Una comuna con cerca de una treintena de personas, muchos de ellos niños, viviendo juntos en una enorme masía vallada en un paraje natural de una localidad del interior de Castelló, en Vistabella del Maestrat, alejados de la mirada de curiosos que pudieran poner en peligro su forma de vida. Sin apenas relacionarse con el resto de vecinos salvo para cuestiones imprescindibles como la compra de alimentación, la escolaridad de los menores y los distintos trabajos remunerados que algunos de sus miembros desempeñaban fuera, dinero que iba destinado a la comunidad y a los caprichos del líder de la secta, como coches y artículos de lujo. «Vosotros también disfrutaréis algún día de esto», les decía el llamado ‘tío Toni’ a sus fieles.

Zona de juegos infantiles dentro de la masía. | GABRIEL UTIEL

Una de las prioridades del cabecilla de la secta desmantelada esta semana en Castelló era la discreción, de ahí que no hiciera proselitismo fuera de su entorno, y que fueran sus acólitos los que fueran captando a fieles entre sus familiares. Entre ellos había un pacto de silencio para no revelar las prácticas que allí tenían lugar.

Puntualmente los fines de semana acudían más personas, que aunque no vivieran en la comunidad se estaban iniciando o que a través de algún familiar se querían acercar a este líder espiritual.

Prohibían el paso a los vecinos al interior de la finca

Vecinos de la zona relatan que cuando alguien ajeno a la comunidad se acercaba por cualquier motivo —algunos porque simplemente estaban recolectando setas— a sus enormes instalaciones valladas, miembros de la secta, que actuaban a modo de vigilancia, les instaban de malas formas a que no podían entrar remarcando que se trata de una propiedad privada con acceso restringido. Además, cuando operarios del servicio de residuos acudían a llevarse la basura tampoco les dejaban entrar a las instalaciones. Lo mismo le ocurrió a unos trabajadores que fueron a llevar cemento a esta masía.

La extensa finca rural se encuentra rodeada de una gran arboleda que contribuye a impedir la visibilidad del interior. Así, en la entrada hay cámaras de seguridad y un cartel alertando de perros peligrosos para disuadir a posibles curiosos. La masía, llamada ‘La Chaparra’, cuenta con cuadras, caballos y una zona de juegos para niños con columpios. Según las fuentes consultadas por este periódico, el líder de la secta extremaba al máximo las atenciones a los menores, a quienes consideraba pieza fundamental de su doctrina. «Ellos son el germen del futuro», les trasladaba a sus fieles, aunque una vez llegados a la adolescencia abusara presuntamente de las niñas bajo la excusa de educarlas en el inicio a su sexualidad.

Para evitar denuncias los niños que vivían en la comunidad estaban debidamente escolarizados, aunque se limitaran a ir simplemente a clase y no acudieran a ningún tipo de actividad extraescolar. Vecinos de Vistabella relatan que los miembros de la supuesta secta salvo para ir al ambulatorio, a comprar o a trabajar, apenas se les veía por el municipio.

Los nuevos fieles eran rebautizados por el líder con nombres bíblicos al entrar a formar parte de la secta

Dentro de la comunidad cada miembro tenía unos papeles asignados, trabajos en el campo —con largas jornadas para mantener ocupados a los hombres—, artesanales o ayudando en las terapias del líder. En esta función el ahora detenido como presunto cabecilla utilizaba a las adolescentes del grupo, a quienes previamente adoctrinaba y para las que él tenía un papel de autoridad muy por encima de sus propios padres.

El presunto cabecilla de esta secta difundía unas ideologías místicas basadas en la New Age, que promueve el ocultismo y la brujería, creencias en ‘seres de luz’ que le transmitían su mensaje, y se presentaba ante sus adeptos como ‘el enviado’. Todo ello aderezado con tintes de corte cristiano. De hecho, al entrar en la secta los fieles eran bautizados con nuevos nombres, todos ellos bíblicos.