Hace tiempo que beber agua del grifo en València está mal considerado. Al que la pide en un bar o restaurante («un vaso de agua, por favor») se le mira hasta mal. Es uno de esos hábitos adquiridos que nos recuerdan el sorprendente comportamiento del ser humano. Una actitud esa, la de ignorar el caño del fregadero de nuestra casa cuando se trata de aliviar nuestra sed, capaz de volver loco a un antropólogo. Como mirar al abismo y que el abismo te mire a ti y se eche unas carcajadas. 

En plena concienciación por el cambio climático, en la era de la transición a las energías renovables, nos atiborramos de botellas de plástico para hidratarnos. Resulta, también, que nos lo pensamos mucho para detenernos a beber en una fuente pública, pero no para pagar dos euros, o más, por una botella en cualquier punto de venta. Todos los expertos consultados coinciden en que no vamos bien en el asunto hídrico doméstico: «Estamos equivocados. Hemos demonizado nuestra agua del grifo y salimos todos perdiendo», vienen a decir. 

En un mundo en el que 663 millones de personas viven sin acceso a agua potable mejorada, en España nos bebemos al año unos 120 litros de agua mineral por cabeza, según datos de la Asociación Nacional de Empresas de Aguas de Bebida Envasadas (Aneabe).  

El sentido común

«Nuestro sentido común nos tendría que decir que por qué estamos comprando agua embotellada. Le quitamos los minerales naturales al agua y le ponemos aditivos artificiales a otras comidas. ¿Es por el sabor? Bueno, pues si no nos gusta, tengamos claro que hay maneras de solucionarlo», asegura la doctora en Hidrogeología por la Universitat de València Arianna Renau, que va más al fondo de la cuestión: «Sí, es verdad, el agua de València es dura. Pero las aguas duras tienen mucha mejor calidad que las superficiales, porque han pasado un gran prefiltrado por el terreno y son riquísimas en minerales. Yo son fan número 1 del agua de València», asegura. No es la percepción de cualquiera. Son palabras de una doctora hidrogeóloga valenciana. 

Agua del río Turia, en Manises. F. Bustamante

En el caso de València, el agua viene del Júcar y del Túria y, también, de los acuíferos, antes de pasar por las potabilizadoras como las de El Realón (Picassent) y La Presa de Manises -la más antigua de Europa en funcionamiento- las dos referencias de este proceso. Todo bien prefiltrado. Todo bien potabilizado después. «La seguridad del agua del grifo es total. Tienen más control sanitario que las que puedan tener las embotelladas. Ninguna Administración se puede arriesgar a que esté contaminada. Y nada garantiza que la que compras embotellada sea mejor que la del grifo; de hecho, hay estudios científicos que demuestran que estas tiene restos de microplásticos, con lo cual hace más complejo todo esto», afirma Julio Barea, responsable de Aguas de Greenpeace España. Un dato: el agua de los grifos de la ciudad pasa más de 8.000 análisis al año. Otro: el agua de Madrid, que goza de tan buena fama, posee la misma cantidad de aditivos que la de València. Pero, ¡oh, el agua de Madrid!

Durezas aparte, el estigma más marcado del agua de València está en el sabor. Que si está mala, que si sabe a cloro, que si a a tierra. «Hay que desmontar mitos. Si ese es el único problema, tiene fácil solución», asegura la concejala del Ciclo Integral del Agua y presidenta de la Entidad Metropolitana de Servicios Hidráulicos (Emshi), Elisa Valía. Esa solución se llama ‘filtros’, ‘ósmosis’ y otros métodos sencillos que suavizan su sabor. El Ayuntamiento, en todo caso, ha destinado en los últimos 7 años 19 millones de euros a tratamientos para mejorarlo.

El agua de València pasa más de 8.000 análisis al año y posee la misma cantidad de aditivos que la de Madrid

El estigma del sabor, efectivamente, ha hecho mucho daño a nuestra agua potable. Aquí y en otras ciudades de España con aguas duras como Alicante, Castelló, Palma de Mallorca, Málaga, Almería o Jaén. Pero hay mucho de mito en esto, según demuestran las catas que organiza Emivasa -la empresa participada por Global Omnium y el Ayuntamiento de València, responsable de que el agua llegue a los hogares del cap i casal- en espacios públicos. «Un 70 % de los consumidores no pueden identificar qué agua es la del grifo», explica Elisa Valía. No hay más preguntas, señoría. 

Arianna Renau, la doctora en Hidrogeología remata la controversia: «Sabe a agua dura porque es riquísima en carbonato cálcico (calcio), sodio, potasio y magnesio, principalmente. Si hace gusto a cloro, dejándola fuera unos minutos se volatiliza enseguida y adiós al ‘problema’», apostilla Renau. 

La explicación sociológica

El asunto hay que llevarlo al terreno sociológico para entenderlo. Todo se fraguó en los años 90. De repente, los ciudadanos empezaron a consumir la mal llamada ‘agua mineral’ por una cuestión de moda. Una leyenda negra recorrió la ciudad, con especial presencia en los barrios más pudientes: ‘El agua del grifo es mala’. «Los ciudadanos acabamos interiorizando mensajes externos que inducen a un cambio en el comportamiento, que cristaliza en hábitos que después son muy difíciles de cambiar. Es lo que ha ocurrido con el agua del grifo de València», explica el sociólogo José Beltrán

Instalaciones de la Presa de Manises, de Emshi. Fernando Bustamante

«Sí, se dice que tiene abundancia de cal, y como eso se ve en los grifos y es algo empírico, pues se interpreta como algo malo, cuando realmente no debe serlo», añade el sociólogo. Hay otra cuestión que la ciencia que estudia el comportamiento social de los seres humanos advierte y subraya. «Es lo privado contra lo público. Es el que vive de la publicidad contra el que no tiene ánimo de lucro. Es David contra Goliat», explica Beltrán, que aclara cuál debería ser el proceso para hacernos recapacitar. El mismo que vale, por ejemplo, para acercarnos al transporte público. «Cambiar un hábito requiere parar y pensar. Eso requiere un trabajo de educación, de sensibilización, de una reflexión colectiva», añade. 

Ese cambio para recuperar el agua del grifo lo hizo Nueva York a partir de 2008, ayudado por una campaña municipal impulsada por el representante del barrio de Queens, Eric Gia. El primer paso fue recuperar la normalidad de ofrecerla en bares y restaurantes. Y así recuperar, también, ese "un vaso de agua, por favor". Sentido común.

Llegamos a la huella de carbono, un tema capital en este asunto de la ignorancia del agua del grifo que lleva locos a los expertos y a los no expertos. «El consumo de agua embotellada es totalmente insostenible. Se genera una grandísima cantidad de residuos. Estamos en una situación absurda», detalla Barea desde Greenpeace. La doctora en hidrogeología remata la paradoja con datos aterradores de la ‘huella hídrica’: «Para fabricar una botella de agua se necesitan muchos litros de agua (entre 7 y 10 litros). Cambiémoslo». Si lo hizo Nueva York...