La doble suerte de Juanvi: «Compré otro boleto del número porque pensé que lo había perdido»

«No es para sentirse millonario, pero 25.000 euros son una magnífica ayuda»

Dos vecinas celebran su premio

Dos vecinas celebran su premio / PERALES IBORRA

s.sapena.

A las puertas del bar La Ribera, en medio de la alegría de los agraciados y de los amigos o conocidos de Tavernes que acudían a felicitarles a veces se escuchaba una frase cierta. «No es para sentirse millonario, pero 25.000 euros son una magnífica ayuda».

En realidad es así, como también es cierto que a la inmensa mayoría de los beneficiados con el tercer premio de este sorteo de la lotería del Niño, algunos de Benifairó y Simat, llevan solo un décimo. Pero como en todo hay excepciones.

Durante la fiesta que se montó en el establecimiento este periódico coincidió con Juanvi Mompó, un hombre de 56 años, casado y con dos hijos, a quien la suerte le ha sonreído el doble.

Entre felicitaciones y abrazos de sus amigos, Juanvi cuenta que un día fue al bar a almorzar con su cuñado y que en ese momento adquirió un décimo del 18918, pero que su acompañante no lo hizo. Ese gesto le llevó a la confusión de pensar que ninguno de los dos lo había comprado, de manera que otro día repitió el gesto y se llevó el segundo décimo a casa.

«Cuando comprobé que tenía los dos me dije, ¿qué hago, vendo uno?», dice que se preguntó. Pero, por fortuna para él, no lo hizo y ahora dispondrá de 50.000 euros para empezar el año. «A pagar hipotecas», concluye que destinará al menos una parte de lo ganado.

En los corrillos que forman los afortunados también se decía, en voz muy baja y guiñando un ojo, que también los dueños del bar tienen más de un décimo, lo que resulta de lo más lógico tratándose de la pareja promotora de esta lluvia de dinero que la lotería ha dejado en Tavernes. Pero Sergio Monedero y Elena Salido, que atienden una y otra vez a los periodistas que acuden a esta singular concentración de pequeños millonarios a las puertas de su local, evitan responder y se limitan a esbozar una sonrisa muy reveladora.

A las 3 de la tarde, cuando casi todos ya se han ido a comer, los últimos rezagados agotan la cerveza con la que celebran su suerte y, tratándose de esas personas acostumbradas a hacer amigos, no olvidan invitar a comer incluso a los periodistas.