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Aquellas fallas de entonces

Aquellas fallas de entonces

Al retroceder hacia los años 40, 50 y 60 del siglo pasado aprecio las diferencias abismales entre las fiestas josefinas de entonces y las de ahora cuya última edición acaba de terminar; entre otras, el número tan reducido de comisiones que había. Aquellos años en los que, afortunadamente, muchos como yo pudimos conocerlas apreciamos que los actos y las fiestas de entonces se disfrutaban de otra manera. Los momentos y circunstancias de aquel tiempo conllevaba entre los falleros menos pretensiones para los monumentos, dada la precaria economía. Pero existía en ellos una mayor gracia e ingenio; las fallas aportaban a la sociedad „en este caso de Xàtiva„ una bocanada de aire fresco, unos días de asueto para que la gente desconectara del agobio económico y político que se vivía en la mayor parte de los hogares de la ciudad, tiempos en los que en la convivencia general todo estaba denso y latente y tan poco favorecido por los difíciles años de la posguerra.

Siento cierta nostalgia al recordar aquella propuesta que Pepe Martínez Mollá, en 1956, hizo al grupo de amigos del barrio (de 14, 15, 16 años) de montar un pequeño monumento, hecho por nosotros en la plaza Papa Alejandro XVI; el lugar de juego de todos después de salir de clase. Casi seguro que fue el primer trabajo que realizó este „años después„ famoso artista fallero y que ya de tan joven, se ha demostrado con el tiempo, sentía el arte de las fallas. Los diez amigos del barrio (incluida una chica) tomamos cartas en el asunto muy ilusionados para entre todos componer una pequeña falla casera. Unos artesanales moldes de yeso, unos listones de madera para la estructura, cartones y periódicos bien mojados... Ese fue el material utilizado para moldear. El padre de Pepe, pintor de brocha gorda de cierto nivel, nos echaba una mano (en la foto, el padre con chaqueta oscura y algunos de nosotros junto a la falla). El taller lo montamos en el porche de lo que fue la tendeta de comestibles de Morant, en la esquina San Vicente-Bruns. Allí fue donde el grupo de amigos trabajamos durante muchas semanas, las tardes y las noches, con la ilusión puesta en tal cometido. Cuando ya todo estaba terminado, y hecha la pequeña falla, caímos en la cuenta de que nos faltaba nombrar a una fallera mayor infantil. No se quien sugirió proponer a la hija del comandante D. Miguel Pérez Moya, la familia vivía en la calle San Vicente. Al sugerírselo al militar, este y su hija lo aceptaron amablemente y hasta nos obsequió el padre después de la fiesta con 500 pesetas que gastamos en una paella, en un secano cerca de Alboi, tal como ilustra la otra foto.

Eran aquellos años de la posguerra, muy especiales, cuando las fallas se construían con poco dinero, con un pedestal de base en alto, de un metro o poco más de altura y en donde la estructura con sus ninots representaba a los personajes populares de la población, como el tío Rafelet de la Beneficencia o el Pellero de Canals, situándose los ninots en la base de la misma plataforma; generalmente en todas las fallas, era muy escaso el gasto en casalets, música, pólvora, trajes?

En muchos aspectos todo ha cambiado: en algunas cosas en positivo, en otras con menos acierto. Lo más curioso es que nunca me he puesto un traje de fallero ni he pertenecido a ninguna comisión aunque eso sí respeto las fallas y cuando se presenta la ocasión colaboro en todo lo que puedo: como así lo hice en un lejano tiempo con Pepe Martínez Mollá y con otros.

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