euros. «Y a eso le tengo que quitar el IVA y el IRPF que pago por autónomo. Gano unos tres euros y medio por entrega, pero si restas todo estoy repartiendo pedidos por dos euros». En total, el mes pasado calcula que ganaría unos 300 euros.

El caso de Daniel no es habitual, ya que, según lamenta, muchas personas vulnerables tienen miedo de que la aplicación les desconecte por protestar y se queden sin ese poco dinero que cobran. Se han dado casos. Él, sin embargo, lo ha hecho.

Encadenados al algoritmo

«Mira, el algoritmo me está castigando» es una frase habitual entre ‘riders’, cuenta Duque. «Nos dicen que no tenemos jefe, pero ese es el jefe. Ese es quien manda». Uber Eats, como otras muchas empresas del sector, tiene un sistema de reputación para los repartidores, quien más puntuación consigue, más repartos hace. Pero esto tiene un doble filo peligroso. «No puedes permitirte rechazar un pedido. Si rechazas, el algoritmo te penaliza y pueden pasar tres horas hasta que llega otro, y además te bajan la puntuación. Quieren dedicación total, que tú seas un perro fiel para ellos, que te puedan pegar una patada y aún así darte un hueso porque no vas a decir nada», dice.

Tanto Uber Eats como otras compañías que emplean ‘riders’ tienen un mal historial de trato a sus trabajadores durante la crisis de la covid. A finales de abril, en pleno estado de alarma, bajaron las tarifas de reparto al unísono, y, en el caso de Uber, ni siquiera proporciona, ni antes ni a día de hoy, mascarillas, gel hidroalcohólico o cualquier medida de protección a sus repartidores.

Pero la precariedad y los trabajadores pobres no acaban aquí. Duque denuncia la gran cantidad de cuentas alquiladas que hay en la app. Existen dos modalidades: el trabajador sin papeles paga 100 euros al mes por utilizar la cuenta que le ha arrendado otra persona, o directamente le paga el 40 % del dinero que gane.

Bonos y timos

Volviendo al algoritmo jefe, cuando hay mal tiempo o faltan repartidores en una zona, la app pone en marcha promociones. Un plus económico si llegas a cinco pedidos en un día, y otro más si llegas a nueve, por ejemplo. Pero en realidad es un timo, explica Duque. «Cuando ya estás a punto de alcanzar la meta y te queda un reparto, el algoritmo deja de darte pedidos. Ellos se ahorran ese dinero y le dan encargos a otros ‘riders’ que están a punto de llegar». Y va más allá. Denuncia que la aplicación se queda hasta con las propinas. «Me ha ocurrido personalmente muchas veces. El cliente me dice que me ha dejado propina por la aplicación, pero luego no me llega nada. Le he preguntado a más ‘riders’ y todos me han dicho que les ha pasado lo mismo que a mi».

Daniel ha tenido que comprar todo su equipo para trabajar: mochila, bicicleta, soporte para el móvil, mascarilla y gel... ha tenido pinchazos, caídas, multas, lesiones en la mano, problemas con los clientes... y en Uber Eats no contestan, su teléfono se limita a un contestador automático que reza «ahora mismo no podemos atenderte». Sobre si tiene miedo a que la aplicación le desconecte después de hacer esta entrevista, contesta que sí. Pero aún así ha denunciado y anima a más ‘riders’ a hacerlo y protestar por unas condiciones laborales de «nueva esclavitud». «Yo te pido todo, pero te doy unas migajas, ese es el trato», dice.