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"Me intenté quitar de en medio de todas las formas, pero mi destino era aprender que hay vida más allá del sufrimiento"

A medida que se destapa el tabú en los adultos se hace evidente que aún hay camino por avanzar con el estado emocional de los más jóvenes

Marta Luna, en la playa de Almassora, donde reside en la actualidad. MANOLO NEBOT ROCHERA

Los psicólogos reunidos este miércoles en el evento "Crecer en bienestar", tal y como contó Levante-EMV, convinieron en que el suicidio adolescente existe y que no hay que esconderlo más. Hace un tiempo -especialmente tras la pandemia- que los problemas de salud mental se abordan con más apertura entre los adultos, con más consultas entre personas entre los 30 y los 45 años, según constatan servicios como Cruz Roja Responde y el Teléfono de la Esperanza. Pero las patologías entre los más jóvenes, sobre todo los adolescentes, siguen estando medio enterradas. A veces las familias no alcanzan a ver la gravedad de ciertas situaciones y otras veces es el ámbito educativo el que falla al detectar un caso que entraña peligro para, incluso, la vida de los estudiantes. Las víctimas, los menores, no consiguen sacar a la luz muchos de los tormentos internos con los que cargan.

Marta Luna es de la Vall d'Uixó pero vive en la playa de Almassora. La vida le ha dado mil vueltas desde que fue diagnosticada con trastorno límite de la personalidad en la preadolescencia hasta hoy, cuando habla con Levante-EMV frente al Mediterráneo. Ve a la primera Marta, la de antes, y piensa que "no tiene nada que ver" con la Marta que habita su cuerpo hoy, después del arduo trabajo psicológico gracias al cual se ha podido conocer y analizar a fondo. La valldeuxense aconseja a los adolescentes que no se queden con el primer diagnóstico que les den: "el diagnóstico no es algo que defina a una persona durante toda su vida", dice Marta. "No debe ser motivo para bajar ni mucho menos la cabeza o pensar que uno va a ser así siempre, o que su problema no tiene solución", incide.

Ella pasó por muchos profesionales hasta que encontró a la que "verdaderamente" la ayudó y se implicó en su caso -ahí va otro consejo de quien lo vivió-. "El terapeuta adecuado no se limitará a seguir un protocolo de medicación a base de fármacos, sino que te hará pensar y analizar en profundidad de dónde viene todo ese vacío, esa angustia, esa tristeza", recalca Marta. En esos momentos, la ayudaba a desahogarse, "a soltar todo aquello que llevaba dentro" cuando necesitaba solo "hablar con alguien". "Me ayudó mucho escribir y sentirme escuchada, a mi terapeuta la tenía frita a correos electrónicos".

"Me ayudó mucho escribir y sentirme escuchada, a mi terapeuta la tenía frita a correos electrónicos", cuenta Marta

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El trastorno límite hace que una persona viva los estados emocionales de una forma más intensa de lo habitual. En ese contexto, el riesgo de suicidio se incrementa. "Me intenté quitar de en medio de todas las formas posibles. También me autolesionaba y de formas muy graves. Pero mi destino o llámalo como quieras era vivir y aprender que hay vida más allá del sufrimiento". Marta ya no hace terapia ahora, tiene herramientas de sobra para saber lo que le ocurre, y cree que, después de todo el aprendizaje y el dolor, vive una "vida digna".

Luchar por el diagnóstico, estar alerta siempre

En el caso de la valenciana de 26 años Ana Milán Cases, músico en un grupo indie y maquilladora, un diagnóstico equivocado provocó que haya estado años y años sin medicarse de forma correcta. "Los psicólogos siempre me decían durante toda la adolescencia que eso era depresión, que estaba deprimida. No fue hasta los 24 años que me dijeron que tenía trastorno bipolar", cuenta Ana. De ese diagnóstico definitivo y correcto hace apenas dos años, así que estuvo diez años sin los cuidados adecuados.

Su relato es una muestra de la superficialidad con la que, hace unos años, se trataban los problemas de salud mental entre los menores, algo que en la actualidad los especialistas tratan de cambiar. Los médicos calcularon que todo sucedía a causa de que la llamaban "gorda" en el instituto y dedujeron que eso debía ser, sí o sí, depresión. Es evidente que el acoso escolar jugó un factor en lo que iba a venir después, en la tristeza acumulada y también en la anorexia y la bulimia. Pero no lo era todo. "Una vez, un psiquiatra me hizo unos test y me dijo que me llamarían cuando lo analizara. En el test literalmente yo puse que me quería morir. Jamás me llamaron, sentí que creían que me lo estaba inventado", recuerda Ana.

"A una adolescente le diría que aguante, que va a encontrar su lugar en el mundo y va a llegar donde tiene que estar", afirma Ana.

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Más tarde Ana intentó terminar con su vida. Ella utilizó pastillas y sus padres la encontraron aún viva, por poco. Después de todo aquello, un psiquiatra dio con la receta adecuada y, aunque ha tenido varias internaciones, hace un tiempo que está estable. Como Marta, sabe que hay alguien que ahora tiene 15 años, como ella tuvo, y vive en la incertidumbre que la rodeó a ella. "Le diría que van a venir cosas mucho peores, pero que después de ellas llegarán otras cosas muy buenas. Que aguante, que va a encontrar su lugar en el mundo y va a llegar donde tiene que estar", expresa. Una vez ha pasado lo peor, a Ana le encantaría llenar una sala con su grupo, en el que canta y es la compositora principal de las canciones.

Save The Children publicó en 2021 un informe que reveló que en la Comunitat Valenciana se habían suicidado 308 jóvenes de hasta 29 años. Marta y Ana, que no están en esa estadística porque en la moneda cayó cara, no quieren que esas cifras se repitan en la generación que viene.

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