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Análisis

Un país sin vertebrar pendiente de Madrid

La agresión al recuerdo de Enric Valor en Mutxamel y la escasa penetración en València del debate sobre el trasvase Tajo-Segura afloran la precaria conexión entre el sur y el resto del territorio

Enric Valor (1911-2000), en la presentación de un libro en 1998. | F. BUSTAMANTE

El país del titular es el valenciano, pero podría serlo hoy también la invertebrada España de Ortega y Gasset, con un megacentrismo rampante a las puertas de las elecciones en la capital. Pero observando lo más próximo, dos hechos de los últimos días vuelven a subrayar las diferencias sociológicas, sentimentales, culturales y económicas del viejo Reino de València con su parte más al sur: la (ausente) vertebración valenciana.

Lo sucedido con Enric Valor en Mutxamel, en el área metropolitana de Alicante, resume sesenta años después algunas de las principales tesis de Joan Fuster sobre el país de los valencianos. El ayuntamiento ha retirado una avenida a un referente en la salvaguarda del idioma valenciano para dedicar ese vial a España. La propuesta, apoyada por la derecha (PP y Ciudadanos) y la ultraderecha, argumentaba que la ciudad no dedicaba ninguna vía al país y que debía ser una de las notables, de las que forman eje con la avenida de la Constitución y la de Valencia.

Entre el autor de las Rondalles, nacido en Castalla, y Mutxamel, media la línea Biar-Busot, la marca que separó el territorio hoy valenciano a mediados del siglo XIII. El tratado de Almizra (1244) firmado por Jaume I y Alfonso X el Sabio (aún no era rey entonces) establecía que las tierras al sur de la línea serían para Castilla. Medio siglo después, regresaron al Reino de València, pero esa frontera imaginaria ha funcionado para explicar la desconexión histórica entre el centro y el sur.

Queda una huella hasta en el mapa electoral: son las comarcas donde la derecha obtiene mejores resultados (así fue en las últimas autonómicas) y donde los nuevos partidos de la izquierda, Compromís y Unides Podem, tienen una penetración menor.

Insensibilidad de ida y vuelta

Si la insensibilidad con un icono de la lengua autóctona traumatiza al centro desde el sur, la falta de introducción en las instituciones de los problemas del sur viaja al revés. Se puede ver estos días con la movilización en Alicante para defender el trasvase Tajo-Segura después de que el Gobierno de España haya anunciado una reducción del caudal. El eco de esta causa en València es mínimo. El jefe del Consell, Ximo Puig, ha emprendido una campaña de defensa de la transferencia, con gira incluida por el sur, intentando marcar una posición de país frente al Gobierno hermano de PSOE y Unidas Podemos en España, pero ni así el asunto asalta las agendas en la capital valenciana. Ni siquiera se podría decir que es una cuestión de división ideológica, porque la líder del PP, Isabel Bonig, utiliza el trasvase como arma frente al Botànic, pero tampoco ha sido el punto central de sus últimas preguntas a Puig en las sesiones de control. Claro que esta es la bandera de quien parece ahora su rival al frente del PP, el presidente de la Diputación de Alicante, Carlos Mazón. Una bandera hoy por hoy que solo hace suya una parte de este antiguo reino estrecho y alargado.

No hay semana sin visita de Puig y consellers a Castelló y las comarcas del sur. Incluso está el gesto de llevar la sede de la Conselleria de Innovación y Universidades a Alicante. Pero la realidad de estos días evidencia la precaria vertebración del territorio.

La vinculación de Alicante con Madrid es siempre uno de los elementos en el debate de la vertebración. Pero en esta primavera de 2021, Madrid es una mancha que lo contamina todo. Sus elecciones se han adueñado de la política y nadie escapa. La polarización vivida allí ha puesto a los partidos valencianos frente a una reflexión pendiente desde 2019: qué hacer con la ultraderecha, cómo relacionarse con ella. Lo visto la última semana en las Corts muestra la dificultad de una respuesta coherente.

Oradores de la izquierda han respondido con discursos políticos recordando a Vox lo que representa. Otros sí han contestado a sus preguntas concretas.

La línea roja es discontinua. Han quedado claras las dudas entre un trato normal, como corresponde a quien ocupa un lugar en la institución de la soberanía popular, y un arrinconamiento que también les concede el papel de extraños al sistema que les interesa.

Lo visto la última semana en Corts (incluida camiseta de Ciudadanos contra el valenciano) también muestra que las derechas se sienten socialmente vinculadas, que comparten base electoral y que se necesitan para gobernar. Así que nada de cordones por ese extremo. Lo mismo en la C. Valenciana como en Madrid.

La clave es la huella que dejará el 4M: si la normalidad volverá más o menos o si la estrategia de confrontación y crispación exacerbadas se acentuará. Habrá que ver los réditos electorales que produce el castizomartes.

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