Cumbres olvidadas

Gonzalo Aupí

Durante los últimos dos siglos el ser humano ha avanzado, a pasos agigantados, en miles de campos. La investigación científica, la tecnología, la exploración y otro sinfín de áreas son claros ejemplos. Y, gracias a ello, la sociedad avanza en muchos sentidos posibles. Pero, dentro del penúltimo ejemplo, vamos a la inversa. La exploración ha pasado, en el caso del alpinismo, de ser sinónimo de superación y búsqueda de lo desconocido, a convertirse en un parque de atracciones. Uno en el que el respeto por los enigmas y la ambición por coronar las cimas más altas del planeta ha dado paso a cifras que hay que lamentar. Esta última temporada, solo en el Everest, hay que llorar, según las últimas cifras, un mínimo de diecisiete víctimas mortales, en la que, posiblemente, ha sido la campaña con más muertes desde que se recogen datos. Y no es un dato baladí, si no que expresa las consecuencias de convertir el techo del mundo en un patio de recreo. Por tanto, es extremadamente imperativo volver a honrar a la montaña como merece. Y esperar que ella haga lo mismo con quienes, conocedores de sus límites, intenten tocar el cielo desde sus cumbres.