LA CIUDAD DE LAS DAMAS

Lo mejor de las Fallas

"Lo peor de las Fallas sería olvidar que no son la fiesta de la destrucción, sino del renacimiento, la que celebra el ciclo de la vida donde todo nace y todo muere"

Xàtiva. Fallas, Ofrenda a la Mare de Déu de la Seu

Xàtiva. Fallas, Ofrenda a la Mare de Déu de la Seu / Perales Iborra

Mar Vicent

Lo mejor de las Fallas es el fuego, aunque es bien sabido que no hay opinión universal y si así lo parece, es mala señal. El fuego como elemento depurativo, como una desinfección a lo bestia que devora todo aquello en lo que en un tiempo se depositaron esperanzas, sangre y sudor, para despedirlo después entre lágrimas absolutamente sinceras.

Lo mejor de las Fallas es el ruido. El ruido sin complejos, sin consideración, en estado puro. Aunque se pretenda a veces disfrazarlo de música o con colores, el ruido de las Fallas es una experiencia que divide a las personas en dos grupos. Las que disfrutan aunque se les rompan los tímpanos y siempre quieren más y las que sólo sienten un impulso invencible de darle al botón del sonido para extraerlo de su cabeza.

Lo mejor de las Fallas es la música, que se oye por todas partes, que no para, que aúna el esfuerzo de miles de personas pertenecientes a bandas que desfilan, cargadas con sus instrumentos, en un pateo infinito en el que disfrutan y hacen disfrutar de piezas mil veces repetidas pero nunca aburridas.

Lo mejor de las Fallas son los artistas falleros sin los cuales la fiesta no existiría. Imprescindibles, como todo el mundo sabe, para crear monumentos increíbles con los que compiten con insaciable afán de triunfo. Trabajadores del cartón con total dedicación que se sienten recompensados con el reconocimiento simbólico porque el otro, el apoyo material expresado por ejemplo con unas buenas condiciones laborales, ni está ni se le espera.

Lo mejor de las Fallas son los monumentos cuya belleza y fuerza no está en razón al dinero invertido en ellos, aunque eso siempre ayude. Pero hay monumentos gigantescos que parecen ballenas varadas en la playa, sin gracia ni relato y otros, quizás más modestos y humildes, que ofrecen una imagen cuidada y elegante, hecha con cariño y amor al detalle. Porque no tiene precio la habilidad para convertir en arte la descripción crítica y mordaz de la realidad.

Lo mejor de las Fallas es la indumentaria. Esos trajes tan trabajados, con sus enaguas y pololos ocultos bajo esa faldas tan coloridas que llevan las mujeres, en abierta competición con los de los hombres que afortunadamente hace tiempo que superaron la obligación del negro, enlutado y triste y también se visten con blusas, chalecos y fajas vistosas, que alegran la vista y el corazón.

Lo mejor de las Fallas es la crítica, asilvestrada y sin amos cuando se produce sin tutelas ni débitos. Son esos ripios mordaces y sinceros, que no buscan aprobación y pasan de la reprobación, porque dicen lo que quieren en una descripción radical de la realidad que se vive.

Lo mejor de las Fallas es ver desfilar a esa multitud de falleras y falleros, con más o menos orden, viendo y dejándose ver, presumiendo de alegría y energía, que no se les termina hasta que la última Falla se quema y llega el apagón general cuando de repente sienten el absoluto agotamiento acumulado tras tantos días sin parar.

Fiesta del renacimiento. Lo peor de las Fallas sería olvidar que no son la fiesta de la destrucción, sino del renacimiento, la que celebra el ciclo de la vida donde todo nace y todo muere. Que se olvide su origen, el lugar que ocupan en el mundo sus protagonistas que no es precisamente el más cómodo y privilegiado. Que dejen de ser la fiesta de los carpinteros, del pueblo llano descarado y libre como nadie, para convertirse en otra cosa, quizás un jolgorio que juega con el fuego, pero sin atreverse a hacer grandes hogueras.

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