El espíritu de la montaña

Gonzalo Aupí

El pasado lunes, 29 de mayo, se produjo el setenta aniversario de una de las mayores gestas de la exploración alpina: la conquista del monte Everest, la montaña más alta del planeta. En aquel lejano día de 1953, Edmund Hillary y Tenzing Norgay, se convirtieron en los primeros hombres en descubrir la vista que ofrece el techo del mundo, en un viaje a lo desconocido, en el que los límites del ser humano fueron puestos a prueba a cambio del potencial abrazo del cielo. Y, por desgracia, cuánto ha cambiado todo desde entonces. El Everest, junto con algunas otras montañas de más de 8.000 metros, como el K2 o el Lhotse, se han convertido en una vía de negocio en que el respeto a su leyenda y a los pasos de quienes las conquistaron, junto con el cuidado medioambiental, brillan por su ausencia. Muy lejos quedan aquellos heroicos días en los que el ser humano se guiaba a través de la fuerza de sus manos y la ambición por alcanzar lo desconocido. Lo que quizá se nos olvida es que las montañas seguirán cuando nos hayamos ido. Y su espíritu, que observa con melancolía lo que un día fuimos, ahora llora por el legado de lo que un día fue. Ojalá que las lágrimas vuelvan a dar paso, algún día, a que se enorgullezca de nuevo, cuando el abrazo del Sol bañe a quienes escalen sus cumbres como merecen.