Pfizer, Moderna, AstraZeneca, Novavax, Sputnik, Curevac y así un sinfín de nombres comerciales. Todos difícilmente pronunciables tras los que se esconde la principal arma para vencer al coronavirus: las vacunas. Europa se afana por conseguir el número suficiente de dosis para conseguir que la mayoría de los ciudadanos alcancen la inmunidad lo antes posible y poder retomar así la actividad económica normal y volver a poner en marcha la economía del viejo continente. Pero en qué consisten estas vacunas. Qué diferencias tienen entre sí.

En realidad todas las vacunas que se están autorizando tienen el mismo objetivo común: adiestrar al sistema inmunológico para que detecte el coronavirus, impida la infección y lo elimine. Es el principio básico de la vacunación pero en esta pandemia los laboratorios han avanzado métodos que abren un campo totalmente nuevo en las terapias de inmunización. El objetivo final de las vacunas es lograr la misma respuesta inmune en los pacientes vacunados que la que presentan aquellos que han padecido la enfermedad y han sobrevivido. El cuerpo humano está diseño para aprender a identificar los patógenos externos que lo agreden. En caso de infección, el sistema inmune identifica al virus que la ha causado y comienza un proceso de adaptación en el que, entre otros, se generan anticuerpos para identificar futuras infecciones del mismo virus y evitarlas. Las vacunas logran precisamente esto. Entrenan, enseñan y consiguen que el sistema inmune evite infecciones pero sin tener que haberlas padecido.

Vacunas de Pfizer contra el coronavirus Levante-EMV

Entrenar al sistema inmune

Las nuevas vacunas que están llegando a Europa o podrían llegar, como la rusa Sputnik que barajan los gobiernos alemán y español, se basan en hacer que los pacientes vacunados generen en sus propias células las proteínas que forman las espículas del coronavirus. En ningún caso se expone a los pacientes al virus completo causante de la covid. La diferencia clave de estas nuevas generaciones de vacunas reside en que no hay riesgo de infección porque en realidad ninguna de ellas incluye una versión completa del virus. Tanto en el caso de las vacunas basada en la tecnología ARN mensajero, como Pfizer o Moderna; como en aquellas que se emplean versiones de otros virus deficientes, que no pueden replicarse dentro del cuerpo humano, como las de Oxford-AstraZeneca o la rusa Sputnik, los laboratorios farmacéuticos han logrado desarrollar una vía eficiente de transporte de una parte muy concreta del material genético del virus del coronavirus al interior de la célula humana.

Más allá de las diferencia entre las dos grandes tecnologías empleadas (ARN mensajero y virus atenuados que actúan como transporte), las vacunas logran inocular en en las células humanas una parte muy concreta del ARN del coronavirus, concretamente el segmento que codifica y permite construir la espícula del virus. Esta espícula es la llave celular del virus, la que le permite adherirse, penetrar e infectar las células humanas. Las vacunas logran que algunas células produzcan estas espículas. Es un proceso inofensivo puesto que solo se trata de proteínas inertes y no hay virus ni infección pero permite que los linfocitos reconozcan esta sustancia, la identifiquen como un agente externo y desarrollen las defensas necesarias en caso de infección real.