L’ Albufera: icono natural y objeto de poder

La profesora de Ciencia Política Aida Vizcaíno dedica su tesis al gobierno del parque natural

«La Generalitat ha sido irresponsable en términos ambientales estos 40 años. No ha dedicado presupuesto a la conservación»

Dos visitantes observan flamencos.

Dos visitantes observan flamencos. / J. M. López

José Luis García Nieves

José Luis García Nieves

Para Blasco Ibáñez era un «inmens lluent»; para Fuster, «un dels trossos més esplèndids, més bells, una japoneseria que val la pena de venir a veure-la»; para Josep Vicent Marqués, en 1974 era un «toll repugnant». A lo largo de los siglos, l’Albufera ha ido configurándose como un paisaje que, a la vez, es patrimonio, identidad y economía. Pero también es una dimensión política y administrativa: «El gobierno del Parque Natural». Ese es el título y el objeto de la tesis de Aida Vizcaíno, que se centra en la gestión del entorno en las últimas décadas y que la profesora de Ciencia Política y Administración Pública presentó al tribunal, con éxito, este mes.

Este 2024 precisamente se cumple medio siglo del surgimiento de «El Saler per al Poble», un movimiento cívico, antifranquista, que se opuso a la expansión urbanística en el pulmón verde y a megaproyectos como un aeropuerto. Aquella reacción sentó las bases del modo en el que se ha entendido la gestión de este espacio único: un lugar a conservar, de la mano de los actores implicados, y orientado a la ciudadanía. Medio siglo después, los expertos extraen conclusiones: «No puedes entender esas políticas sin entender quién está gobernando», señala Vizcaíno.

Antes de llegar a ese nudo central, la profesora de la UV recorre la historia de un espacio que siempre ha sido objeto de deseo para el poder. El lago estuvo durante siglos en manos privadas: reales, sí, pero privadas, al cabo. «L’Albufera no era de la Corona, era del Rey. Eso te está indicando que era un lugar valioso». Era un espacio de recreo, para cazar, para pasar el día, narra la profesora.

Ese concepto patrimonial vive un punto de inflexión con Isabel II, cuando el lago pasa a formar parte del Patrimonio Nacional. Pero es el blasquismo que gobernaba la ciudad de principios de siglo XX, el que articula las reivindicaciones para la compra al Estado, iniciadas unas décadas atrás. No solo para su conservación natural, que se percibía en riesgo por los famosos aterraments, sino desde una mirada popular: un espacio de recreo para el pueblo, una mirada moderna, que conecta con «El Saler per al Poble».

En cualquier caso, el núcleo de su investigación pivota en torno a la gestión del parque en época democrática. Y su conclusión se resume en 3 palabras: «bicefalia, asimétrica y complementaria».

‘Bicefalia’ porque tanto el Ayuntamiento de València como la Generalitat son competentes y han actuado. Y ahí surge la primera gran diferencia: el mayor compromiso de la ciudad. «La diferencia es abismal», señala. Si en 1980 comienza la Oficina del Ayuntamiento bajo el impulso de Pérez Casado, hasta 1991 la autonomía no se implica de manera activa, a pesar de que desde 1986 ya había sido declarado parque natural. Los datos hablan por sí solos. Los equipos del Ayuntamiento y Generalitat en 2019 eran de 23 y 13 técnicos; 31 y 21 en 2008, 35 y 5 en 1994.

Es cierto que el ayuntamiento es titular del lago y de la Devesa, mientras que la autonomía tiene más difícil ejecutar acciones de conservación sobre un territorio ocupado, casi en su totalidad, por el sector arrocero, concede Vizcaíno, pero insiste en la escasez de recursos destinados por la Generalitat: «La Generalitat, en mi opinión, ha sido irresponsable en términos ambientales estos 40 años. Porque no le ha dedicado presupuesto a la conservación. El medio ambiente siempre ha estado subordinado dentro de consellerias vinculadas a obras públicas, o a agricultura. ¿Cómo vas a gestionar la naturaleza sin gente y sin presupuesto?», explica.

Aída Vizcaíno.

Aída Vizcaíno. / Germán Caballero

La importancia de alinear gestión

Aterrizando en la gestión, Vizcaíno señala la importancia del alineamiento, entre las diferentes administraciones, y alineamiento entre las direcciones políticas y técnicas en términos de conservación. Todo aquello, por ejemplo, que brilló por su ausencia cuando hace unos días el concejal de Devesa-Albufera (Vox) negó el cambio climático en una jornada internacional sobre, precisamente, el impacto del cambio climático en los humedales.

De la primera época del PP, por ejemplo, entre finales de los 90 y principios de los 2000, Vizcaíno subraya la ausencia de «políticas conservacionistas de primer orden» bajo el liderazgo de la Generalitat. «Se incentiva el turismo sostenible. Era la época del desarrollo local y predomina la idea de una mercantilización verde», afirma. En unos años de gran expansión urbanística e incorporación de la ciudad a los circuitos turísticos internacionales, l’Albufera juega un papel de contrapeso, el espacio donde la ciudad respira. Sin embargo, a nivel local, en esos años sí se aprovechan los proyectos europeos para impulsar procesos de gran envergadura como la regeneración del cordón dunar o reintroducción de especies autóctonas, sin una ruptura entre la visión política y la técnica.

El Botànic, alineado

¿Qué ha ocurrido durante el Botànic? «Ha habido una alianza entre el Estado (CHJ), autonomía y ayuntamiento, tanto del equipo técnico como político. Además, la Junta Rectora se ha erigido como un actor local importante, con un papel activo: en contra de la ampliación del puerto, reclamando mayores y mejores aportaciones hídricas. Es decir, todas las grandes instituciones están alineadas en la toma de decisiones», explica Vizcaíno, que cree que se ha superado, en cierta medida, el conflicto entre el eje conservacionista y el eje productivista, que en este caso es el arrocero.

Hoy, en plena crisis hídrica, o con el debate en Doñana, l’Albufera va bien. Vizcaíno da una última clave: el peso histórico e identitario del lago, que presiona socialmente y genera una enorme implicación municipal, sobre todo desde València. «El efecto capital en la gestión del parque es brutal», concluye.

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