Ayer se celebró el quinto festejo del ciclo, que contó con la presencia de novillos del hierro de Cebada Gago. Desde campos andaluces llegó un encierro de parejas hechuras, muy en el tipo y, sobre todo, tremendamente astifino. A todos se les castigó mucho en varas y luego su juego resultó desigual.

Bronco, buscando debajo de las telas, rebañando y con la cabeza por las nubes el que abrió plaza. El burraco segundo se desplazó pastueño, aunque sin entrega, en tanto que el tercero, muy violento de salida, volvió grupas en el caballo saliéndose suelto. Manso y colándose, tuvo al menos la virtud de tomar los engaños por bajo, en tanto que el cierraplaza se dolió en banderillas, aunque llegó al tercio final atemperado y metiendo la cara con fijeza.

El novillero astigitano Ángel Jiménez plantó cara con tanta verdad como dignidad y decisión a su complicado primero, en un trabajo de mucho mérito y fondo. Y también anduvo firme y dispuesto ante su segundo, en otra labor esforzada y entregada en la que no dejó de fajarse con su oponente. Luego, dibujó un precioso quite de dos verónicas y media en el cuarto, en el que manejó el capote a media altura, pleno de sabor y aromas sevillanos.

Por su parte, Javier Ortiz, hijo del picador de la cuadrilla de El Juli Diego Ortiz, se mostró como un torero enterado y con oficio. Con todo, sus dos faenas resultaron despegadas y periféricas, ligadas pero sin color. Dentro de su mediocre tono general, se salvaron dos tandas de naturales muy acompasadas ante el cuarto.