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"Todo el mundo piensa que en Colombia hay paz, pero llevamos 50 años en guerra"

Dos solicitantes de asilo que tuvieron que huir del país narran la escalada de violencia protagonizada por guerrillas y paramilitares

"Todo el mundo piensa que en Colombia hay paz, pero llevamos 50 años en guerra"

John y Juan son dos de esos migrantes que huyen de guerras no declaradas. De la violencia económica y la violencia de las guerrillas y los paramilitares. De Colombia, un país que vive un estallido social por un intento de reforma tributaria que pretendía gravar aún más a las clases empobrecidas y que ha sido el detonador de un cartucho que llevaba desde 2016 (cuando el país firma un histórico acuerdo con la guerrilla de las FARC) llenándose de pólvora.

Desde ese año, las peticiones de asilo de colombianos en España se han disparado, y ahora son la nacionalidad que más presenta junto a los venezolanos, pese a que la gran mayoría son rechazadas. En 2020, 37.907 colombianos fueron excluidos del proceso, y España solo le dio protección a 624. Juan y John no son una excepción. Los dos son pareja, y llegaron a València huyendo de la violencia y la homofobia el 14 de octubre de 2019, justo dos días antes de que los paramilitares cosieran a balazos su restaurante en Bogotá y, por suerte, no los encontraran dentro.

John era auxiliar de enfermería en un pueblo del interior de Colombia. Allí conoció a Juan Vicente, que era «Gaula». Así se llaman las unidades de élite del ejército colombiano, especializadas en secuestros, extorsión, y combate con guerrillas y paramilitares. Y no le tocó ser un Gaula cualquiera. Porque cuando en el cuerpo descubrieron que era homosexual le hicieron la vida imposible. Durante ocho años tuvo que viajar a los departamentos más peligrosos del país: al Meta, a la Cauca. Las llamadas «zonas rojas». Lugares de guerra abierta en medio de la selva, donde las guerrillas usan túneles y te pueden armar un tiroteo a las 10 de la mañana o a las 8 de la tarde. «Me mandaban ahí para tratar de hacerme desistir», cuenta Juan. «Los subordinados dejaron de tenerme respeto y el abuso de los superiores era constante».

Al final consiguieron doblegar a Juan, que temía por su vida en las zonas rojas y sabía que quizá nunca volvería a pisar una ciudad. Pero sus problemas acababan de empezar. «A los 20 días de dejar el Ejército recibí una llamada de los paramilitares para unirme a ellos y ‘administrarles’ tres pueblos». La insistencia se prolongó muchos meses y el miedo en la pareja crecía, e incluso le llamó un antiguo sargento, ahora pasado al «lado oscuro». «Es muy común que los militares retirados se pasen a estos grupos, que hoy en día siguen trabajando codo con codo con el Ejército. Si no, ¿cómo pudieron llamarme a los pocos días de dejar mi trabajo?», explica Juan.

Cambiar de vida

Temiendo por su seguridad, Juan y John deciden cambiar de vida, moverse a Bogotá y poner un restaurante. Pero a los pocos días otro grupo criminal trata de extorsionarlos. Tras semanas de acoso, deciden pedir protección policial.

«Al día siguiente volvieron los tipos al restaurante y nos dijeron: ‘¿Qué creyeron locas? ¿Que yendo a la policía iban a conseguir algo?’». En ese momento, cuenta John, tomaron la decisión de migrar a València. «Si vamos a la policía, que se supone que nos tiene que cuidar, y nos pasa eso ¿quién nos protege?».

Hace poco denegaron a ambos el asilo, aunque lo que más les dolió fueron las razones para hacerlo. «Que nos dijeran que ser homosexual en Colombia no representa un peligro, y que las extorsiones que sufrimos fueron por delincuentes de barrio, cuando todo el mundo sabe que es delincuencia organizada y con raíces bien altas. Que te digan eso da mucha tristeza», cuenta John.

En la televisión de casa de John y Juan retransmiten un noticiero colombiano en el que siguen en directo las protestas. «Todas las injusticias durante años han sido el caldo de cultivo. Imagínate los jóvenes, en una época de hambre, y que el Gobierno les quiera subir aún más los impuestos cuando no da ni para comer bien», denuncia John. Y añade que «el sueldo de un político en Colombia es 34 veces el salario mínimo. Esa desigualdad duele».

Para John, el acuerdo firmado en 2016 fue un punto de inflexión. «Da rabia ver que un presidente que quería un Nobel de la paz firmó un acuerdo para entregarle el país a la guerrilla», denuncia. Y asegura que las cotas de violencia hoy en día en el país son casi superiores que en la época del conflicto armado. «Todo el mundo piensa que en Colombia hay paz, pero en realidad llevamos 50 años en guerra», sentencia.

«¿Quieren que pongamos protección a cada maricón que venga?»

«En Colombia se puede ser abiertamente homosexual, hay un alcalde que lo es, el matrimonio gay está legislado, pero al mismo tiempo tú puedes ir a casarte y que el notario se declare impedido porque es homófobo». Así define John la ‘tolerancia’ hacia el colectivo Lgbti en Colombia.

«Los colombianos decimos siempre que nuestro país es un país de leyes. Pero de papel mojado». Aunque la pareja no considera que exista una «homofobia directa» en el día a día, sí que explican que «mejor no transitar por ciertos barrios porque sí te pueden cagar a palos». Cuentan que nunca iban cogidos de la mano por la calle, y cuando frecuentaron su restaurante en Bogotá se presentaban ante los clientes como ‘primos’.

Según Juan, la homosexualidad está «mal vista» en el Ejército «salvo que seas un oficial de alto rango, que el resto te escuda para que no salga a la luz».

Juan Vicente enseña una noticia en su móvil del diario ‘El Tiempo’, el más leído en Colombia. «Según la Defensoría del Pueblo, en el año 2020 se registraron 76 casos de homicidios y feminicidos de personas Lgtb». «Seguimos viviendo en una sociedad homófoba. Y esas son las personas que murieron, porque los ataques...», lamenta.

El último lo vivieron cuando fueron a denunciar a una comisaría la extorsión que estaban sufriendo en su restaurante. La fiscalía ya les había aprobado una orden de protección, pero cuando llegaron a comisaría los agentes les contestaron «¿Qué quieren?¿Que pongamos protección a cada maricón que venga?». 

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