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la ciudad de las damas

Críticas y alabanzas

Es preciso tras el verano, retomar el hilo del puro y duro presente, sin posibilidad de mirar atrás porque se amontonan temas que merecen comentario, crítica o alabanza.

Crítica merecen los escritos que, anónimos o nominativos, llegan a los medios con un mensaje que sus autores deberían repasar dos veces antes de darle salida. Porque son quienes recurrieron hasta el aburrimiento a la excusa de la herencia recibida, quienes ejercieron un poder absoluto y absolutista con un estilo napoleónico que dejó peladas las rodillas de más de uno, quienes tomaron la Casa de la Ciudad al asalto y la convirtieron en su corralito particular. Y ahora esperan que un ataque de amnesia general afecte a la memoria colectiva haciendo creíble el papel que les ha tocado desempeñar. Eso sí, hay que agradecerles que fomenten la renovación del idioma utilizando términos tan innovadores como el de «periclitar» que en su forma de sustantivo ni siquiera aparece en el diccionario.

Comentarios, repetidos e irrepetibles, ha merecido la reactivación mediática, que no judicial, de ese caso de corrupción con protagonistas nativos. En él se sigue convirtiendo Xàtiva en la ciudad de algunos frikis impresentables que junto con encorbatados caballeros montaron con indudable éxito, al parecer, una empresa especializada en recaudación paralela, a costa de los intereses de la ciudadanía. Sin embargo, a estas alturas en que nuestra capacidad de asombro no existe porque estamos curados de espanto, el reto es identificar el factor o factores, que sostuvieron durante tanto tiempo, a tan malos gobernantes. Descubrir porqué ganaron tantas elecciones consiguiendo las mayorías que necesitaban. Entender cómo consiguieron ocultar de forma tan eficiente sus miserias y trapicheos ganándose la confianza de la ciudadanía con una oferta política que obtuvo durante muchos años la confianza y la lealtad del electorado setabense. Estudiar las deficiencias de quien debió constituirse en alternativa mucho antes. Es una cuestión urgente y no valen conclusiones fáciles, demagógicas, autoexculpatorias o superficiales.

Y puestos a alabar, cosa también necesaria por aquello del pensamiento positivo y para contravenir el tópico de la envidia que nos devora, se podría celebrar, por ejemplo, que hemos tenido un verano caluroso pero sin pasarse, hasta los últimos días de septiembre que fueron realmente duros. Podría parecer una felicitación poco creíble, pero en los tiempos que corren parece peligroso señalar los éxitos de unos u otros. Hay que ir con pies de plomo, sobre todo a la hora del elogio, ya que al parecer, fomenta la sospecha sobre la sinceridad de las opiniones vertidas y puede suponer pérdida de credibilidad.

A estas alturas, debería estar ampliamente superada la teoría de la imparcialidad que pretende que las opiniones y quienes las suscriben habiten en el limbo de la equidistancia, por encima del bien o del mal, sin tomar partido para evitar la contaminación ideológica. Lo que es exigible es tener la valentía y el privilegio de opinar, sin hipocresía ni falsedad, desde las propias ideas, en coherencia con la visión personal de la vida y de la sociedad. Y desde ahí, es legítimo apoyar con lealtad los proyectos que van en consonancia y criticar los que según el juicio propio y falible , son un puro brindis al sol. Vengan de quien vengan. Gusten a quien gusten. Duelan a quien duelan.

Tener preferencias políticas no debería deslegitimar la opinión de las personas, siempre que antes de militante se pretenda ejercer como ser inteligente y pensante. Se podrá errar en la opinión o patinar en las valoraciones, pero será por ser humano y falible, y no por ejercer portavocías disfrazadas. Hace tiempo que no se premian fidelidades con el oro de Moscú.

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