Hasta ahora del cambio climático se hablaba con hipótesis de futuro, pero la comunidad científica coincide en que hay que hablar ya de hechos consumados. El calentamiento global se ha confirmado y comienza a mostrar la furia en muchos de sus efectos (temporales, sequías, pérdida del confort térmico, aumento de la altura del mar...).
El año 2030 es el límite para frenar el cambio climático, todavía hay esperanza, todavía se puede hacer algo, aseguran. A partir de esa fecha todos los expertos coinciden en que, si no se ha actuado, ya será tarde. El escenario es catastrófico.
«Todos los problemas se han de atender sin dejar de lado lo más importante de la década: el cambio climático. Igual que estamos luchando y se ha conseguido aplanar la curva de la pandemia, aplanar la curva del cambio climático en esta década será esencial», aseguró ayer Joan Romero, catedrático de Geografía Humana en la Universitat de València e «ideólogo» del libro Cambio climático en el Mediterráneo, un trabajo de 32 investigadores que fue presentado ayer en el Jardí Botànic de València.
Peor que en los océanos
El informe científico hecho público ayer sobre cambio climático en el Mediterráneo ha sido coordinado por el catedrático de Análisis Geográfico Regional de la Universidad de Alicante, Jorge Olcina, y Joan Romero, y lo publica la editorial Tirant lo Blanch. Las conclusiones indican que el Mediterráneo se calienta «entre dos y tres veces más» que los océanos en el ámbito global; que el calentamiento es el doble de rápido en las zonas de interior y altas, como en el Penyagolosa; y que el mes de junio ha dejado de ser climáticamente primaveral para ser «totalmente estival».
Desde el Departamento de Geografía de la Universitat de València se han utilizado imágenes térmicas de los satélites de los últimos 35 años. «A partir de estos análisis se ha estimado una tasa de incremento de 0,03 grado por año, 1 grado en 35 años», aseguró una de las autoras, la catedrática de Geografía Física María José López. Este calentamiento «afectará a especies marinas, circulación marina, nivel del mar y aumento de las ciclogénesis explosivas», avanzó.
La también catedrática María José Estrela, otra de las autoras del libro, aportó datos sobre temperaturas y precipitaciones, todos muy preocupantes. «Junio ha dejado de ser un mes primaveral, para ser totalmente estival», aseguró la investigadora.
«Se ha comprobado que hay un incremento térmico tanto en máximas y mínimas, mayor en máximas, pero también el mínimas en el litoral. Se confirma la pérdida del confort térmico porque cada vez son más frecuentes las noches tropicales de más de 20 grados, pero hay que acuñar otro término, el de las noches tórridas o ecuatoriales, en las que no baja la temperatura de 25 grados», dijo. «Si hablamos de un aumento de medio grado en la zona litoral, en las zonas del interior es de un grado y en alta montaña es de 1,5 grados», constató Estrela.
Respecto a las precipitaciones, se evidencia una pérdida «destacable» de lluvias en las cuencas del Segura y Xúquer, especialmente grave en esta última, con una reducción del 20 % de lluvia anual en la cabecera, mientras disminuye la frecuencia de lluvias moderadas en favor de las extremas, que favorecen fenómenos como la DANA o las ciclogénesis.
Las tres ideas principales del libro son que el clima «es menos confortable que el de hace dos o tres décadas» y que se está «mediterranizando» por el aumento de la temperaturas por las noches. La segunda, dijo Olcina, es que está cambiando «la forma de llover», con cada vez más episodios torrenciales. En tercer lugar se refirió a la temperatura del mar, «proceso muy preocupante que cambia los procesos atmosféricos», derivando en temporales de oleaje fuerte en primera línea de playa.
