La ciudad de las damas

El hombre deseado

"El primer paso para construir un modelo de hombre igualitario es reconocer el machismo en las propias actitudes y comportamientos, no para flagelarse inútilmente, sino para promover un cambio en el compromiso activo con la lucha por la igualdad"

Imagen de una manifestación del 8M.

Imagen de una manifestación del 8M. / EPC

Mar Vicent

Mar Vicent

Más de uno circula por la vida satisfecho consigo mismo, desde la convicción de que nada tiene que ver con él ese prototipo de hombre machista y retrogrado, que nunca ha salido de las caverna y se cree superior a las mujeres. Considera, orgulloso, que nada tiene en común con los que agreden sexualmente a las mujeres, con los que las maltratan o, incluso, asesinan. Jamás haría algo así y condena con sinceridad a tales energúmenos.

Son hombres que no se consideran machistas y se esfuerzan por hacer evidente que ellos son de otra tribu, absolutamente respetuosa con la libertad y la vida de las mujeres. Son muchos, muchísimos..., que nunca aprobarían que ellas percibieran menos salario o tuvieran peores empleos, que siempre reconocerían que son las mujeres las que deben ser dueñas de sus cuerpos, de su maternidad y de su vida, que jamás levantarían la mano a una mujer. Que acuden a concentraciones, se informan e incluso se consideran feministas, aunque siempre en período de prueba porque son consciente de que el machismo está insertado en su ADN. Exactamente como les pasa a muchas mujeres. Son muchos, lo cual es tranquilizador y gratificante. Y su posicionamiento es de agradecer y en absoluto menospreciable, aunque debería darse por defecto y, desgraciadamente, en los tiempos que corren no sea suficiente. Hay otros hombres cuyo discurso es algo más confuso y menos coherente. Quizás tiene más agujeros en su credibilidad, resultando mucho más peligrosos. Son los que repiten como un mantra protector aquello de «No soy machista, tengo madre e hijas», como si esta afirmación fuera una etiqueta protectora capaz de alejar toda sospecha. Son los que escuchan impresionados el relato del último asesinato machista, pero creen que ellos están libres de responsabilidad porque asumen tareas domésticas haciendo la paella de los domingos, o reconocen como iguales a las mujeres aunque no soporten la autoridad de su jefa o las respetan aunque paguen por sexo como hace uno de cada cuatro hombres en este país.

La estima a las mujeres de la propia vida no garantiza automáticamente una perspectiva libre de prejuicios machistas. Porque el machismo no trata solo de actos evidentes de discriminación o violencia, sino que también se manifiesta en actitudes sutiles, comentarios pasivos y comportamientos arraigados que perpetúan la desigualdad de género.

Amar con locura a la propia pareja no evita conductas esencialmente machistas como tomar decisiones por ella, sentir celos o negarle su espacio personal. Adorar a las hijas no impide hacer comentarios sexistas sobre mujeres de edad similar o culpabilizar a las víctimas de agresiones por su forma de vestir. El amor de madre no implica fregar los platos para que no lo haga ella. En cualquier caso, el aprecio a las mujeres del entorno más cercano no se extiende siempre hacia las mujeres en general. Que, además, son diversas y tienen sus propias limitaciones sin que en ningún caso, su heterogeneidad justifique su discriminación como sexo.

El primer paso para construir un modelo de hombre igualitario es reconocer el machismo en las propias actitudes y comportamientos, no para flagelarse inútilmente, sino para promover un cambio no solo en las relaciones personales sino en el compromiso activo con la lucha por la igualdad entre mujeres y hombres.

El segundo es asumir que el machismo no es solo un problema individual, sino también estructural lo que exige al conjunto de la sociedad erradicar creencias y actitudes que perpetúan la desigualdad. Y ponerse manos a la obra.

El tercero es disfrutar del desafío desde el convencimiento de que con su esfuerzo están construyendo un modelo de hombre igualitario indispensable para la supervivencia social.

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