Sobrevivir detrás del mostrador en comercios más que centenarios

Guantes Piqueras, la joyería Falomir y la sedería Miralles son tres ejemplos de comercios centenarios que siguen atendiendo a sus clientes diariamente a pesar de la competencia de las grandes superficies y la venta «online»

Fran Miralles observa unos tejidos de la sedería Camilo Miralles.

Fran Miralles observa unos tejidos de la sedería Camilo Miralles. / Francisco Calabuig

En una de las esquinas de la plaza de la Reina de València, encuadrada entre franquicias y locales de restauración, una pequeña tiendaGuantes Piqueras, abierta desde 1868— resiste estoicamente a los vaivenes y desafíos a los que se enfrenta el pequeño comercio de barrio. Está regentada por Margarita. Ella heredó el negocio de su madre, Antonia Mulas, y se ha criado detrás del mostrador. «Es mi vida, igual que lo fue para mi madre —, afirma— . Soy guantera al 100 %». 

Margarita atendiendo a una cliente en Guantes Piqueras.

Margarita atendiendo a una cliente en Guantes Piqueras. / LOYOLA PEREZ DE VILLEGAS MUÑIZ

Su historia tiene ciertos paralelismos con la de Salvador Falomir, aunque él está ya jubilado. La joyería Falomir, ubicada en Llíria, se la han quedado sus hijos, Salva y Sara, quienes se han hecho cargo de un negocio, que se ha transmitido de generación en generación —y ya son siete— al menos desde 1799, según un archivo documental del abuelo del tatarabuelo de los herederos de la saga. 

Salva y Sara, herederos de la saga de joyeros Falomir, junto a su padre.

Salva y Sara, herederos de la saga de joyeros Falomir, junto a su padre. / L.P.

A casi 23 kilómetros de Llíria, la historia se repite. El documento más antiguo que conservan en la sedería Camilo Miralles es un acta notarial que data de 1885. El tatarabuelo de Fran Miralles fundó la empresa en Alcoy, y posteriormente se trasladó a València, hasta que el abuelo de los ahora propietarios la llevara a Burjassot. Una tradición que pasa de padres a hijos, y después a nietos y bisnietos, preservando una parte muy importante de su idiosincrasia: ese carácter familiar y cercano que la hacen irremplazable a cualquier tecnología. 

Son tres ejemplos de comercios más que centenarios. Su dilatada trayectoria no les exime de compartir los escollos del comercio de proximidad: la lucha frente a las grandes superficies y sus abusivos horarios, el reto de la digitalización, la competencia feroz de las plataformas de venta en línea o la subida de los precios del alquiler. Sin embargo, su supervivencia a través de los siglos es sinónimo de resiliencia, adaptación y amor por la profesión. ¿Cómo lo han conseguido?

Calidad del producto

En el caso de Guantes Piqueras, es la calidad del producto lo que les permite seguir alzando la persiana cada día. «Vendemos género de calidad, algo especial y diferente; los clientes nos buscan», reconoce su propietaria rodeada por abanicos, sombreros y guantes. 

Su clientela valora la fidelidad y el trato de proximidad. Por eso, aunque la venta «esté difícil», «va tirando» con clientes locales pero, también, con otros procedentes de Madrid, Tarragona o, incluso, Holanda; los foráneos visitan su pequeña tienda cada vez que visitan el ‘cap i casal’. Es una de las razones por las que no se ha embarcado en la venta online; eso sí, atiende los comentarios de posibles clientes a través de las redes sociales.

Guantes Piqueras vende producto de alta calidad en la plaza de la Reina.

Guantes Piqueras vende producto de alta calidad en la plaza de la Reina. / LOYOLA PEREZ DE VILLEGAS MUÑIZ

Margarita heredó su gusto por el contacto con la gente de su madre. «Lo sabía hacer, le gustaba y nos lo ha inculcado», explica. Comenzó en el negocio en 1932 con sólo doce años, como aprendiza de Don Francisco y Doña Emilia; con el tiempo, se quedó como propietaria. Tan ligada está la vida de Margarita a la tienda que su primera fotografía se la hicieron allí en eñ ñ

Margarita, recién nacida, en su primera fotografía en Guantes Piqueras.

Margarita, recién nacida, en su primera fotografía en Guantes Piqueras. / ED

En los últimos años, las dificultades se han sucedido. Primero, fue la pandemia; más tarde, las obras de remodelación de la plaza de la Reina. Una vez superadas, los temores son el cierre de los fabricantes —no piensa vender productos de menor calidad— y la subida del alquiler. «Llevo aguantando muchos años y, ahora, estoy pagando mucho dinero», explica Piqueras. Ha llegado al límite: «Cuando me pidan un euro más, me marcho». Se marchará para jubilarse porque no «pienso abrir otro sitio». En principio, hasta ahí llegará la historia de Guantes Piqueras porque su hija no tiene pensado seguir con el negocio.

Transformación digital

La historia de Salva y Sara Falomir es radicalmente opuesta a la de la hija de Margarita Piqueras, puesto que ellos decidieron encargarse del negocio familiar, con más de tres siglos de historia, hace más de una década. Ambos vivieron el final de sus estudios universitarios —farmacia y trabajo social, respectivamente— coincidiendo con la crisis financiera del año 2008 y, como «nos habíamos criados en la joyería», recurrieron a esta opción transitoria, ahora definitiva.

Los abuelos de Sara y Salva a la puerta del negocio en la Fira de Sant Miquel de Llíria a inicios del siglo XX.

Los abuelos de Sara y Salva a la puerta del negocio en la Fira de Sant Miquel de Llíria a inicios del siglo XX. / ED

Desde el principio, tuvieron claro que el futuro, la supervivencia, estaba en la venta electrónica, en una época en la que Amazon ni existía. «Apostamos por el dominio joyería online, porque pensamos que era lo primero que buscaría la gente», explica Salva. Acertaron. Ahora, cada año, envían miles de pedidos (sigue al alza), aunque los inicios no fueron sencillos. «La gente no estaba acostumbrada a comprar online —, relata Sara— y, cuanto menos, la joyería. Tuvimos que ganarnos la confianza de los consumidores» a través de la pantalla. Lo hicieron, en parte, replicando valores del comercio de proximidad, con un trato personalizado y atendiendo personalmente a los compradores.«Ofrecemos un trato que las grandes plataformas no pueden dar», relata Salva. Por ejemplo, han llegado a recibir una dedicatoria manuscrita para incluir en un regalo.

Tienen claro que la venta electrónica es el futuro porque «los jóvenes ya no compramos en las tiendas físicas». En el futuro, creen que el establecimiento servirá para hacer showrooms: «El 90 % de la facturación acabará siendo electrónica», vaticina Salva. Tal vez, entonces, retomen las carreras para las que se formaron aunque, de momento, su padre Salvador no puede estar «más orgulloso» de que la estirpe se perpetúe, al menos, una generación más. 

Sara y Salva Falomir preparan el envío de una compra online.

Sara y Salva Falomir preparan el envío de una compra online. / L.P.

Adaptarse al cambio

El secreto que mantiene viva la sedería Camilo Miralles, después de más de cien años, es remar en la misma dirección que la sociedad. «Es muy importante ver los cambios que se están produciendo y adaptarte a ellos», comparte Fran Miralles, tataranieto del fundador. La empresa se dedica de toda la vida a la tejeduría de indumentaria valenciana, decoración, tapicería, trajes de novia y ornamento litúrgico. A pesar de ser un sector muy tradicional, han sabido cómo conjugar las técnicas y los instrumentos más antiguos, con la maquinaria de última generación e informatizada. Siempre evolucionando en la línea de los gustos del mercado. Por ejemplo, cuando rescataron y lanzaron los pañolones de fallera. 

Pero no todo ha sido un camino de rosas. La sedería Camilo Miralles ha tenido que superar momentos tan duros como la Guerra Civil española, cuando la empresa fue requisada para fabricar paracaídas. El último golpe ha sido la pandemia de coronavirus. «En el textil las crisis afectan mucho más que en cualquier otro sector. Es un mercado muy sensible», afirma.

Ahora, el último reto es la digitalización. En el caso de la venta online, reconocen tenerlo más complicado. Aunque nada de esto ha impedido que estén presentes en redes sociales. «A nuestros compradores les gusta tocar la tela. Hay ciertos productos que sí podemos vender, pero la mayoría precisan de contacto directo con el cliente», apunta. Ese trato cercano es precisamente otra de las virtudes del éxito. Pero no es la única; también la calidad de sus productos les diferencia. «Una clienta me escribió que su hija llevaba ahora el que había sido su traje de fallera. Eso significa que nuestro producto perdura en el tiempo y continúa gustando», defiende.

Detalle de uno de los tejidos de la sedería Camilo Miralles.

Detalle de uno de los tejidos de la sedería Camilo Miralles. / Francisco Calabuig