Y la culpa no era mía, de dónde estaba y como vestía...». Esa canción se repitió hasta la saciedad en todo el mundo, hace unos pocos meses, inclusive en esta ciudad a las puertas del Ayuntamiento. Era un canto de rabia, de exigencia y denuncia de las mujeres de todo el mundo que proclamaban su derecho a que las dejaran vivir en paz. «El violador eres tú», se decía, y hubo que explicar que nadie tenía que sentirse señalado por esa terrible acusación, excepto los que violan y agreden a los que se pretendía estigmatizar con absoluta premeditación y alevosía para que entendieran que estaban solos y que las mujeres ya no tenían miedo.

Hace pocos días en una localidad cercana a Xàtiva, en una fiesta a la que asistían una veintena de personas, al parecer se produjo una agresión sexual de la que fue víctima una criatura de 14 años. Han sido detenidos varios hombres, de entre 16 y 32 años.

Parecía que la brutalidad de la Manada de Pamplona era algo irrepetible y que la fortísima movilización social generada en demanda de castigo sería más que suficiente para disuadir a imitadores descerebrados. Pero fue una equivocación. Lo sucedido demuestra con claridad que no fue un hecho aislado, realizado por individuos especialmente violentos o borrachos, sino que desgraciadamente es una “tendencia”, es decir, que responde a la forma en que algunos hombres entienden que pueden relacionarse con las mujeres. Y es importante tener clara esa primera cuestión, porque si las agresiones sexuales fueran hechos aislados requerirían respuestas puntuales, pero como no lo son, sino que son la consecuencia de un sistema que subordina a las mujeres frente los hombres, exigen una respuesta integral, permanente y contundente.

A quien le cueste entender esto y le parece exagerado, no tiene más que juntar cartas para tener la baraja completa. Se trata de afrontar con valentía realidades de todos los días: a quienes les cuesta más encontrar trabajo y quienes son antes despedidas, quienes son las que cobran menos salarios y alcanzan menos jefaturas, las responsables de atender menores y personas dependientes por designación tácita pero forzosa, las que tienen miedo cuando andan solas de noche…

Entender la injusticia de ese sistema que llamamos patriarcal permite también identificar las causas de la anestesia moral de los hombres capaces de protagonizar o presenciar actos tan brutales. Entre ellas tiene especial relevancia la educación afectiva y sexual, o más bien la falta de ella. Manda narices que en este país sea la pornografía la que eduque a los jóvenes. A ellos en el abuso y la brutalidad, a ellas en la sumisión y la humillación. Que se consuma desde los ocho años, cuando no saben atarse un zapato pero pueden presenciar violaciones grupales en cualquier móvil. Que aprendan pronto que el sexo demostrará su hombría o impedirá que a ellas las consideren cursis, tontas o aburridas. Que crean que el sexo es solo gimnasia y el condón para los viejos.

Es imprescindible reforzar nuevos modelos y referentes que desacrediten al macho dominante y a las mujer sometida que inundan los mensajes mediáticos. Hace falta en las aulas un discurso educativo que no se centre en la anatomía o en las enfermedades de transmisión sexual sino en las emociones y necesidades desde la premisa de que el sexo no es otra cosa que placer compartido. Los violadores son ellos. Solo unos pocos, claro que sí. Pero siempre demasiados. Y las mujeres son siempre las víctimas. Y la sociedad que mira sin actuar, proporciona la complicidad necesaria.