El fuego deja lecciones. Y basta con recorrer las zonas arrasadas por el incendio de la Vall d’Ebo, estabilizado ayer tras devorar 11.700 hectáreas, para sacar las primeras conclusiones. Lo que salta a la vista es que en el negro paisaje surgen «oasis» que se han salvado de las llamas y conservan vida y un cierto verdor. Han frenado el avance del fuego. Han actuado como cortafuegos.

En las montañas que jalonan la estrecha y sinuosa carretera que une la Vall d’Ebo y Pla de Petracos (Castell de Castells), aparecen esos «oasis». Son campos de olivos y almendros que los agricultores aún trabajan. Se han convertido en efectivos cortafuegos. Las montañas están carbonizadas. Pero ese paisaje negro y desolado cambia cuando llega al linde de un terreno que todavía está en cultivo. Allí no ha entrado el fuego. Ese efecto de cortafuego todavía es más acusado en los bancales que tienen muros de piedra seca. El contraste resulta muy llamativo. Estos campos emergen en la destrucción.

Un terreno cultivado y que se ha salvado del fuego en la ladera de la carretera de Vall d'Ebo a Pla de Petracos A. P. F.

Este diario pudo comprobar ayer claramente que esos campos que todavía cultivan los vecinos de estos pequeños pueblos del interior de la Marina Alta han sobrevivido al fuego. Es más, lo han parado. Estos esforzados agricultores suelen ser personas de avanzada edad. Trabajan la tierra más por vocación que por otra cosa.

El incendio ha sido tremendamente voraz. Ha carbonizado las masas forestales. Ha calcinado los campos baldíos. Es evidente que el abandono de cultivos es pasto para las llamas. Pero en el paisaje está ahora una posible respuesta para tratar de evitar incendios tan destructivos como éste. Los terrenos que sí se siguen cuidando, donde crecen olivos, almendros o perellons (una manzana que se cultiva en la Vall d’Ebo), han quedado como islas en medio de la inmensa mancha negra que ha dejado el fuego.

Cenizas por delante y devastación en la montaña y, en medio, un cultivo de olivos que conserva la vida y el verdor A. P. F.

Las llamas, eso es innegable, han sido tan contumaces que también han calcinado olivos y carrascas. Pero son los pinos los árboles que han ardido como fósforos. También son los que suelen expandirse con más fuerza tras los incendios y colonizar más y más montaña.

En incendios como los del Montgó o la Granadella de Xàbia, se optó por favorecer que brotaran en la montaña ullastres (acebuches), carrascas y algarrobos. Son más resistentes al fuego. Y también se recuperaron los muros de piedra en seco. Contienen la erosión tras estos devastadores fuegos.