MATISOS DISCORDANTS

Tradición, cultura y convivencia en Fallas

Antonio Martín Llinares

Desde aquellos tiempos en que los carpinteros sacaban trastos y restos de maderas que ya no iban a utilizar a las calles y plazas en las que se ubicaban sus talleres artesanos —hoy en día ya no queda prácticamente ninguna carpintería en el tejido comercial de la mayoría de las ciudades— para quemarlos, en el comienzo de la primavera, la fiesta de las Fallas, en todos sus aspectos ha evolucionado mucho. También los talleres de los artistas falleros emigraron a los polígonos industriales, y desde allí ahora llegan, los días previos a la celebración, los camiones con las distintas partes de los monumentos falleros, mientras aquella ciudad del artista fallero creada a mediados de los años 60 del pasado siglo XX, en el barrio valenciano de Benicalap, agoniza con el goteo continuado de cierres de talleres en los que ya no se realiza, por ejemplo, ninguna falla de la sección especial de Valencia.

La tradición de grupos de muchachos que recorrían las calles de los barrios antiguos en los que vivían, pidiendo al vecindario «una estoreta velleta, per a la falla de Sant Josep», se transmutó, con el tiempo, en un, muchas veces, frío contacto entre las comisiones de falla, sus vecindarios y los cada vez menos supervivientes pequeños comercios de proximidad, salvo la tradicional «Replegà», carteles distintivos de comercios colaboradores y el casi en extinción reconocimiento de fallero de honor, entre otros.

La dinámica laboral y social, estresada y perentoria, de la vida actual ha hecho que muchos falleros y falleras de las distintas comisiones no sean vecinos de los barrios en los que se planta, o de las calles y plazas en los que se programan los actos festivos. Y, al contrario, muchos residentes no tienen —y, en muchos casos, no la desean tener— relación alguna con las Fallas, yéndose incluso de sus domicilios durante estos días festivos, lo que desde hace algunos años está desembocando en problemas de convivencia.

Llama la atención que la indiferencia, cuando no rechazo, se produce con mayor frecuencia entre gente relativamente joven. Las personas mayores, tal vez por haber vivido otras épocas de mayor relación entre las Fallas y el vecindario, son más tolerantes y comprensivas, por así decirlo, con la excepcionalidad en la vida cotidiana de las ciudades falleras. Evidentemente, no se puede generalizar, no todo es blanco o negro, siempre hay grises y matices, y las acciones solidarias de comisiones falleras, como en el caso de la organización de la ayuda a los damnificados por el reciente incendio fortuito del edificio de viviendas del barrio de Campanar, animan a recuperar los valores sociales de los integrantes y protagonistas de estas fiestas con los habitantes de su entorno.

Sin embargo, esa excepcionalidad festiva de marzo, que durante decenios no ha sido, por tradición, generalmente problemática, se asocia cada vez más a situaciones de falta de limpieza o seguridad, orines, exceso de ruido o dificultad para la movilidad, en el contexto de la programación de actos cada vez más masivos. Y en la ciudad de Valencia, referente del mundo fallero, están aumentando de manera desmedida, generando un creciente debate sobre el futuro de la fiesta fallera y sus límites, que, a escala, y por el fenómeno globalizador, se trasladará sin duda, si no lo está haciendo ya, a otras ciudades que también celebran históricamente, aunque con menor repercusión, las Fallas.

El incremento del censo fallero, posiblemente motivado más por la creciente demanda de ocio festivo en la sociedad actual que por la revaloración del legado cultural y tradicional fallero, —que parece que queda cada día en un plano más minoritario—, de una celebración con más de un siglo de antigüedad y declarada Patrimonio Inmaterial de la Humanidad por la UNESCO, urge a abordar decisiones consensuadas entre comisiones y vecindario, ante el riesgo futuro de generalización de conflictos. Y en esa tarea, las administraciones competentes han de ser valientes y decididas, ordenando, regulando e incluso sancionando, en favor de la convivencia de toda la ciudadanía, fallera y no fallera, y sin contemporizar y no limitándose sólo a las recomendaciones, en función, tal vez, de miedos electorales futuros.

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