El pretendido mano a mano entre artistas que anunció la empresa quedó truncado debido a la lesión que arrastra Manzanares. Su puesto fue ocupado por Enrique Ponce, quien había declinado tomar parte en el serial. Pero luego la empresa le llamó para cubrir la baja del alicantino y aceptó, aludiendo a su respeto y sentido de la responsabilidad ante el público valenciano.

Precisamente ayer se cumplían 22 años de primera la actuación en solitario de Enrique en Valencia. Fue el 28 de julio de 1990, en la que era su quinta corrida como matador de toros . Ante la caída del cartel de Roberto Domínguez y El Soro la mañana del festejo, tiró para adelante con el compromiso y aceptó el repentino reto sin dudar. Aquella actuación significó un fortísimo aldabonazo y un gran impulso para una carrera estancado tras el doctorado.

Hoy Enrique se halla viviendo el epílogo de una trayectoria triunfal en los ruedos. Parafraseando a García Lorca, tardará mucho en nacer, si es que nace, otra figura del toreo de esa dimensión en Valencia. Una Valencia que siempre ha estado con él y le ha apoyado de forma incondicional.

Y el festejo de ayer no constituyó una excepción. El público, que ocupó tres cuartas partes del aforo, estuvo siempre a favor de obra, le empujó y animó toda la tarde.

Lo cierto es que Ponce puso todo de su parte para corresponderles.

Tuvo la suerte de sortear, de largo, el mejor lote de la corrida. El primero, grandón, fue muy castigado en varas, a pesar de lo cual tomó las telas con tanta nobleza como fijeza y un punto de bravura. Enrique le muleteó con compostura y liviandad, con ligazón y soltura por la mano derecha, sufriendo un fuerte arreón tras entrar a matar, lo que le hizo tener que tomar el olivo con presteza.

El tercero, un castaño lombardo de buenas hechuras, tuvo las fuerzas justas aunque un excelente tranco y calidad. Ante él firmó una faena de templadísima y rutilante apertura y personalísimo epílogo, que enmarcaron un trasteo tratando de no molestar ni obligar al toro, que según el propio espada, «es el que te marca el ritmo y el temple que debes utilizar en su faena».

Y el montadito quinto brilló por su prontitud y acometividad, repitiendo incansable sus embestidas. Tras un espectacular tercio de quites, hizo esa su labor, siempre vistosa y previsible, que no terminó de coger vuelo. La oreja premió el conjunto de su tarde.

Morante de la Puebla lo intentó sin convencimiento ante la raspa con cuernos que fue el segundo, y por ahí anduvo con pinturería en el aplomado e irrelevante cuarto.

Luego, firmó un quite de tres chicuelinas y una media en el quinto que provocó oles de lo más rotundo. Y el sexto, que hizo una espectacular pelea en varas, rebrincadote aunque repetidor, le permitió dibujar sobre el albero valenciano pinceladas de un extraordinaria torería. Decía Pepe Luis Vázquez que: «el torero lo que hace es un cuadro pintado en el aire» Y en el aire y la arena pintó Morante láminas e imágenes de gran expresión. Un quite por delantales e improvisado recorte. Encajado y roto, cinceló redondos interminables, de mano baja, embrujo, duende y compás. Y trincherillas y pases cambiados por bajo plenos de expresión y sabor. Toreo del bueno. Toreo de verdad. Toreo de siempre. Toreo. Toreo.

LA CORRIDA

Tres cuartos de entrada en tarde calurosa. Toros de Victoriano del Río, desiguales de presencia. Destacaron por su calidad 1º, 3º y 5º. Enrique Ponce (grana y oro), saludos tras aviso, saludos tras aviso y oreja. Morante de la Puebla (verde y oro), silencio, silencio y oreja tras aviso. Actuó como sobresaliente David Sánchez Saleri (verde manzana y oro). Entre las cuadrillas saludó tras banderillear al 3º José Manuel Montoliu y Cristóbal Cruz fue ovacionado tras picar al sexto, que le derribó en dos ocasiones. Presidió, manteniendo el tipo, Amado Martínez. Pesos de los toros por orden de lidia: 573, 484, 543, 548, 525 y 580 kilos.