El pasado 25 de diciembre, durante la celebración de la navidad, el telescopio espacial James Webb fue lanzado al espacio, en la que se ha convertido, sin duda, en una de las misiones más ambiciosas de las agencias espaciales. Si bien aún le quedan unos días para llegar a su destino final, situado a un millón y medio de kilómetros de nuestro planeta, se puede catalogar de gran éxito debido a la complejidad técnica que le ha llevado hasta este momento. Su misión principal será barrer la profundidad del Cosmos, con capacidades mucho mayores que las del Hubble, que ahora queda obsoleto en comparación a su sustituto. A través de él no solo vamos a poder estudiar mejor desde agujeros negros a otras galaxias, si no poder investigar, de forma mucho más óptima, qué hay más allá de nosotros, como especie y como habitantes del, hasta ahora, único planeta con vida conocido. Esto no significa que James nos vaya a dar la respuesta sobre si estamos solos o no en el universo, pero sí nos va a ayudar, de forma notable, a poder profundizar en los conocimientos que tenemos sobre lo que nos rodea y, con suerte, poder resolver algún misterio que otro. No obstante, en la ciencia, por cada enigma que resolvamos, descubriremos otros tantos por desvelar. Quién sabe, quizá algún día nos llevemos una agradable sorpresa.