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Si yo fuera alcaldesa...

Trescientos mil pavos no es precisamente moco de pavo, sino una cantidad prometedora por todo lo que permitiría hacer en una ciudad como Xàtiva. Es el importe asignado a los presupuestos participativos del año próximo, para los que no habrá olvido ni perdón porque es un compromiso proclamado y vendido por el actual equipo de gobierno y comprado por una ciudadanía deseosa de conocer en propia carne, para variar, la experiencia de tener un ayuntamiento cumplidor de sus promesas. Los presupuestos participativos es una oportunidad de oro, nunca mejor dicho, de reclamar el mejor uso para los fondos públicos. Siempre desde la premisa de que satisfagan el bienestar común y no el propio, el de mi gente o el de mi reducido grupo de colegas. Los espabilados que pretenden lanzar propuestas interesadas para que les asfalten la entrada de su garaje, les compren ese solar devaluado o les financien algún chiringuito de su propiedad han de saber que a este juego no se juega así, y que el árbitro les va a pitar falta y expulsión.

Tampoco se trata de escribir una ingenua carta a los Reyes Magos como si el cielo fuera el límite y no hubiera un mañana. Porque hay que respetar determinados límites presupuestarios y normas autoimpuestas para que sea factible y realista la realización de los proyectos aprobados.

Estamos ante un ejercicio de democracia que exige hacer frente a los mensajeros del escepticismo que recomiendan quedarse en casa, a los profesionales del cinismo y apóstoles del individualismo que solo nos condenan a la soledad y la amargura. También obliga a un doble esfuerzo. A los gobernantes, porque poca gracia les debe hacer renunciar, aunque sea en una parte mínima, a su absoluto poder de decisión sobre el presupuesto municipal. Y es también un desafío para la gente común, para salir del modo pasivo; del espíritu destructivo del gruñido en la barra del bar y que se sienta alcalde por un día y dueño —sin haber atracado un banco— de la nada despreciable cantidad de 300.000 euros sobre los que tiene la potestad de decidir su mejor uso. Alcalde o alcaldesa, se debería añadir, porque siendo las mujeres la mitad de la población setabense y haciendo un cálculo algo tramposo, se podría afirmar que la mitad de esa cantidad debería ir a inversiones que beneficiaran especialmente a las mujeres. Porque como ya deberíamos saber a estas alturas, los presupuestos, las inversiones, las subvenciones no repercuten casi nunca exactamente igual en unos que en otros, ni atienden a las necesidades vitales específicas de las mujeres que en muchos casos, tienen carácter propio e intransferible. De ahí que esta oportunidad ha de ser aprovechada para las mujeres, de toda edad, clase y condición para imaginarse con ese bastón de mando que no tiene nada que ver con una varita mágica, en ese despacho a veces demasiado insonorizado y en posición de decidir las cosas que hay que cambiar en la ciudad para vivir con mayor calidad de vida.

Se trata de identificar aquello que cada día complica la vida a las mujeres, nos hace maldecir y crisparnos, nos altera, agota y preocupa intentando ver si su solución estaría vinculada a una de esas inversiones susceptibles de ser financiadas con esos 300.000 euros disponibles.

Seguro que no todo tiene solución por esta vía, pero vale la pena pensarlo porque es seguro que el esfuerzo será productivo. En la preparación de este evento hay una cita fijada, el 15 de febrero. Allí nos han de encontrar.

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