Análisis

El peso de Vox y la crisis ‘progre’

La conversación pública se ha inclinado hacia los problemas de poder en la izquierda con el riesgo de opacar la relevante presencia ultra en la política cultural y las instituciones

Ximo Puig, la noche del 28 de mayo, tras la derrota electoral de la izquierda. | EUROPA PRESS

Ximo Puig, la noche del 28 de mayo, tras la derrota electoral de la izquierda. | EUROPA PRESS / alfons garcia. valència

Alfons Garcia

Alfons Garcia

Seis meses. 184 días desde que el Gobierno de izquierdas cayó ‘de facto’ tras ser derrocado electoralmente por las derechas después de una campaña pobre, con poco apego de Ferraz y una lectura errática de la situación política, atada a demasiados condicionantes que no se dieron: ni la supervivencia de Podem, ni el sostenimiento de Compromís ni la multiplicación de los panes del PSPV. Entonces el incienso del poder hacía borroso el panorama. Lógico. Seis meses después este se ve más claro: suele ocurrir con el pasado.

Seis meses después del 28M que dejó una mayoría holgada de diputados de PP y Vox, la conversación pública en la Comunitat Valenciana se ha girado sobre la crisis en la izquierda: tanto en el PSPV como en el espectro amplio donde antes cabían Compromís y Podem y ahora emerge la confluencia de los valencianistas con Sumar, nueva marca donde solo cabe una parte ya estrecha del flanco morado. No es algo nuevo. Las batallas tras las derrotas son un clásico de la progresía local: son esos tiempos en que discernir entre la necesaria renovación y el ansia de poder se hace misión imposible.

La consecuencia es que estos movimientos de guerrilla orgánica opacan lo trascendente en la política ordinaria, que es la presencia de Vox (la derecha radical y populista moderna) en espacios de poder por primera vez en esta etapa de autogobierno, el mismo que el partido de Santiago Abascal cuestiona. Es el rasgo principal de estos seis meses: la tensión política y social de esta presencia ultraconservadora por más que el PP valenciano del president Carlos Mazón se esfuerce desde el primer día en una apariencia de normalidad de gestión.

Dos vientos institucionales

La atmósfera institucional de estos 184 días surge de la confluencia de dos vientos. Por un lado, la virulencia verbal y de gestión contra lo que huele a la cultura establecida en estos años de autogobierno (desde Joan Fuster a Carles Salvador, desde Acció Cultural a Escola Valenciana, desde Raimon a José Luis Pérez Pont), la regresión a la caverna de la batalla lingüística y la presión contra la visibilidad de las políticas LGTBi y los conceptos de violencia machista y de género. Es el sello de la ultraderecha valenciana afianzada en la esfera cultural de poder que reclamó y en la Conselleria de Justicia.

Y ese aire espeso convive con la fresca y fácil reconexión del PPCV de Mazón con un sentimiento social extendido de norte a sur (más vertebrador que otras esencias) que se nutre de una idea de poderío y orgullo económico al servicio de España a pesar de los agravios de un Gobierno central que prima a otros territorios (el catalán es el que se observa siempre primero) y de una idea de mayor libertad educativa, fiscal y cultural.

La ausencia de discrepancias internas visibles, el afán por mostrar a «un único Gobierno» (como rasgo diferenciador del anterior), han unido estas dos corrientes de aire que en otro momento podrían haber llevado a una división que ni hoy ni en estos 184 se ha visto.

Con ese clima de fondo, la agenda política ha ido inclinándose hacia los problemas en una izquierda doliente sin poder institucional.

Ximo Puig comprueba estos días que hubiera sido más fácil para él irse. Su legado como president, reconocido por los actuales gobernantes, no correría peligro de corrosión. Como lo padece ahora, cuando su decisión de acumular tres cargos (secretario general del partido, presidente del grupo parlamentario en las Corts y senador) y sus elocuentes ausencias en la tribuna son interpretadas como síntoma de no haber asimilado la derrota.

Puig comprueba que su intención de evitar una sangría interna (con la convicción de que el ciclo de Mazón puede ser corto y no otra travesía de veinte años) topa con la realidad de una parte del partido que urge a la renovación sin que él encuentre además el escudo de Ferraz (de Pedro Sánchez, principio y fin hoy del socialismo), que observa y deja hacer.

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