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Dictadura, transición, urnas...

a falta de foros de alcance, el debate sobre las próximas elecciones generales y autonómicas, al menos por estos lares, se impregna de imágenes del pasado entre el personal que peina canas (con y sin tintar). Son fotos en blanco y negro; retratos en sepia. De la llarga nit ( Raimon) pero también de esperanza, expectativas o ilusión; las que recogen el final de la Dictadura, la Transición o el eslogan de éxito político de los 80: «Por el cambio». Días de incertidumbre. Las encuestas aparecen como poco fiables; dicen que por el voto escondido. O se despotrica contra ellas, sobe todo los que salen poco favorecidos en ellas. Pero esta vez es como si el pasado volviera a desfilar, gracias a la irrupción en la extrema derecha de tres partidos (PP, Cs y VOX), empeñados en competir por el voto más rancio y desvirtuador del espíritu de la Constitución de 1978. Tiempos paradójicos, donde lo reduccionista choca con la era de internet.

Hoy parece haber llegado el momento que se repetía con insistencia, al final del siglo XX, cuando se mentaba aquello de que «el pueblo que no conoce su propia historia, está condenado a repetirla». Parece que las vivencias traumáticas de los valldalbaidins durante el franquismo generaron no pocos tabús. Y que la transmisión, que uando la había, era mayormente oral pues la poderosa censura del régimen fascista era impecable, no hubiera pasado. Ahora, como escribía recientemente en su columna Enric González, a propósito de la responsabilidad que tenemos en las convocatorias electorales, «hemos dejado de recordar. Lo que elegimos es jugar con fuego olvidando las quemaduras del pasado».

Contemplamos, estupefactos, como las belicosas extremas derechas olvidan los problemas del día a día de la gente, y priman la descalificación del rival y lo absurdo. Por todo ello empiezan a desfilar aquellas imágenes, al menos en lo que respecta a Ontinyent, de una enfermera curando a un herido, fuera o no "mamá belga", que de forma tan ilustrativa narra Joan J. Torró del Hospital Militar (actual colegio de los Franciscanos) durante la guerra civil. La que propició el golpe militar que acaudilló Franco en 1936. Aquellos íconos de la Plaza Concepció, donde se celebraban multitudinarios actos religiosos, presididos por grandes cruces y donde lo civil y lo militar bailaban y se daban la mano. Donde el frontispicio del escenario del teatro Echegaray lucía sendos retratos circulares de Franco y José Antonio Primo de Rivera. O aquella de 1954, en pleno nacional-catolicismo, con motivo de la celebración del año mariano, donde pasa revista a una escuadra en actitud militar de la O.J.E. Las imágenes colectivas escolares siempre eran de los niños con los niños, y las niñas con las niñas. Las actividades culturales se encubrían en el programa del Centre Excursionista Fontinyent. El edificio central del actual ayuntamiento albergaba, como rezaba el rótulo situado sobre su puerta principal, la Jefatura Local del Movimiento. El cambio de tercio llegó tras la muerte del dictador, en 1975. En abril de 1979 tuvieron lugar los primeros plebiscitos democráticos municipales. Fue todo muy naïf. Y no solo por el cartel electoral de los socialistas. O de otros.

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