Migraciones

Los 300 migrantes que viven bajo los puentes del río recogen naranjas por dos euros la hora

Amigos de la Calle estima que hay unas 300 personas malviviendo en el pulmón verde de la ciudad

Muchos de ellos son trabajadores semiesclavos que pagaron el viaje en patera cogiendo la naranja en Marruecos que luego se exporta a España

Unas 300 personas malviven bajo los puentes del río: "No hay forma de que te alquilen nada"

Miguel Angel Montesinos

Gonzalo Sánchez

Gonzalo Sánchez

"Aquí hay personas a los que sus padres metieron con 14 años en los bajos de un camión. Ahora todos trabajamos en el campo". Rahal tiene 22 años y duerme bajo uno de los puentes del río Turia en València. Trabaja en la naranja. "Esta semana he ido de 6 de la mañana a 5 de la tarde. Nos pagan por capazos de 20 kg. Ayer me pagaron unos 20 euros", explica. Trabaja por menos de dos euros la hora.

Es la realidad de los alrededor de 300 migrantes que duermen bajo los puentes del río Turia en València, según estima la asociación Amigos de la Calle, que les da mantas y comida. Son magrebíes, algunos subsaharianos y unos pocos de Europa del Este. Casi todos son temporeros que han dejado el norte para acercase a València por la temporada de la naranja. "En Logroño y Zaragoza duermo en un albergue o una habitación, pero en Valencia no hay forma de alquilar nada", cuenta Mohamed, que tiene la tarjeta de refugiado.

Las condiciones para los sinpapeles -que no se quejan ni denuncian- son las siguientes. Nueve euros por el viaje en furgoneta, pagar las tijeras y el material de trabajo y cobrar por capazo de naranja. "Muchas veces los dejan y deciden no pagarles o pagarles la mitad", explica Nieves Alonso, voluntaria de Amigos de la Calle.

Estas personas llevan semanas hostigadas por la policía que los desaloja de los puentes por orden municipal. La alcaldesa de Valencia María José Catalá llegó a anunciar ayer que construiría estanques debajo de todos los puentes para evitar los asentamientos de indigentes. Ellos defienden que no duermen ahí por gusto, y que solo quieren un albergue o que alguien les alquile una habitación con el dinero que ganan, como hacen en otras ciudades y no pueden permitirse en València.

Abdú tiene una cara de niño hinchada como una pelota. Tiene 18 años, acaba de salir del centro de menores y está en la calle, y la infección de la muela le duele tanto que no le deja ni dormir. Juega al fútbol con el resto de jóvenes del asentamiento intentando escaparse de la realidad un momento, pero no sabe a dónde ir para que le curen. Mientras, una patrulla de la Policía Local les mira jugar. Afirma que llegó con 15 años en una patera, pasó tres años por un centro de menores y que ha salido sin los papeles tramitados, algo que es obligación de la Conselleria de Igualdad que ha incumplido con Abdú, condenando a un chaval de 18 años a la marginalidad.

Un hilo de Marruecos a la 'terreta'

Mohamed, Rahal y los demás son trabajadores semiesclavos. "Yo estuve trabajando dos años en el campo cerca de Nador cogiendo naranja para ganar 2.000 euros y pagarme la patera", cuenta Rahal. Dice que prefiere no hablar de lo mal que lo pasó allí, que mejor hablar del futuro.

Es la tónica de las personas que están bajo el río el mes de enero. Son los que cogen las naranjas de Marruecos que acaban importándose a Valencia, y las naranjas valencianas cuando llegan a España. "No quieren ver las naranjas ni en pintura. Se las damos y en vez de comerlas las tiran", explica Nieves.

Rahal y Mohamed solo piden dos cosas: trabajar y los papeles. Quieren una vida mejor. "Que nos contraten en el campo o donde sea, nosotros podemos trabajar y tenemos ganas. Solo pedimos una oportunidad", explican. Rahal llegó en patera hace dos años, cuando tenía 20, y en la barca le acompañaban, entre otras personas, una niña de diez años y su madre. "En Marruecos no hay trabajo ni oportunidades, si me hubiera quedado allí estaría esnifando pegamento en una plaza", argumenta.

Pero tampoco pensaba que lo fuera a pasar tan mal en España, aunque sigue teniendo esperanza y no se arrepiente de haber venido. "Todos llegando que España es un sitio lleno de oportunidades, pero luego vemos que no es tanto, no me esperaba tener que estar viviendo en la calle", lamenta.

Varios migrantes en un asentamiento bajo un puente del río.

Varios migrantes en un asentamiento bajo un puente del río. / Amigos de la Calle

Pastillas y zapatillas

Mientras Amigos de la Calle reparten comida y mantas se acercan dos chavales con cara de niños, uno de ellos va muy borracho y afirma tener 17 años. El otro también tiene la mirada perdida y se tambalea, agarrado del primero.

El grupo de Rahal y Mohamed es de "mayores" de 20 y 30 años. No quieren 'niños' porque son violentos. La calle produce heridas psicológicas en las personas más jóvenes, y es muy común que beban y tomen pastilas para intentar escapar de su situación. "Muchas pastillas. Es lo más común porque son baratas. Se drogan y cuando van así no piensan en sus actos, hay quien rompe ventanillas de coche para robarlos. Por eso no queremos niños, porque no queremos problemas y hemos venido a trabajar", cuenta Mohamed.

Estos chavales, aunque vivan en la calle y hayan pasado muchas penurias, siguen siendo unos niños en el fondo. "Cuando les decimos qué necesitan ellos nos contestan que zapatillas, que quieren unas zapatillas.Pero no porque las necesiten, sino porque son adolescentes y quieren llevar unas zapatillas bonitas. Aunque no te lo creas, en esas edades es lo más importante, aunque estén literalmente durmiendo en la calle", explica Nieves.

Varios migrantes en un asentamiento bajo un puente del río.

Varios migrantes en un asentamiento bajo un puente del río. / Amigos de la Calle

La eskombrera y la gallineta

En Valencia hay muchos asentamientos de temporeros, la mayoría de ellos ocultos al ojo del ciudadano. Algunos en fábricas abandonadas, como la eskombrera, y otros ceranos a las vías del tren, como la gallineta. Suelen agruparse (como es lógico) por nacionalidades. Por ejemplo, en la eskombrera casi todos son de Ghana. Lo que no es común es que los temporeros frecuenten lugares de paso de los vecinos de València.

Pero aunque no se vean, los de la eskombrera tienen los mismos problemas que los de los puentes. En el caso de los ghaneses de hecho, sucede algo bastante curioso. Como ha documentado este periódico, muchos de ellos son personas que llevan 20 años trabajando como temporeros, con lo que todas las campañas son incluídos en las mismas collas del campo. Hay quien gana mil euros al mes pero duerme en un catre en una fábrica abandonada porque "nadie les alquila nada, ni siquiera una habitación, aunque tengan dinero para pagar. Sobre todo por racismo", sentencia Nieves.