Quién iba a decirle el día que llegó a Valencia la Intendente del Palau de les Arts, Helga Schmidt, que años después, aunque en calidad de testigo, iba a tener que pasar por los tribunales ordinarios para testificar en un caso de nombre tan alemán como Gürtel. No irá para hablar del Festival del Mediterráneo, la próxima temporada o sus cantantes preferidos.

En aquellos días, ella llegaba con un programa y una idea de desarrollo práctico. Para nada imaginaba ya no sólo su paso por los tribunales sino en lo que iba a devenir un proyecto estelar, repleto de estrellas y de millones. Hasta que poco a poco se fue dando cuenta de aquello que le advirtieron meses después de tomar posesión del cargo: que esta sociedad es cainita, que entre la casta política que la había traído primaba más el amiguismo y el interés particular que la profesionalidad o las Bellas Artes, que la cuchillada está en la carta del menú, que el día después, aquí, ya no eres nadie y además se gestiona el dinero público con demasiada alegría y ligereza.

Así ha ido degenerando un coliseo cuyo final de temporada se marcha casi de puntillas. Menudo vía crucis ante el final de un ciclo que puede tener continuidad limitada. Es lo que le faltaba al auditorio, aparecer salpicado por uno de los mayores casos de corrupción, por no decir de presunta financiación ilegal del partido en el poder. El estallido final para ponerlo todo patas arriba definitivamente, como si se tratara del final de un drama wagneriano.

Los equipos diezmados, las arcas públicas agujereadas, el poder sublevado, el ambiente shakesperiano, el futuro inmediato incierto y al final del camino, los tribunales: un auténtico «Macbeth» verdiano. ¿Quién da más?

Ya se habla de renovaciones y cambios de discurso. Se ve. Aunque sin atender a los millones y millones que nos hemos dejado por el camino. Esta casta política es así, capaz de cambiar sobre la marcha para volver a cambiar mientras discurre sin rumbo. Y no pasa nada.

A ejemplos muy recientes podemos remitirnos. Lo que era bueno para Trini Miró en su etapa de consellera de Cultura ya no lo era para su sucesora, Lola Johnson y sus huestes; y lo de ésta tampoco lo es para la actual responsable del departamento de la avenida de Campanar, María José Catalá, que pinta de blanco aquello que sus antecesoras habían tiznado. Y eso que comparten siglas. Es la prueba más evidente de que en esta autonomía aún se funciona sin hoja de ruta. Seguramente porque no interesa. No creo que exista tanta ignorancia, o sí. Lo peor es que con todo lo que ha rodeado a Les Arts en los últimos años, la imagen de la ciudad y de su faro es la que sale perjudicada. Y que en el mundo de la cultura funcionan, como en pocos sitios, las familias, los clanes y los círculos cerrados.

Debe de haber un gafe. Y no sé si será el arquitecto Santiago Calatrava, que, al menos, sí está gafado. No sólo por lo que aquí ha pasado „inundaciones, goteras, desperfectos, sobrecostes bárbaros, hundimientos, «arrugas»...„ sino porque desde el día que se inundó el coliseo se le sublevan los clientes. No sale de un pleito y ya le han puesto otro. Ahora en Álava „antes en Venecia o Bilbao„ donde la firma Domecq le reclama a él y a las empresas constructoras de las bodegas Ysios dos millones para subsanar los problemas en sus cubiertas, vamos, goteras. Pero ojo, no quieren que vuelva a poner allí la mano ningún implicado en el «desaguisao».

Aquí no, aunque a la Generalitat se le haga un nudo en la garganta cuando le preguntan cómo va solucionar los problemas en el trencadís que cubre Les Arts. Pero sobre todo si se pone a pensar dónde andarán las empresas que se juntaron para afrontar la construcción del mega edificio y cómo les va a exigir ahora que cumplan con la responsabilidad de asumir económica y técnicamente la reparación de los desperfectos. Como nos descuidemos son capaces de dejar pasar la legislatura a ver si nos olvidamos. Es lo propio. Así nos va. Y al final, lo pagaremos los de siempre, y ellos seguirán en sus particulares bacanales mirándose el ombligo si como sociedad civil no le ponemos remedio.