D ías atrás volvió a ser el aniversario de la muerte de mi padre, quien nos dejó hace 19 años: el 13 de julio de 2001, con 78 años y tras una larga y dolorosa enfermedad que le tuvo postrado en la cama varios años con unos dolores terribles. Hasta el último minuto de su vida mostró una fortaleza envidiable. Mi padre fue un ejemplo para muchos de nosotros. Era una persona valiente, que no se achicaba ante nada ni ante nadie. Si tenía que hablar en público en una junta de accionistas ante más de mil personas se subía al atril y decía lo que tenía que decir. Tanto si era para felicitar al equipo gestor como para pedir la dimisión de la cúpula directiva, como hizo en la junta de Banca Catalana, pidiendo una investigación a Jordi Pujol por el hundimiento de aquella entidad. El programa Informe semanal se hizo eco de aquella intervención y sacó un breve fragmento de sus palabras. Fue abucheado, también aplaudido, pero nunca perdió la compostura. A veces pienso lo que hubiera disfrutado cantándoles las cuarenta a los responsables de Bancaja o del Banco de Valencia y la quiebra a la que llevaron a ambos. Les aseguró que no se hubiera quedado corto en sus críticas.

Tenía una fuerza de voluntad envidiable. Todo lo que se proponía lo conseguía por difícil que fuera. Yo le admiraba en muchas cosas. En algunas no estaba de acuerdo con él, pero era mi padre y lo respetaba. Cuando era pequeño una meningitis le dejó sin habla. Ello no fue obstáculo alguno. Todo lo contrario, le ayudó a superarse día a día. De mi padre se podría escribir un libro porque tiene miles de anécdotas. Algunas muy graciosas, como cuando la noche de los Alardos de Ontinyent trató de subir un burro al hotel del Pou Clar, o cuando cogió un tren para Valencia y apareció en Palencia. Era igual de despistado que lo soy yo.

Vivió la Guerra Civil con 12 años. Nunca nos inculcó odio. Y eso que tenía motivos para hacerlo porque perdió a su padre, a su tío y a un hermano suyo con 15 años. Todos fusilados en Paterna nada más comenzar la contienda civil.

Mi padre estuvo preso en una checa de la República, concretamente en las Torres de Quart. Allí le daban palizas para que dijera donde estaba su hermano Pepe Simó. Nunca dieron con él porque si no también lo hubieran fusilado, como a gran parte de mi familia. De esta memoria histórica no se habla. Se habla solo de la de un bando. Y barbaridades se cometieron a uno y otro lado. Mis padres se preocuparon por darnos la mejor educación del mundo. No escatimaron esfuerzos y hoy les estoy inmensamente agradecido, como lo estoy por haber formado parte de mi vida.