"No hay nada mal dicho, si no es mal tomado". O "por trovar vuestras maldades, digo en versos las verdades". Son algunas de las máximas que Lluís del Milà incluyó en El cortesano, obra publicada por primera vez en 1561 que el profesor de la Universitat de València Vicent J. Escartí ensalza como "la mejor obra en prosa del siglo XVI valenciano" y, por descontado, "la más europea", ya que entronca con el Renacimiento italiano en cuanto que es deudora de Il Cortegiano, de Baltasar Castiglione, una de las piezas fundamentales del siglo.

Del Milà ofrece en El cortesano -recuperado ahora por la Institució Alfons el Magnànim (IAM) con estudio introductorio de Escartí- un retrato idealizado de la corte del duque de Calabria (1526-1550) y Germana de Foix (la viuda de Fernando el Católico), nombrados virreyes de Valencia por el emperador Carlos. El autor, un cortesano que pulula con su nombre y apellido por las páginas del libro como un personaje más, refleja un mundo edénico en el Palacio Real de Valencia, en el que se ve cómo los nobles cazaban, comían, bailaban, vestían o hablaban y también cómo se divertían y solazaban con sus juegos de amor.

Nada dice Del Milà de las Germanies (1519-1523), la revuelta de los artesanos contra la nobleza y sus privilegios, ni de las más de 800 sentencias de muerte que la virreina ejecutó durante su mandato para reprimir estos alzamientos burgueses. La miseria, el hambre o la peste -la otra cara de la Valencia del siglo XVI- tampoco se dejan ver en El cortesano.

Por supuesto, la lengua de relación entre los virreyes y los nobles es ya el castellano, aunque inserta algún fragmento en valenciano en algún diálogo entre nobles o con algún servidor, como el canonge Ester, un personaje con toques bufonescos.

La investigación realizada por Escartí en el Archivo del Reino de Valencia ha permitido además concretar algunos datos de la vida del autor, hasta ahora bastante oscura. El nacimiento aún es incierto (en Xàtiva, parece que en 1507), pero la muerte ha podido ser fijada en el año 1559 en Alzira, donde el hijo de los señores de Massalavés se refugió ante una epidemia de peste que asolaba la capital. Allí fue enterrado junto a su madre en el monasterio de la Murta, apunta el investigador.

Una corte renacentista

La importancia de El cortesano radica especialmente en mostrar una corte italianizante, "al mismo nivel que las más prestigiosas de Europa". En la pequeña corte del Palacio Real de Valencia, los virreyes dejaron ver su formación europea y poco castellana, como subrayaron después algunos historiadores, que culpaban a Doña Germana de ser "amiga de mucho holgarse" y de las "comidas sobervias, siendo los castellanos y aun sus reyes muy moderados en esto".

Junto a Ferran de Aragón y Germana de Foix primero y Mencia de Mendoza después, los nobles se dedicaban a versos, bailes, teatro, música -Del Milà era un experto en ella y componía- y juegos, alejándose de la realidad del entorno y adheriéndose al nuevo sistema imperial. De todo ello queda reflejo en El cortesano.

La incógnita que plantea Escartí en su estudio es para quién escribió su obra Lluís del Milà, si en 1561 la corte del duque de Calabria ya era historia. Una hipótesis es que antes de llegar a la imprenta, el texto corriera manuscrito de mano en mano. En todo caso, se trata de "un lujo del Renacimiento local que, gracias a Del Milà, estuvo a la altura del del resto de Europa".