Los caudales de contenidos que cada día nos ahogan en esta sociedad de la información no han podido con el poder de la paradoja: cada vez queremos saber más, sobre todo de lo que menos sabemos. De ahí que mantengan su estatus de culto, de religiones literarias, dos autores, uno vivo y otro beneficiado por la cría de malvas, que, curiosamente, comparten actualidad por sus inminentes lanzamientos. Hablamos de J. D. Salinger, autor de El guardián entre el centeno, y de Thomas Pynchon, el posmodernista de las letras estadounidenses. Dos hombres, uno que encontró "la paz", en sus propias palabras, en "no publicar", y otro, que huye de la fama por una fobia social, a los que seguramente no les gustaría que usted leyera un artículo sobre ellos.

El director Shane Salerno y el escritor David Shields han preparado un documental, Salinger, y un libro homónimo -Seix Barral lo publicará este año- que pretenden ser las biografías definitivas del escritor. La cosa no iría más allá del típico panegírico a múltiples voces de no ser por la tremenda revelación realizada por Salerno y Shields: Salinger dejó escrito en su testamento que se publicaran cinco manuscritos sólo después de su muerte; textos como The last and best of the Peter Pans y una colección de relatos de la familia Glass, a la que sólo pudimos vislumbrar en su excéntrica gloria en Franny y Zooey y relatos breves. Y más, bastante más, que prueba que a míster Salinger le gustaba, y mucho, escribir; no tanto publicar.

Ya lo puso en boca de uno de sus personajes: "Estoy harto del ego, ego, ego... Del mío y del de los demás. Estoy harto de que todo el mundo quiera llegar a algún lugar, de que quiera hacer algo que marque la diferencia, de que quiera ser interesante. Es desagradable". También lo dijo el mismo Salinger en una entrevista: "Escribo para mí, para mi propio placer. Y quiero que me dejen solo, en paz, para hacerlo". Lo último que Salinger publicó en vida fue el relato Hapworth 16, 1924, en la biblia del cuento The New Yorker en 1965. Murió en 2010.

Ese aire de gruñón y asocial se transformó en una especie de secretismo de lo más lucrativo, al menos en términos míticos. Un aura de misterio e intriga que persiste hoy día. Así, Salerno se obsesionó con la privacidad en la producción de su documental: durante la posproducción la película se almacenó en una bóveda bajo la vigilancia de siete cámaras, los miembros del equipo, que firmaron acuerdos de confidencialidad se hospedaban en hoteles usando nombres falsos...

Ficciones

J.D. Salinger murió a los 91 años, habiendo cumplido casi a rajatabla su sueño de vivir entre sueños, entre ficciones, sin las distracciones de lo pragmático y lo rutinario. Un mundo propio, intransferible, que ni siquiera muchas veces sus más cercanos entendían; así se expresaba su hija, Margaret, en su libro El guardián de los sueños: "Para mi padre, tener algún fallo es motivo de repulsión, tener un defecto es ser un desertor, un traidor. No me extraña que su mundo esté tan vacío de personas reales ni que sus personajes de ficción se suiciden tan a menudo". Aquellas memorias desmitificaban a Salinger: su carácter no era adorablemente insoportable sino cruelmente insoportable, no era melancólico o nostálgico sino depresivo; vio mucho, demasiado, en la Segunda Guerra Mundial y cumplió con uno de los grandes clichés de los escritores en la senectud, se casó con una mujer 50 años menor.

Quién sabe si los cinco libros póstumos de Salinger abandonarán alguna vez de la mítica bóveda donde los guardaba con exquisito celo paranoide. Quién sabe si necesitamos conocer más a Holden Caulfield, a Boo Boo y a sus criaturas o si debemos conformarnos con el hecho de que esos personajes sean "instantes congelados en el tiempo", como el propio Salinger quiso ser.

Un Pynchon reciente

La pasada semana, diez días después del estreno en los cines yanquis de Salinger, las librerías de Estados Unidos recibirán los ejemplares de Bleeding edge, la nueva novela del otro gran ermitaño de actualidad, Thomas Pynchon. Comparte con el autor de El guardián entre el centeno la fobia social pero nada más: el firmante padre de Vineland encuentra la paz publicando, más o menos regularmente, esas entregas inclasificables, maximalistas, que reimaginan una sociedad contemporánea compleja y desastrosa.

Pynchon es un extraño entre la multitud. Porque, a diferencia de Salinger, el neoyorquino reside en el siempre bullicioso Upper Side de Nueva York, haciendo una vida apacible, tranquila, volcada en la página en blanco. Lleva la máscara más eficaz de todas: la del anonimato. De hecho, sólo se han divulgado un par de retratos fotográficos suyos, de cuando sirvió en la Marina. Poco se sabe más de Thomas Ruggles Pynchon: que peina 76 años, que trabajó en Boeing, que fue alumno de Vladimir Nabokov -el escritor de Lolita no recordaba a su pupilo-, que se puso voz a sí mismo en Los Simpson -aparecía dibujado con una bolsa tapándole la cara-, que escribió las liner notes de un disco de rock alternativo -el muy apreciable y rescatable Nobody's cool, de Lotion-... Cuenta la leyenda que Pynchon se encargó en su momento de borrar muchas de sus huellas biográficas: por ejemplo, su archivo en la universidad o en el ejército desaparecieron misteriosamente o en incendios. En definitiva, que sabemos de Pynchon lo que él quiere que sepamos de él: casi nada.

Bleeding edge se presume una vuelta de tuerca a ese back to basics que fue Vicio propio, una especie de novela negra en la que el prodigioso malabarismo verbal y de géneros del autor de El arcoiris de la gravedad era sustituido por una linealidad más fresca y espontánea. Bleeding edge -algo así como El borde sangrante; en realidad, una expresión hitech que se refiere a esos aparatos y aplicaciones tan novedosas que su uso podría entrañar ciertos riesgos- se sitúa en Silicon Valley, entre la caída de las puntocom y el atentado de las Torres Gemelas. Poco más se sabe de la trama: como pasa con Salinger, el secreto es oro cuando hablamos de Pynchon.

Pero la publicación del libro no serán las únicas noticias que tengamos del ciudadano más anónimo de Nueva York. Uno de los cineastas más seguidos y arriesgados de las últimas hornadas del audiovisual estadounidense, Paul Thomas Anderson, ha confirmado que se encargará de la adaptación a la pantalla grande de Vicio propio y que cuenta para ello con Joaquin Phoenix para encarnar al inenarrable detective Doc Sportello. Ojo al reparto del proyecto: Benicio Del Toro, Owen Wilson, Reese Witherspoon, Josh Brolin, Martin Short, Jena Malone, Joanna Newsom y Sean Penn. Todos quieren cobijarse en el prestigio que da la la sombra de Pynchon.